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Cuando Nelson Pinedo grabó con Tito Rodríguez

El pasado 28 de febrero se cumplieron 49 años de la muerte de Tito Rodríguez, el inolvidable cantante y director orquestal puertorriqueño que dejó una honda huella en la música afroantillana. 

El Cabo Rojeño fue uno de los centros nocturnos más frecuentados por los bailadores latinoamericanos, residentes en Nueva York, en el decenio de los 60. Había otros sitios similares que también albergaban a numerosos melómanos de distintos estratos sociales entre los que se recuerdan el Casino Broadway, Monte Carlo, Bronx Casino, Teatro Hispano, Manhattan Center The Village Gate. Pero el Cabo Rojeño era el indicado para llenar el inminente vacío que habría de dejar el famoso Palladium Ballroom, a partir de 1966.

Ubicado en la calle 145 y Broadway, al Cabo Rojeño llegaban los grupos afroantillanos de moda: El Gran Combo de Puerto Rico, Joe Quijano, Frankie Dante y la Sonora Matancera, entre otros. Nadie quedaba por fuera. Hasta Tito Rodríguez y Tito Puente, los reyes del Palladium, se presentaron una misma noche en ese lujoso recinto.

Precedido de fama de gran solista y de su deslumbrante paso por la Sonora Matancera, el barranquillero Nelson Pinedo, bautizado en 1960 por el famoso locutor mexicano Ignacio Santibáñez como ‘El Almirante del Ritmo’, fue contratado por el empresario Ruperto Roberto para animar una larga temporada en el Cabo Rojeño.

Para su debut, le asignaron a la orquesta de Tito Puente. Nelson actuaría en un mano a mano de lujo: él, con el maestro Puente. Alternaría con Tito Rodríguez y su magnífica orquesta. Sería el gran duelo de los dos Tito. Para nadie era un secreto la rivalidad musical existente entre los dos artistas, aunque los dos se profesaban respeto, aprecio y admiración.

“Actuar con Tito Puente ha sido una de las experiencias más maravillosas de mi carrera profesional. Pero fue, también, lo más tensionante. Con decirte que me dieron quince días para ensayar con él, a fin de montar las canciones y dejar listo el repertorio de la noche de la presentación, y solo vine a verlo escasos 20 minutos antes de subir al escenario”, me dijo Nelson Pinedo, en septiembre de 2006, en Caracas, cuando lo entrevisté para el libro ‘El Almirante del Ritmo’, que me publicó la Editorial La Iguana Ciega.

Nelson recordó las noches de insomnio que le tocó padecer en la antesala de su presentación. “Puente se perdió sin darme chance de que por lo menos le mencionara las canciones que iba a cantar con su orquesta. La noche del show, yo estaba muerto del susto. Tenía que cantar, con el Cabo Rojeño repleto, y no había ensayado una sola nota. El banquete estaba servido para que el otro Tito nos despedazara, pensé.

El maestro Puente, que durante las dos semanas previas había visitado diferentes ciudades de Estados Unidos en función de compromisos, se acercó sonriente a mi camerino, a pocos minutos de comenzar nuestra presentación, como si nada, y me dijo con una naturalidad pasmosa: ‘¡Ajá, Nelson! ¿Ya tienes listo el repertorio? Mira que el tiempo se nos viene encima…’”. 

El barranquillero le respondió en el acto: ‘Eso te digo yo a ti. Pretendemos superar a Tito Rodríguez, y no hemos ensayado. Presiento que vamos a hacer el ridículo…’ 
‘¡Bah! No exageres… ¿Tienes las partituras de los temas que vas interpretar?’. ‘Aquí están’. Puente las hojeó y luego dijo: ‘Listo’. ‘¿Listo qué?’, preguntó Nelson con los ojos bien abiertos. ‘Que ya estás ensayado’, respondió Puente, doblando las hojas del pentagrama. ‘¡¿Cómo?!’, volvió a preguntar Nelson. ‘Así como lo oyes: ya estás ensayado… Y apúrate, que nos queda poco tiempo…’”.

Minutos después, en el templete, con todos los músicos instalados con sus instrumentos y las partituras a la vista, y mientras el anunciador presentaba el programa que seguía a continuación, Puente le preguntó a Nelson, en voz baja: “¿Con cuál arrancamos?”. El barranquillero, hecho un manojo de nervios, respondió también en voz baja: “Con ‘Mompoxina’… Y que Dios se apiade de nosotros”. “Listo —dijo Tito—. Tan pronto el anunciador termine la presentación me das la señal con los pies. No te preocupes, chico. Todo va a salir bien”.

El hombre del micrófono dio un largo suspiro y dijo: “Y sin más preámbulos… con ustedes la orquesta de Tito Puente y su cantante invitado, Nelson Pinedo…”.

Al escuchar su nombre, el barranquillero dio tres sonoros taconazos y el gran salón se llenó de música y de parejas bailadoras.

El show duró una hora exacta. Desde el primer minuto se vio un acople absoluto entre el cantante y la orquesta. Era como si hubiesen trabajado juntos la vida entera. El público aplaudió con frenesí al final de cada canción.

Terminada la tanda, Tito y Nelson se unieron en un efusivo abrazo de felicitación mutua. “¿Viste que todo salió bien?”, le susurró Puente a Pinedo. Éste respondió: “Usted es un verdadero maestro”.

Al bajar del templete, Nelson fue abordado por hombres y mujeres de diversos lugares de América Latina que acudieron al Cabo Rojeño con el solo propósito de verlo y parrandearlo de cerca. Unos querían tomarse una fotografía, otros buscaban su firma. Fueron momentos de entusiastas manifestaciones de cariño y admiración. Cuando satisfizo a los fans se fue a descansar a su puesto. Estaba acomodándose en la silla cuando un joven se le acercó: “Señor Pinedo, en aquella mesa lo están solicitando. Se le agradece que acuda cuando disponga de tiempo”.

“¡Hombe, vamos enseguida!, le dijo Nelson al emisario. Se acerqué al lugar, y por poco se fue de espaldas. ¡Era Tito Rodríguez quien le había solicitado!

Tito Rodríguez

“Me extendió su mano, una mano fina, adornada con un anillo de diamantes, y me dijo que para él era un honor conocerme –evocó Nelson-. ‘El honor es mío, le respondí. Yo lo admiro mucho’. ‘Bueno, entonces vamos a intercambiar autógrafos, porque yo también lo admiro, Nelson’. ‘¡Hombe, qué halago tan berraco!, le dije’”.

Fue entonces cuando Tito le confesó que existían dos cantantes frente a los que él se quitaba el sombrero por su dicción: su compatriota Vitín Avilés y él, Nelson Pinedo. “¿Yo?”, preguntó el barranquillero, lleno de asombro. “Sí, usted mismo… Mi estilo de cantar es de Vitín, y yo lo perfeccioné. Por eso, como un reconocimiento, voy a invitarlos a grabar con mi orquesta. A usted, Nelson, por su feeling y perfecta vocalización que me llegan al alma”.

Tito Rodríguez añadió que una de las canciones que más le gustaban era, precisamente, ‘Conociendo el alma’, bolero de Eleuterio Olivera. “No me gusta tanto la letra en sí, sino la manera en que usted la grabó con la Sonora Matancera –anotó Tito-. Usted, Nelson, da una cátedra de lo que es vocalización, de lo que es dicción. Con ese bolero me afino cada vez que voy a interpretar canciones románticas”.

Me trató la vida/ despiadadamente/ hoy me importa poco el ser o no ser/ vivo bajo el peso de los desengaños/  conociendo el alma de cada mujer…

“Señor Nelson, mi respeto. Mi orquesta es exclusiva, y yo quiero grabar un álbum con usted. Solo le pido que haga una versión de ‘Conociendo el alma’ para mí”, expresó Tito Rodríguez.

“¿Está hablando en serio?”, le preguntó Nelson. “Yo siempre hablo en serio. Quiero que el lunes vaya a mi oficina —sentenció Tito, entregándole una tarjeta con su dirección y teléfono—. Allá le daré más detalles del proyecto”.

Con un afectuoso abrazo finalizaron la conversación. Tito iría al escenario, a cerrar el pomposo espectáculo de la noche con su orquesta. Nelson se acomodaría en su mesa para digerir bien el afortunado encuentro, y contemplar la faena de aquellos músicos que lo acompañarían en su próxima grabación.

“Fue emocionante. No encuentro más palabras para calificarlo. Se me erizaba la piel con solo pensar que esa orquestaza me iba a acompañar”, me dijo Nelson.

El lunes, Nelson acudió a la cita. Recordó a Tito como un hombre metódico, riguroso y apasionado en todas las empresas que acometía. “Durante hora y media estuvimos reunidos. Me habló de sus proyectos, de lo mucho que amaba a Takeku Kumimatzu, ‘La Tobi’, su esposa, la japonesa que le daría dos hijos: Tito Jr., y Cindy”.

Nelson le resumió su paso por la Sonora Matancera y sus grabaciones con Rafael Cortijo. Las únicas bebidas que consumieron durante la charla fueron café tinto y agua al clima.

“Quiero que hagamos un ‘elepé’ que la gente recuerde toda la vida —señaló Tito, mostrándole todos los discos que había publicado con su orquesta—. Grabaremos doce temas, pero como ya le dije: le pido, le exijo que cante ‘Conociendo el alma’, el bolero de mi predilección interpretado por usted. Los once restantes números los dejo a su criterio, para que los discutamos”. “Es una orden, maestro —respondió Nelson, entusiasmado—. Para ayer es tarde”.

Semanas después, Nelson, Tito y los integrantes de la orquesta se reunieron, ahí mismo en Nueva York, para concretar el proyecto. Fiel a su propósito de difundir obras colombianas, Nelson escogió para ese trabajo ‘Kalamarí’, porro de Lucho Bermúdez, y ‘Corazón’, bolero de Rafael Rocallo Vilar.

De las nueve restantes canciones que conformaron el disco titulado ‘A latin in America’, gustaron mucho el viejo tango ‘Nostalgias’, de los argentinos Juan Carlos Cobian y Enrique Cadicamo; ‘Reflexión’, bolero del español Antonio Mata, y, en particular, ‘Limeña’, vals peruano de Augusto Polo Campos.

Completaron el disco las guarachas ‘Los toreros’ y ‘Aquella noche’, y los boleros ‘Que te vaya bien’, ‘El tiempo pasó’, ‘Qué cosa es el amor’ y ‘Secreto’.  

El renombrado saxofonista newyorkino Ray Santos, arreglista de jazz afrocubano y ganador en dos ocasiones del Premio Grammy, tuvo a su cargo los arreglos del álbum ‘A latin in América’ en unión a Arthur Azenzer. Tito Rodríguez supervisó la grabación.

Sobre la carátula que ilustró el disco de larga duración, Nelson recordó que “Tito buscó a dos hermosas modelos para que se retrataran conmigo. Lo que muchos ignoran es que ambas mujeres, una rubia y la otra de pelo negro, eran altísimas, con más de uno ochenta metros de estatura. Así que para no parecer un enano me monté en un banquito y así metí ‘mono’. Esa ocurrencia generó risas entre los que estaban observando la sesión de fotografía”…