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A mi amigo Milton

Un día de finales de los años 70 se encontraron nuestras vidas, en un medio académico en ebullición como era el contexto histórico de la Universidad del Atlántico; aquellos fueron años de conmoción en un país donde sus paradigmas se removían, porque nuestra generación hizo rupturas con las tradiciones de una sociedad resistente al cambio, que quería permanecer con los viejos rigores que determinaron la generación hasta mitad del siglo XX.

Nuestra rebeldías no lo iban a permitir, y, desde diferentes espacios, tú, desde la convicción militante de izquierda simpatizante del troskismo,  y yo, desde las filas feministas,  abrimos compuertas sociales y   en nuestras mentes, para  la renovación de  una sociedad diferente. No fue fácil, pero lo logramos.

Largas discusiones acechaban nuestra sed de conocimientos para entender los cambios que se gestaban en América Latina, que nos hacían coincidir en grupos de estudios o en largas discusiones políticas, constituyéndose en escuela de formación. Todo ello, bajo la hermenéutica del agotador debate, pero también con un gran espíritu formador, pues aprendimos que construir, asimilar y respetar las diferencias, nos convertiría en seres humanos con empatía social.  Sé que viviste momentos complejos, como la mayoría de las personas que te rodeamos, porque lo humano es de ardua comprensión y muchas veces raya en lo inhumano.

Aprendimos que el mundo no se podía escribir desde una sola pluma, que éramos diferentes, y que la izquierda podía ofrecernos la oportunidad de ver el universo desde otras miradas, pero que no era la única. Aprendimos, entonces, que el respeto a la diversidad era parte de la justicia y la libertad del pensamiento, ayudándonos a identificar puntos comunes.

Milton Zambrano Pérez

Aunque sé que aprendiste a respetar siempre, unas veces en forma soslayada, y en tus últimos años en forma incluyente –sin asumir “vergüenza” desde tu masculinidad – con mi forma de mirar la vida. Esa mirada que en un mundo rabiosamente masculino le cuesta dificultad aceptar la diversidad desde voces femeninas, lo que mostró una gran sabiduría de tu parte.

 Te acompañé en varios momentos en el espacio académico que liderabas como fue la Tertulia Historia y Pensamiento, en donde fui interlocutora en temas de Mujeres como socióloga y estudiosa de la historia. En el contexto de la pandemia en la Sala Virtual de la Tertulia que convocaste, expuse sobre el feminismo en la novela de Marvel Moreno En diciembre llegaban las brisas. Tu rigurosidad académica, tu entusiasmo por la vida y tu amor por tu ejercicio docente, fue inspirador, pues nunca escuché una queja, no obstante, algunos tiempos difíciles, al estilo Dickens.

Sé que dejaste un gran legado en varias generaciones de estudiantes, pero pienso que, con Margarita, Milton y Andrés, junto a Carmen, su madre guía y forjadora, contribuiste a ampliar aún más esa gran obra. Es el mejor libro que escribiste en las páginas de la vida, ya que asimilaron los buenos y los malos momentos, que los ayudó a crecer emocionalmente, a entender que vivir en el aquí y el ahora cuesta, que es un recorrido complejo, pero conscientes que ese recorrido en donde fluye el amor también estaba lleno de espinas.

Tu partida nos conmovió, te extrañaremos, y aquí vale la reflexión de que morir es un designio inmutable, pero saber vivir como lo hiciste, convierte tu recuerdo en inmortal.

Y como escribe la profesora filósofa  Dayana De la Rosa Carbonell en su imperecedera poesía “Vuelas”, dedicada a nuestra entrañable amiga Ligia Cantillo Barrios (QEPD), pero ahora no en clave femenina, sino masculina: “Los amigos no deben irse nunca… siempre es tan temprano…”

Por siempre, amigo.