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Un mundo llamado el José Arrieta

En Villa campestre hay una cancha que tiene una placa con el nombre de José Arrieta, un profesor muy querido de la Universidad del Atlántico que vivía en el sector y que junto a otros vecinos, se reunían todas las mañanas para jugar fútbol. José estaba entrado en años, era gordito, pero lo suficientemente ágil para ser reconocido y recordado como un delantero letal. Su técnica consistía en no correr, permanecía en el área y cuando el balón le llegaba, hacía un rápido movimiento con la punta del pie derecho que casi siempre terminaba en gol.  A José el Covid-19 se lo llevó, y nosotros los amigos, conmovidos por la sensible pérdida, no vacilamos en bautizar ese lugar donde siempre encontramos felicidad, como la cancha “José Arrieta”.

Ese triste suceso nos hermanó, y a través del deporte cada mañana sentimos que honramos la memoria del amigo que ya no está.  Y claro, también recibimos esas pateadas como una válvula de oxigeno sin igual; se trata de una espectacular descarga de adrenalina que experimentamos de lunes a viernes de 6 a 7 am.

En el escenario deportivo la cita siempre es con William y el profe Jaime que son grandes referentes por su experiencia y calidad futbolística; está Víctor, que llega tarde en una vieja bicicleta, a pesar de vivir frente al parque. Con él pasa algo curioso, normalmente trae un pedacito de panela derretido por la humedad en uno de los bolsillos de la pantaloneta, está en la búsqueda permanente de energía. Nos acompaña Migue que tiene una habitual arenga de batalla después de recibir un gol, “!vamos a ganarles a esos hp!”.

También contamos con un personaje emblemático, como salido de un libro de Gabo, se trata de David Slebi, quien por lo general llega eufórico a la cancha después de haberse tomado en su casa tres tasas de café. Es un brillante cuentero de historias fantásticas atiborradas de plomo, drogas y mujeres, por supuesto con él, como protagonista central. Remata los partidos tomándose un litro de coca cola. Igualmente va Raúl, qué tipo para jugar bien el fútbol, lástima que se le rompen los zapatos. Dimitri un jugador de calidad, experto en San Juanero y campeón de dominó. Roger, un ex alcalde con maestría futbolera. Tenemos un anti- líder, que es mejor no invocar. Y por supuesto, debo mencionar al mejor jugador de todos los tiempos de Villa Campestre, el gran Gio10, un genio incomprendido de las canchas.

Placa José Arrieta

…Ah esperen, no puedo dejar de mencionar al hincha más fiel de Millonarios, el famoso patillalero Tavo Maestre, que desperdicia y desperdicia goles, estoy cansado de explicarle, como se meten.

Durante los cotejos nos la pasamos discutiendo por las picardías de unos y otros, los goles que fueron y que no fueron, el juego fuerte que en ocasiones aparece, pero hay un momento en el que todos nos ponemos del mismo lado, y es para recibir el deseo de bendición que las hijas de Víctor nos prodigan. En medio del juego, llega el trasporte de las niñas y antes de subirse al vehículo le piden desde el otro lado de la calle y a viva voz, la bendición a su papá que juega con nosotros, y luego gritan a todo pulmón, “!amigos de mi papá, que Dios los bendiga!”, y en coro como niños chiquitos, todos respondemos “!Amén!, ese es un soplo lindo cada mañana.

Pero no crean que todo es dicha, nos correspondió relacionarnos con un fumigador profesional de grupos de Whatsapp, me refiero a Edbert quien a punta de stikers cada cierto tiempo combate los desvíos del J.A. sobre todo cuando los ánimos se exaltan.   

Pero lo más grave de todo, es que tenemos a un compañero que ya casi no va a la cita de las mañanas por salud mental, no puede con las preocupaciones,  se trata de Cano, un vecino Suboficial de la policía, a quien las sorprendentes  historias de David Slebi lo dejan perplejo y con la seria disyuntiva mientras juega de sonreír o pedir una patrulla para que se lo lleven preso.  

Hoy la columna me funcionó como zona de distención, espero que a usted también querido lector. El amor por el deporte nos une y nos llena de vida. Un saludo especial a todos mis amigos del “José Arrieta” en Villa Campestre, saben que la historia es mucho más larga.