Share:

¿Por qué es tan terrible el neoliberalismo?

Lo que ahora se conoce como neoliberalismo es el resultado de una evolución terminológica y conceptual que abarca varios siglos. Una evolución que también incluye el plano teórico, el análisis de la sociedad y las formas de organizar la economía y el conjunto social.

El neoliberalismo actual se entronca con el viejo liberalismo económico que nació en el siglo XVIII de la mano de los fisiócratas y de Adam Smith. Este liberalismo fue una reacción contra el predominio mercantilista y el estatismo, que privilegiaban los intereses de las monarquías, de sus aliados tradicionales y de los comerciantes ligados a ellas.

El liberalismo económico de los fisiócratas criticó duramente el control de la economía por el Estado, el intervencionismo y el proteccionismo estatales, y abogó por la libertad económica, es decir, por la libertad para organizar empresas, hacer negocios e importar y exportar sin las limitaciones impuestas por las monarquías.

Adam Smith y David Ricardo, en Gran Bretaña, elevaron estas ideas aún más y sostuvieron que la economía, el mercado, debía funcionar de acuerdo con la ley de la oferta y la demanda, con la libertad para competir y hacer negocios y sin la interferencia estatal. La competencia y el interés privado se encargarían de revolucionar las fuerzas productivas y de estimular el crecimiento económico.

Estos planteamientos, anclados en el capitalismo industrial de finales del siglo XVIII y del siglo XIX, fueron un estímulo para acelerar la división del trabajo al interior de las fábricas y entre los países, sirviendo de trasfondo al gran desarrollo económico que trajo al mundo la industrialización capitalista y la modernización que acabó con los estados monárquicos y le dio la estocada final al feudalismo.

Las ideas liberales en economía siguieron su viaje a lo largo de los siglos XIX y XX, enfatizando unos aspectos en ciertas corrientes y negando otros en otras. Todas partían del supuesto clásico de que el mercado debía funcionar sin las interferencias que imponía el Estado, cuyo antecedente histórico principal era el mercantilismo.

La denominada escuela austriaca de economía, el enfoque neoclásico y las corrientes de economía liberal contemporáneas se mueven a través de parámetros elaborados hace siglos, como el supuesto del hombre económico de Smith el cual, buscando su propio interés, podría ayudar a resolver problemas de otros.

La reducción del tamaño y las funciones del Estado y el abrirle paso a un mercado desregulado son aspectos fundamentales de la economía liberal. El apostarle a la economía privada sin restricciones (la llamada libertad económica) es siempre un asunto central de este ideario económico.

(Cabe aquí hacer un paréntesis aclaratorio: economía liberal no es sinónimo de política liberal. El liberalismo político tiene otra trayectoria, la cual se entronca con la división de poderes del Estado, el pluralismo, la libertad de pensamiento y organización, la democracia, etcétera. El liberalismo político puede coincidir con el económico en un partido o movimiento, como ocurrió en Colombia en el siglo XIX con los liberales políticos librecambistas. Pero, en el siglo XX, el liberalismo económico fue puesto en boga de nuevo por los sectores de ultraderecha, como los neoconservadores, los minarquistas y los anarcocapitalistas. Esto fue así porque ese liberalismo se convirtió en una ideología defensora de los intereses más agresivos de la burguesía. La supuesta revolución neoliberal de los años setenta y ochenta del siglo XX se produjo de la mano de agentes muy retardatarios, como Pinochet, Reagan y la Thatcher. En política, el neoliberalismo está siempre a la derecha del espectro político).

Es cierto que el hombre económico de Smith, la competencia, la industria y el mercado se han convertido en una potencia histórica que ha revolucionado las fuerzas productivas he impulsado el desarrollo económico sin precedentes que vivió la sociedad bajo el sistema capitalista.

Pero la ambición desbocada también es un grave problema que adquiere formas catastróficas en el manejo de los recursos naturales, en el cuidado del medio ambiente y en la propia dinámica de la economía. Se trata de un fenómeno de dos facetas, una positiva y otra negativa, que es necesario conocer bien para actuar en consecuencia.

Es complicado idealizar o romantizar la influencia del capitalismo, destacando solo sus logros indiscutibles en materia de cambio social y de mejora de la calidad de vida, dejando a un lado el efecto devastador sobre el medio ambiente y sobre las relaciones internacionales, que se han vuelto más tirantes por causa de la lucha por riquezas y ganancias.

Por otra parte, los liberales económicos han predicado que la economía capitalista tiende al equilibrio y que dejar al mercado actuar en completa libertad no solo conduce a un equilibrio global sino a la superación de los problemas sociales, dos falsedades que rebotan en la realidad histórica.

La experiencia práctica va en contra de esta posición. La economía capitalista suelta de madre no resuelve los problemas sociales (cuya solución requiere la compañía de la acción estatal, como sucede hoy en el mundo) y avanza siempre hacia la concentración y centralización de la riqueza (como lo destacó Marx) y hacia la formación de crisis feroces, según la visión de Keynes.

Los monopolios y las crisis periódicas más fuertes son una consecuencia inevitable de la libertad económica capitalista. Y los riesgos aumentan cuando los agentes económicos, en pos de la ganancia, se vuelan todos los semáforos y propician conflictos, guerras, inestabilidad y daños irreparables a la naturaleza.

Lo que hoy se denomina neoliberalismo resulta de esa evolución histórica. Esta es una concepción que favorece el desarrollo capitalista, pero a cualquier precio y soltando las fuerzas que hacen muy dinámico al sistema, como la ambición, la competencia, etcétera, pero que también suele irrespetar a la vida humana y al contexto ecológico.

El neoliberalismo se ha convertido en una ideología sectaria que no aboga por los intereses generales de la humanidad, sino solo por los particulares de los capitalistas. A causa de centrarse en estos últimos, carece de una preocupación genuina por los asuntos naturales y sociales.

El neoliberalismo (y sus expresiones extremas del minarquismo y el anarcocapitalismo) está en la base de las posiciones de la ultraderecha europea y norteamericana. Como se sabe, a esa ultraderecha no le interesa nada distinto a las ganancias y por ellas hace lo que sea, sin ningún escrúpulo.

Los partidos neoconservadores y neofascistas de todo el planeta normalmente beben de la ideología neoliberal, como ocurre con Trump y los republicanos en los Estados Unidos. Tales partidos en el poder no promueven nada bueno para la humanidad.

La crítica de Marx y de Keynes al capitalismo salvaje ha dejado lecciones que es necesario rescatar. Aunque la revolución marxista ya no tiene razón de ser (debido a la crisis profunda de la teoría del cambio social de este sector), el esfuerzo del pionero se ve reflejado en la necesidad de seguir promoviendo el trabajo social a favor de las mayorías, pues los problemas sociales perviven, a pesar de los progresos.

No es cierto, como lo pregonan los ideólogos del neoliberalismo, que las injusticias sociales desaparecerán en el marco de un desarrollo económico completamente desregulado. Siempre se requerirá del esfuerzo a través del Estado para combatir esas injusticias y para construir entornos más amables para la humanidad.

Después de la profunda crisis del socialismo real y del cambio del modelo económico socialista por la economía de mercado en China, Keynes ha cobrado mayor relevancia por el énfasis que puso en la regulación del capitalismo para trabajar lo social y meter en cintura a las crisis periódicas.

Las teorías económicas más prometedoras del ahora no se inscriben en la estela del liberalismo económico, ni del marxismo, sino en el enfoque de Keynes. Ya existe mucha conciencia entre los expertos sobre la necesidad de regular inteligentemente al capitalismo.

Regular para combatir la concentración excesiva de la riqueza, la desigualdad económica extrema y los daños a la sociedad y a la naturaleza que provoca el capitalismo salvaje, como lo enseñan teóricos tan importantes como Amartya Sen, Thomas Piketty y Joseph Stiglitz.

Hoy no se puede vivir sin economía privada ni mercado (sobre todo después de la debacle del socialismo), pero sí es posible vivir sin neoliberalismo, gracias a las ideas de la economía heterodoxa que se abren paso a nivel mundial. El neoliberalismo es un peligro que puede hundir a la sociedad aún más en el desastre.

Para construir sociedades más sanas y pueblos menos agresivos, la humanidad debe superar definitivamente la etapa neoliberal. Esa es la gran tarea del momento.

Fotografía de archivo de las aguas contaminadas del río Indus, en Pakistán