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Memoria e historia

Al colega historiador Jesús Gustavo Peñaloza, quien me sugirió este tema.

La memoria es, de manera general, recuerdo en toda la extensión de la palabra. Sin el recuerdo no existiría la humanidad, pues la cualidad más relevante de esta es la capacidad de simbolizar, de construir cultura simbólica, donde el recuerdo ocupa el pedestal más importante a través de los saberes y otras formas.

La memoria puede ser viva, al habitar en cada quien, y al viajar en los individuos en el marco de la tradición, el idioma, el mito, la leyenda, las costumbres sociales, los hábitos singulares o colectivos, la ideología, etcétera. Este tipo de memoria es existencial, y suele relacionarse o expresarse en objetos de cultura materializados.

Los objetos de cultura, o las concreciones materiales de la cultura simbólica, integran la memoria no existencial, es decir, el recuerdo cristalizado en bienes culturales que se convierten en testimonios tangibles del paso de los seres humanos por la sociedad.

Tanto los objetos de cultura como las prácticas culturales están conectadas al recuerdo, a la memoria, al ser una encarnación de esta o al no poder prescindir del recuerdo para su ejecución, para su praxis. El libro, por ejemplo, es un objeto de cultura que sirve de vehículo a la transmisión cultural, y de medio para el desarrollo de ciertas prácticas culturales.

Un libro se utiliza para transmitir las ideas de otro, pero ha sido, así mismo, el eje de la práctica de la lectura en la modernidad, así como el principal camino para encapsular lo escrito que se comunica a las demás personas. Tanto la lectura como la escritura son prácticas culturales donde el recuerdo cumple un papel principalísimo.

Los documentos de que se sirve la historia podrían ser vistos como legado de la memoria colectiva, en el sentido de ser vestigios asociados a la actividad humana, la cual deja testimonios objetivos, como las fuentes escritas, monumentales, numismáticas, entre otras, cargadas de información sobre la vida social. Esa información documental es otra forma del recuerdo.

No es gratuito que Jacques Le Goff (El orden de la memoria) defina a la ciencia histórica como una especie de memoria razonada. En muchos sentidos, la historia es una reflexión sobre el recuerdo que yace en las huellas legadas por el tiempo. Y esas fuentes suelen ser expresión de la cultura que, además, aportan indicios sobre el discurrir humano en el tiempo.

La historia es, en lo fundamental, una reflexión sistemática sobre lo que ocurrió, y lo que ocurrió debe estar cristalizado, en la mayoría de los casos, en fuentes objetivas, para servir de medio informativo al historiador.

En este sentido, la memoria es materia prima de la historia, pero esta última no se agota en la simple interpretación de los testimonios, pues tiene su propia historicidad como forma de conocimiento, la cual se relaciona con sus teorías, métodos y técnicas, con las escuelas o grupos que la han desarrollado a través de los siglos, así como con los saberes acumulados en los libros y en otros formatos.

La historia es la disciplina que analiza la memoria “en bruto”, por denominarla de alguna manera, y podría verse como memoria razonada en el sentido de que es un tipo de recuerdo profundo, sistemático, que ha pasado por el tamiz de la ciencia social.

Los libros de historia son medios para recordar lo que ocurrió, pero encarrilados en el ámbito de la ciencia, y no del simple sentido común. Los historiadores reelaboran la memoria común en el laboratorio de su ciencia, y le entregan a la sociedad un resultado que posee el potencial de elevar la calidad y la cantidad del recuerdo.

La historia, como aduce Pierre Nora, es un instrumento científico que cumple el papel de árbitro entre las diferentes memorias. Un árbitro que selecciona y omite, que trata de integrar lo que se puede integrar, así como de explicar los detalles menos visibles, más ocultos, del recuerdo.

La historia no solo utiliza la memoria cristalizada en los documentos que legó el tiempo, sino que puede extraer información de las fuentes vivas, las llamadas fuentes orales, que encarnan la memoria existencial.

En todos los casos, su propósito es develar y emplear indicios para darle cuerpo al discurso histórico. La memoria existencial contenida en las fuentes orales, o la memoria materializada en los documentos, están en la base del análisis histórico contemporáneo. Sin esas pruebas de lo ocurrido es imposible razonar históricamente, o producir historia.

Pero la ciencia histórica no es solo una forma de memoria razonada sino, también, un medio para construir otras memorias. El saber sobre lo que ocurrió, acumulado en los textos de historia, normalmente se utiliza para ilustrar a los interesados sobre su región, su país o el mundo.

Ese proceso ilustrativo, que tiene como eje la formación histórica en mayor o menor medida, contribuye a construir otra mentalidad, otra memoria, otra capacidad de recuerdo en las personas que entran en contacto con los saberes procesados en el campo de la historia.

En consecuencia, la memoria razonada llamada historia puede ser vehículo para elaborar nuevas memorias existenciales, con poder para impactar el desarrollo de la ciudadanía, del sentido de pertenencia a una comunidad imaginada, o en el surgimiento de una memoria crítica sobre el pasado.

La historia y la memoria son dos momentos especiales de un gran proceso, el de mantener y explicar el recuerdo sobre lo ocurrido; en esa tarea, ambas se retroalimentan y enriquecen.  Ellas contienen lo que fue y es la humanidad, para beneficio del presente y el futuro.

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