Johana del Carmen Montoya
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‘A veces quisiera no estar viva’

Johana del Carmen Montoya, la madre que dio muerte a sus tres hijos en Palmar, le pide fuerzas a Dios para seguir adelante. ‘Mi madre me dice que soy un monstruo’.

‘Estoy arrepentida. Full. Me hacen bastante falta mis hijos”.

De esa manera Johana del Carmen Montoya Rosario, hoy con 25 años de edad, rompió su silencio, salió de su mutismo y decidió enfrentar su pasado reciente.

La imagen de lo que hizo esa noche del Miércoles de Ceniza, 18 de febrero de 2015, galopa a todas horas en su mente: darle muerte a sus tres hijos, Abinadad, Katty Johana y Luis Enrique, de 10, 6 y 4 años, y después causarse heridas en su cuello y en su muñeca izquierda, en un intento por acompañar a la otra vida a sus menores.

Hoy sus días transcurren en momentos de depresión, tristeza y un enorme vacío.

Los medicamentos para dormir ya no le están surtiendo ningún efecto.

“Me despierto a las 3 de la mañana y no puedo volverme a dormir. Solo pensar en mis hijos”.

“Hay días en que estoy bien y otros deprimida. Sobre todo los viernes que viene mi mamá y comienza a decirme que soy un monstruo”.

Uno no puede concebir que una madre llegue a esos extremos, de llamar monstruo a su propia hija.

Johana del Carmen hace una pausa. Suspira profundo y retoma el diálogo.

“Creo que le voy a decir que mejor no venga más a visitarme si viene a bajarme la moral. Ella está resentida porque yo denuncié a mi papá. Se llama Cipriano José Montoya. Él está preso en la Penitenciaría El Bosque”.

Johana del Carmen toma fuerzas y sigue.

“Lo denuncié porque intentó abusar a mi niña. Cuando entré al cuarto lo vi nervioso y la niña estaba acostada. Le estaba tocando sus partes”.

A la joven madre las palabras le salen a borbotones. Como tratando de exorcizar esos recuerdos que la han marcado para toda su vida.

La pregunta es obvia: “¿buscaste ayuda y denunciaste el caso?”

Recordó que fue al Caivas (Centro de atención integral a victimas de delitos sexuales) y sintió que no recibió la ayuda oportuna y necesaria.

“Me quitaron la custodia de la niña y se la dieron a mi tío y al niño no me lo querían entregar porque estaba bajo de peso”.

Uno lamenta que en este caso el Estado no activara sus alarmas y de esa manera se hubiera podido evitar esta tragedia.

Recuerda que su tío se enfermó y la niña quedaba a la deriva.

“No quería que se repitiera mi historia. Mi papá abusó de mi a los 8 años y a los 10 yo me fui de la casa”.

El relato es desgarrador. Johana baja la vista y comienza a limpiarse las manos, a pesar de que estas estaban aseadas.

Esa noche, cuando creyó que se le habían cerrado todos los caminos y no había más luz al final del túnel en el que se encontraba, tomó la fatal decisión.

“No pensé en quedar viva”.

Recuerda que días antes de esta trágica decisión vio una aparición en su casa.

“Estaba haciendo un trabajo manual para mi hijo cuando se me apareció una mujer con la cabellera que le tapaba la cara. Tampoco tenía pies. Flotaba. Quedé como hipnotizada”.

La voz se le entrecorta y deja escapar unas lágrimas. Traga saliva y dice en forma detenida y con tristeza. “Estoy arrepentida y full. Me hacen bastante falta mis hijos”.

Ninguna palabra mía en ese momento puede sacarla a flote.

“Pido a Dios que me perdone y me ayude a seguir adelante. A veces siento que no tengo fuerzas para seguir. A veces quisiera no estar viva”.

Le cambio el tema. Le pregunto por sus compañeras de prisión.

Asegura que mantiene buenas relaciones con la mayoría de las internas.

Solo las del pabellón donde están las capturadas por tráfico y consumo de alucinógenas, la tratan mal.

“Las llamadas ‘chirris’ cuando están drogadas me gritan groserías. Pero no les presto atención”.

Ante la ausencia de un guardia en la parte de arriba, Johana del Carmen permanece en estos días en la sección de abajo, vigilada. Reconoce que ahora sí le están brindando ayuda psicológica, mientras el proceso judicial continúa surtiendo todas sus etapas.

En medio de esta tragedia, la joven es asistida y apoyada económica y moralmente por su compañero, un señor que trabaja en un granero en Barranquilla.

“Él me dijo que cuando saliera nos casábamos. Me quiere y me apoya mucho. También ha sufrido mucho. Viene todos los miércoles y me visita”.

Johana del Carmen Montoya no quiere que nadie sufra lo que ella está sufriendo por eso se anima a darle consejos a las madres jóvenes.

“A las jóvenes les pido que se aferren a Dios y no cometan el mismo error que yo cometí. Pero yo voy a seguir adelante, me voy a casar y voy a ser feliz”.

A lo largo de la charla fue el único momento en que esbozó una sonrisa. Pero después la tristeza le volvió a cruzar el rostro.