El regreso del miedo
Si la violencia del castigo fuera la solución al delito, Colombia hace mucho tiempo viviría en paz.
En los últimos meses, se ha evidenciado un resurgir del miedo en Colombia, un temor que trasciende la inseguridad y se instala en el imaginario colectivo, impulsando a sectores políticos a proponer soluciones radicales. Recientes informes –como “El regreso del miedo”, publicado en El País a finales de 2024– alertan sobre cómo este sentimiento, alimentado por cifras alarmantes de criminalidad y la inestabilidad institucional, favorece la emergencia de liderazgos autoritarios y modelos populistas que depositan en figuras mesiánicas su esperanza y les conceden un poder desmedido.
La inseguridad ha vuelto a ocupar el centro del debate público. Según una encuesta de Invamer realizada en agosto pasado, el 82% de los colombianos percibe que la inseguridad ha empeorado en los últimos años. Este sentimiento está fundado en cifras muy inquietantes: aumentos en homicidios, secuestros y extorsiones que, lejos de ser meros datos estadísticos, impactan en la vida cotidiana de miles de familias. La consecuencia directa de esta escalada es la seducción de soluciones fáciles y simplistas que prometen erradicar el miedo de un plumazo, pero que históricamente han demostrado ser ineficaces o incluso contraproducentes.
Por ejemplo, el modelo “Bukele” –tan popular en discursos y en redes sociales– ha sido aclamado por algunos sectores como la solución definitiva a la inseguridad. Sin embargo, la experiencia de países vecinos como Ecuador y Honduras evidencia que este tipo de propuestas, aunque atractivas en apariencia, tienden a generar más violencia y erosión de las garantías democráticas. Sin ir muy lejos: si la violencia del castigo fuera la solución al delito, Colombia hace mucho tiempo viviría en paz. La crueldad de nuestras penas actuales no es nada en comparación con las atrocidades que, históricamente, han sido cometidas en nuestro país en nombre de la seguridad ciudadana. Que se crean ese cuento naciones que, a diferencia de la nuestra, no han vivido La Violencia.
Con todo, hoy Colombia tiene miedo. Miedo por la inseguridad urbana, por la inestabilidad política y por la incertidumbre económica. Miedo por la peligrosa situación que puede desatarse en la política internacional por el encuentro de un matón con un mártir. Miedo por las instituciones y por los derechos individuales de los más vulnerables. Miedo de que, al final, no pueda cambiarse lo que ha de cambiar en nuestro país.
Esto es una realidad innegable. Por eso, en mi opinión, no hace falta debatir sobre si el sentimiento que miden las encuestas es real o no. Más bien, debe dirigirse la atención a qué hacer en adelante: En lugar de permitir que el miedo regrese para dictar las reglas de nuestro destino, debemos aferrarnos a las instituciones que nos han mantenido en pie después de tantas tragedias. Nuestro país no es ajeno a las dificultades y, aunque hemos salido adelante de la mano de notables líderes, han sido las instituciones -como la división de poderes y la consecuente independencia judicial, la elección popular o la neutralidad política de las fuerzas militares- las que nos han permitido existir.
La concentración del poder y la suspensión de derechos fundamentales no pueden ser la respuesta a un problema que, en esencia, requiere de políticas de Estado basadas en la transparencia, el diálogo y la inversión en el bienestar social. El miedo, al actuar como catalizador de discursos polarizados, conduce a una peligrosa disyuntiva: elegir entre la consolidación de una democracia plural o sucumbir a los atajos autoritarios.
El miedo no debe ser el timón del voto popular, sino el ancla de nuestra democracia. Nos recuerda atrocidades, sí, pero, con suerte, también habrá de hacernos recordar la razón por la cual decidimos erigir nuestras instituciones. No se trata de negar la existencia de amenazas reales, sino de reconocerlas y enfrentarlas con políticas responsables y consensuadas. De aferrarse a ellas, ahora más que nunca. Al final, la institucionalidad -no la individualidad- es la única cura real para el miedo.