Share:

¿Sí podremos derrotar a la polarización?

Se llama polarización al estado de enfrentamiento y crispación en que viven varios sectores políticos, o  los grupos de la población colombiana; la causa principal de que haya personas que piensen al otro como enemigo irreconciliable es, indudablemente, la guerra que aún no termina, aunque existen otros factores, como el sectarismo, que se alimenta de los dogmas ideológicos, o de cualquier otra dogmática.

La guerra generó una fuerte carga de odio y resentimiento hacia el enemigo, hacia el otro; esa inquina ha sido incrementada por los partidos políticos y personajes que ven en ella un medio para ganar elecciones. La política está saturada de ese odio, que se ha convertido, en muchos sentidos, en guerra simbólica, con potencial para transformarse en algo más peligroso.

La polarización es en un fenómeno político y cultural muy impregnado en las extremas, donde hizo su nido. Derrotarla pasa por vencer a los furibundos, pero sin fusiles, con la política, la educación y las leyes. Esta es la gran tarea del momento y, quizás, el mayor reto colectivo de los colombianos.

No es fácil eliminar a la polarización porque es muy difícil exorcizar el odio, el resentimiento y los dogmas que se han vuelto carne y sangre en la gente. Pero negarse a luchar contra ese estado de cosas que destruye a la política, a la cultura y al país es un acto suicida que ayuda a incrementar la enfermedad del sectarismo y a alejar aún más la posibilidad de la paz.

La tarea es muy ardua, ya que la nación está dividida por dos bandos (los extremos del espectro), que son más parecidos de lo que ellos mismos se atreven a reconocer: parecen siameses. El comportamiento furioso en las redes sociales demuestra que la carga de odio hacia el otro los retiene, cautivos, en la jaula de inquina de la que no quieren o no pueden salir.

No es fácil hacer política o aplicar las leyes en un ambiente tan enrarecido como este. Las mentiras, las calumnias y las noticias falsas, que llueven de lado y lado, ensombrecen el ambiente y la posibilidad de discernimiento. A esto se agrega que uno de los bandos, que no desea la reconciliación, llegó al poder.

Ese partido de cruzados de la ultraderecha se ha opuesto sistemáticamente a los acuerdos de paz, y ahora sabotea, desde las mismas instituciones, lo que se decidió en La Habana entre el gobierno Santos y las Farc. Sus soldados, y quien los dirige ahora, están empeñados, al precio que sea, en evitar la buena marcha de la JEP.

La JEP representa, para Uribe y los suyos, el mismísimo demonio. No porque esta institución sea demoníaca en sí, sino porque podría abrir una peligrosa caja de Pandora que lo dañaría a él y a muchos de quienes le acompañan. Esta es la principal causa del saboteo a la Justicia Especial.

Y ese es otro de los graves motivos que dificultan la reconciliación nacional. Porque el uribismo, como vanguardia de la guerra que aún no concluye, no solo está empeñado en destruir los acuerdos de La Habana y en desmontar la JEP, sino en aplicar la venganza contra sus enemigos.

El uribismo no quiere justicia sino venganza, y con ese comportamiento político lesiona las instituciones y vuelve a poner en jaque la posibilidad de la paz. Parece ser que la única paz que le complace es la de los sepulcros.

Este es el otro gran reto que enfrenta el país en su tarea de salir del hoyo negro de la violencia, junto al de la guerrilla del ELN y al de la polarización endémica, que es el pan nuestro de cada día. ¿Sí será posible que logremos superarlos?