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Leer más allá del disfraz

El sábado recién pasado tuve la oportunidad de participar en un curso dictado por la doctora en Literatura y académica de la Universidad de Los Andes en Chile, Paula Baldwin. La temática que abordó la destacada profesora fue las mujeres en Shakespeare en una perspectiva en 360 grados, es decir, desde los espacios en que se mueve el mundo femenino hasta las más intrincadas características psicológicas de los personajes femeninos de sus obras.

Al momento de desarrollar una lectura colectiva nos puso en contacto con un destacado monólogo que el dramaturgo inglés de fines del siglo XVI y comienzos del XVII pone en la boca de Porcia en el contexto de El Mercader de Venecia. Vestida y disfrazada de hombre y abogado, en un espacio que el canon dominante ha preservado con bastante exclusividad a los varones, se atreve a interpelarlos con una brillante reflexión: “La cualidad de la misericordia no es la obligación. Se derrama  simplemente, como la dulce lluvia sobre la tierra. Es dos veces bendita: bendice al que la da y al que la recibe. Es el poder más grande de los poderosos y le sienta al rey mejor que su corona. El cetro  simboliza la fuerza del poder terrenal, el atributo del respeto y la majestad, donde reside el temor que inspiran los monarcas. Pero la misericordia se alza por encima del cetro, porque su trono se haya en el corazón de los reyes y es atributo de Dios mismo. El poder terrenal se asemeja al poder  de Dios cuando la misericordia tempera la justicia. Por eso, judío, aunque la justicia contemple tu causa, recuerda que en rigor de justicia ninguno de nosotros se salvaría: todos rezamos por misericordia y esta misma plegaria nos enseña a devolver los actos de misericordia.”

El texto no sólo emociona por su profundidad, sino que también por su trascendencia y tremenda actualidad. No es muy difícil desentrañar el porqué es una mujer disfrazada la que interpela, la que emociona y sensibiliza, la que aporta una mirada femenina (que tanta falta hace siempre) a una cuestión que para muchos, incluso en nuestros días, es un ámbito reservado a los hombres. Es necesario que 400 años después se levante la voz de una Porcia (sin disfraz) que nos interpele a muchos no solo sobre el rol que las mujeres deben tener en la vida pública y  que aporte a esa sensibilidad masculina que muchas veces enceguece y no supera la visión tradicional, la norma impuesta y el canon que ese mismo contexto cultural ha construido (aún me preocupa la escasa representación que tienen las mujeres en las esferas de poder de nuestra subdesarrollada realidad)

La lectura del monólogo nos puede llevar también por otro disfraz, la justicia enriquecida moralmente por la misericordia que esconde los  más variados intereses ideológicos. El apoyo de las instituciones financieras internacionales a los países más pobres y que imponen más de alguna condición que busca perpetuar el modelo económico dominante; el show mediático de algunos presidentes latinoamericanos que buscan intereses políticos mezquinos en una ayuda humanitaria que, desde el verdadero sentido de la misericordia  esa que también bendice al que la da, no necesita de una parafernalia que eleva una supuesta cruzada justiciera y que desprecia la labor de organismos internacionales históricamente comprometidos con la misericordia y la justicia; el silencio ante las injusticias y abusos que sobre miles de millones de personas ejerce el gobierno comunista chino, ya que no parece recomendable enfrentarse a la potencia económica que consume el 50 por ciento de las materias primas del mundo;  el disfraz de la misericordia y la justicia que no levanta las mismas banderas para con aquellos lejanos a los mezquinos intereses políticos: no escucho de la misericordia gubernamental latinoamericana para con los 7,5 millones de afganos que se encuentran en una situación de profunda crisis; para con la sequía que afecta hace más de un año a Etiopía y que ha provocado el desplazamiento de miles de personas y varios millones en riesgo alimentario; en Irak, con más de tres millones de desplazados y más de 11 millones de personas en condiciones de extrema precariedad; en Libia, donde coexisten al menos tres gobiernos que han generado una guerra civil con millones de pérdidas de vidas; Mali, Lago Chad, que solo en este último caso presenta más de 4,5 millones de personas con inseguridad alimentaria; en Siria, en donde los casi 8 años de guerra ha provocado la alarmante cifra de más de 13 millones de desplazados y más de 6,5 millones que sufren de inseguridad alimentaria; los conflictos en Ucrania generado por separatistas prorrusos que ponen en una situación dramática a 3,4 millones de personas; el drama que vive el pueblo palestino desde 1948 y que, a pesar de ser reconocida como una de las catástrofes humanas más injustas de la historia, no lleva a que se levanten voces que delaten una de las más tremendas injusticias y nos invada la misericordia.

La justicia y por sobre todo la misericordia, no requieren de disfraces que desde tal o cual ideología, modelo económico-político o credo, nos lleven a denunciar lo que nos interesa y a  invisibilizar, y por qué no decirlo, hasta demonizar aquello que no cuadra con el canon. La misericordia que tempera la justicia  de verdad, sin disfraz ni caretas no tiene sexo, nacionalidad, credo ni ideología, se derrama como la dulce lluvia sobre la faz de la tierra.