EN VIVO

Vea nuestro noticiero aliado Atlántico en Noticias

Comenzo a transmitir hace 1 hora

Share:

Arde el planeta

Están ocurriendo hoy una serie de eventos simultáneos que siembran la idea de que el mundo arde por todos sus costados. Esta conclusión se deriva, en parte, del nuevo rol de las redes sociales y de los demás medios de comunicación, que nos permiten observar, en tiempo casi real, tales fenómenos, sin que la distancia o el lugar donde ocurren sea un obstáculo.

Este hecho comunicativo no ocurría en los siglos pasados, pues florece ahora como una consecuencia del desarrollo de la radio, de la prensa, de la televisión y del vuelco revolucionario que ha ocurrido a raíz de la llegada de Internet. Tal proceso ha cambiado drásticamente los canales por donde transcurre la cultura simbólica y, sobre todo, la velocidad de la comunicación.

Pero ese nuevo evento, que globaliza la interconexión humana, puede dar pie, también, al surgimiento de conclusiones fáciles, a espejismos o a conclusiones erróneas, mediante las cuales se colocan en un mismo nivel coyunturas de contornos y orígenes distintos.

Los levantamientos en Hong Kong, por ejemplo, se explican mejor si se atiende a la historia de esa isla y a su relación con China y con Inglaterra. Se sabe que bajo la dominación inglesa, esa parte de China gozó de una serie de privilegios políticos y económicos que están en la base de su desarrollo.

Cuando se logra el acuerdo para pasar el control del territorio de manos del Reino Unido a manos chinas, se respetaron muchas de las ventajas autonómicas de que gozaba Hong Kong. Pero con el transcurrir del tiempo empezaron a surgir los conflictos que tenían que surgir entre la dirigencia China y los habitantes hongkoneses.

China continental no tiene problemas con la economía de mercado, pues desde los años setenta adoptó ese modelo para transformar su sociedad, reconociendo, en la práctica, el fracaso de las estrategias estatistas que se derivan de las teorías de Marx. Sin embargo, la dirigencia China desea más protagonismo en la economía hongkonesa, tal y como la ejerce en el continente.

Esta es una de las principales fuentes del conflicto, la cual genera malestar entre las élites de Hong Kong, dueñas y señoras del proceso económico desde que salieron los ingleses. Los chinos continentales se acostumbraron a hacer presencia en las empresas capitalistas de su país, y a extraer riqueza de estas para redistribuirla a través del Estado.

Además, manejan todavía sus planes estratégicos globales y, a pesar de la libertad económica que otorgan para el desarrollo de la economía de mercado, inducen a todas las empresas, estatales o mixtas, a estar sintonizadas con su visión estratégica de conjunto, que busca convertir a China en potencia económica mundial.

No es tan fácil que los hongkoneses entren a este juego estratégico chino, sobre todo si este lesiona su tradicional libertad económica y la autonomía de que gozaban bajo el control inglés. Esta es una de las raíces ocultas de los levantamientos en esa parte del planeta.

El otro aspecto que genera la protesta social se relaciona con el modelo político aplicado por los chinos desde los tiempos de la revolución. Se sabe que cambiaron drásticamente el rumbo económico, al reemplazar el estatismo socialista por la economía de mercado, pero mantuvieron el esquema de partido único.

Aquí viene el principal dilema para los dirigentes chinos. A medida que se desarrolla la economía de mercado, las exigencias de libertad política parecen aumentar, tanto por la ruta de los intereses de quienes dirigen el proceso, como de los sectores populares que trabajan en las industrias, los bancos, los comercios o cualquier otra actividad.

Ese conflicto por más libertad enfrenta a la sociedad china en expansión con una dirigencia que se plegó al mundo económico capitalista, pero que no quiere flexibilizar la dirección a través del Estado. La situación nueva que se creó con la realidad china (de una economía de mercado dirigida por un partido que aún se proclama socialista) tiene su principal talón de Aquiles en la libertad política que este puede conceder sin perder sus privilegios.

Esa es la otra causal de la protesta que ocurre en Hong Kong, que ha puesto en dificultades a la dirección del Partido Comunista. Con la diferencia de que la problemática de la libertad para acceder a Internet, para hacer política, etcétera es un asunto más general porque toca a casi todos los estratos sociales. El autoritarismo del Estado chino es, también, uno de los factores del conflicto hongkonés.

El otro caso notable en la ardentía que sufre el mundo es el de Cataluña. Pero las causas que lo motivan son muy diferentes a las de Hong Kong, a pesar de las similitudes. Sobre Barcelona y Cataluña nunca se ha cernido una dictadura comunista atenuada, como la que podría sufrir la isla asiática.

La dirigencia catalana nacionalista parece estar más organizada que quienes dirigen la protesta social en Hong Kong. Además, su perfil es distinto porque los burgueses de Cataluña suelen usar los mismos trucos de la ultraderecha más rancia de Europa para justificar su combate y su proyecto.

Nadie puede garantizar que se podría construir una Cataluña mejor con gentes expertas en las noticias falsas y que carecen de escrúpulos para engañar a los demás con tal de lograr lo que se proponen. Esa gente es capaz de hacer retroceder las ruedas de la historia, empujando a esa parte de España hacia el fanatismo más severo y hacia una sociedad dominada por una parte muy degradada de sus élites.

De triunfar el independentismo catalán liderado por la ultraderecha más conservadora, ocurriría algo parecido a lo de Brasil o a lo de Estados Unidos, donde la gente, trabajada en sus instintos más primarios por los astutos políticos populistas, iría detrás de aparentes soluciones que no pasan de ser engaños bien elaborados.

La gente que dirige el movimiento independentista catalán ofrece un regreso a un supuesto pasado que cree mejor, aunque no pase de ser un invento o una falsedad bien preparada para mover a los incautos. Detrás de ese truco están sus intereses económicos, y su deseo de controlar la política sin interferencias.

No es fácil alcanzar un acuerdo, y tampoco es fácil liberar a los independentistas catalanes presos, sobre todo por la coyuntura política que atraviesa España, y por el grado de radicalización de los nacionalistas. Como se ve, analizar la protesta en esta parte del mundo pasa por tener en cuenta otras variables y otro contexto, diferentes a los de Hong Kong.

Lo mismo cabe decir con respecto a lo que ocurre en América Latina, que tiene ribetes cómicos si no fuera tan trágico. Después de bajar un poco el voltaje de la crisis venezolana y nicaragüense (al menos en los medios de comunicación), se mete ahora el incendio de Ecuador y Chile.

Lo de Ecuador tiene que ver con el intento un poco tonto de un presidente en dificultades con la oposición, que trata de nivelar las arcas del Estado y conseguir liquidez en el exterior golpeando el bolsillo de los sectores populares. Ya la gente no aguanta más presión, y encima de eso le meten un aumento en la gasolina que trae consigo un efecto dominó sobre otros aumentos que afectarían muy negativamente el costo de vida.

Lo notable en la situación de este país fue el rol jugado por las organizaciones indígenas, las líderes de una protesta social que contó con la simpatía de la población ecuatoriana y de otras partes de América Latina. Si Lenin Moreno no se apura, quizás se hubiera convertido en un presidente defenestrado por la protesta popular en ese país.

Lo de Chile es un poco diferente, aunque también guarda relación con golpear el bolsillo de los sectores populares sin ninguna clase de consideración. Aquí se ve con claridad el papel social que le compete al Estado, y el fracaso de las crudas políticas neoliberales.

Piñera fue más rápido que Moreno y se adelantó a desbaratar el aumento del pasaje en el Metro antes de que el incendio pasara a mayores. Con todo, queda claro que estos dirigentes de corte neoliberal no piensan en quitar o poner impuestos llevados por su sensibilidad social, sino presionados por la protesta.

De toda esta barahúnda incendiaria se podrían extraer algunas conclusiones. La primera de ellas tiene que ver con la desigualdad y con la insensibilidad de los gobiernos ante los problemas sociales. Esto lleva a pensar en que siguen siendo deseables los modelos económicos con rostro humano, aunque eso suene utópico para algunos.

Es problemático continuar aplicando la máxima liberal de que el mercado lo resuelve todo, y de que este debe favorecer solo a los poderosos. A la final, la historia del Estado ha sido la historia de su uso privilegiado por quienes gozan del poder económico.

Lo que se impone ahora es trascender ese esquema, imponiendo, como lo proponen muchos economistas de primer nivel, un Estado que piense, por principio, en las mayorías, y en donde el trabajo por lo social haga parte de sus genes.

Lograr esa meta no es fácil, pues se requiere liberar a la política de los malos políticos, de esos que ceden a la corrupción y que se embarcan en la nave del poder solo para robar. Esa meta solo se consigue con partidos y políticos de otro calibre, como los que se ven en el norte de Europa, y como quizás se vean en nuestros países, aunque representen una minoría.

Otra conclusión que se podría extraer de lo que ocurre es que, a pesar de lo que piensan algunos, en ningún lugar se está en una situación pre-revolucionaria, siguiendo la tradición intelectual marxista. Se trata, básicamente, de movimientos reivindicatorios que no plantean eliminar el capitalismo para implantar el socialismo, como sí ocurría en otros tiempos.

Ni en China ni en Cataluña hay condiciones que lo lleven a pensar a uno que se está ante una situación pre-revolucionaria, en el sentido planteado anteriormente. Lo mismo cabe decir para los casos de Ecuador o Chile. Además, ¿cómo es posible plantear una idea de revolución hoy sin tener presente lo ocurrido en los países socialistas?

Mirar hacia atrás para organizar lo que hay que hacer hacia el futuro pasa (o debe pasar) por evaluar los pros y los contras de lo ocurrido con la aplicación de los modelos revolucionarios de Marx (o del anarquismo decimonónico). Si no se procede de esa manera, lo más probable es que se repitan viejos errores, por ignorancia o fanatismo.

De igual manera, se hace imperioso observar con mucho sentido crítico la evolución de la economía de mercado, de la democracia y del constitucionalismo político asociado con esta. La desigualdad perversa es un mal mayor de la economía de mercado, y como tal debe ser combatida.

La cooptación de las instituciones democráticas por los corruptos y los poderosos del dinero, alimenta esa desigualdad y la injusticia que le acompaña. Quizás el reto mayor de la actualidad sea el de construir y privilegiar a los partidos y a los políticos con sensibilidad social, que estén en condiciones de oponerse a la corrupción y de actuar con sentido humano.

Para lograr semejante objetivo (que suena casi utópico) se requiere saber aprovechar lo mejor de la experiencia histórica internacional, es decir, los factores sociales inmersos en el socialismo y en algunas religiones, y el dinamismo propio de la economía de mercado para producir riqueza y para transformar las fuerzas productivas.

Y se requiere entender, finalmente, que cualquier dictadura, por más humanista que se autoproclame, es siempre peor que un sistema donde se respete a los individuos y a su libertad, organizando tales derechos y deberes como política social y de Estado.

Las grandes paradojas y conflictos de la humanidad están ahí, frente a nosotros. Y retan siempre nuestra capacidad de comprensión, la cual mejora si acudimos a la experiencia histórica… no para repetir lo que fracasó, sino para recrear lo que funciona, y para abrirle la puerta a los cambios no planeados o esperados. Darle la espalda a esa experiencia es otra manera de suicidarnos.