En los 98 años del club, Julio Comesaña ¿se siente el papá en Junior?

Muy pocas personas se pueden jactar de haber vivido más cosas que Julio Avelino Comesaña en el Atlético Junior de Barranquilla. A lo largo de estos 98 años, que se cumplen este domingo, el colombo-uruguayo ha ganado de todo y ha perdido también.

Con 74 años cumplidos, ha tenido alegrías indiscutibles, ha peleado con jugadores, periodistas y hasta con el mismo Fuad Char. Siempre terminó regresando, llamado por los mismos dueños. Ha sacado jugadores estelares y cada vez que se fue del equipo, lo entregó mejor que como lo recibió.

Zona Cero lo contactó para hablar de Junior, el equipo que califica como su casa. Contó sus anécdotas y recuerdos, analizó su papel en la historia del equipo y los cambios que ha motivado a lo largo de sus nueve ciclos como entrenador y empezó por reflexionar.

“Me deja una enseñanza para la vida misma, porque a uno le van pasando por encima acontecimientos importantes, en la familia, los amigos. Los momentos buenos los festejamos rápido y vamos en búsqueda de otra cosa.  En los momentos difíciles sufrimos un poco más. Siempre estamos trabajando y sufriendo, pensando en mejorar y lograr una etapa más exitosa y nos pasamos la vida así. Yo, cuando miro para atrás, y veo tantas oportunidades en el Junior, jugando y dirigiendo, viviendo en Barranquilla, no hay ninguna duda que es el lugar en el mundo que andaba buscando y donde siempre que pongo un pie sé que algo bueno va a pasar y siempre es a través de Junior, es el equipo donde más he estado y he tenido mayores satisfacciones. Es mi casa, donde puedo entrar con las luces apagadas y encontrar todo”.  

Julio Avelino pasa días en Medellín antes de regresar este fin de semana nuevamente a Barranquilla, la ciudad en la que se radicó definitivamente, y de la cual recuerda su primera impresión, hace más de cincuenta años, cuando era jugador de Millonarios, su primer club en Colombia. Justamente vuelve para la fecha de cumpleaños 98 del equipo.

“Al poco tiempo de llegar a Millonarios nos tocó por calendario ir a jugar a Barranquilla. Cuando llegué me llamó la atención toda esa semana, los comentarios de los compañeros, que a mí me generaban la impresión de que íbamos a jugar a un lugar inhóspito, que iba a ser muy difícil por no solo por la temperatura, sino por el carácter del costeño del Atlántico, que es distinto a la de las otras ciudades. El del Atlántico juega bien, pero es fuerte, aguerrido y agresivo. Me quedó la sensación de que íbamos a un lugar muy difícil”, recuerda.

El día que puso un pie en Barranquilla, tuvo su primer contacto con la gente. Esa que le terminó por robar el corazón. Es que la actitud decidida de los habitantes de la ciudad para mamarle gallo a todo el mundo, lo dejó cautivado.

“Llegamos al aeropuerto y me acuerdo que el doctor (Gabriel) Ochoa nos dijo cuando íbamos al bus, que no nos subiéramos ahí. Y mandó a pedir otro moderno y muy lujoso, porque el que nos mandaban de Junior no le gustaba, entonces hubo que esperar y mientras la gente estuvo con el tema de los ‘cachacos’ y yo me reía de las bromas, que eran muy de frente, sin esconderse ni nada, con ese carácter. Luego, con el tiempo, me di cuenta que en Barranquilla son muy especiales, son felices siempre”, aseguró.

El calor agobiante fue algo con lo que poco después pudo palpar en el estadio Romelio Martínez. Ese calor infernal se terminó volviendo parte de él.  

“El día del partido en el vestuario, el doctor Ochoa nos hizo mojar la cabeza en unos baldes y salimos a la cancha. Cuando terminaron de tocar el himno, la cabeza ya se me había secado. Me dije: esto es un infierno. Me di cuenta que los jugadores tenían mucho respeto y temor al partido”, indicó.

La mala suerte le tocó la puerta a Julio en Bogotá y una hepatitis lo mandó cuatro meses a la cama. Fue en ese momento cuando conoció a la que más tarde sería una figura recurrente y polémica en su vida.

Fuad Char, por petición del entonces técnico de Junior Pancho Villegas, le solicitó negociar con el jugador que había quedado sin cupo para actuar en Bogotá, al estar enfermo, y Ochoa contratar a un arquero extranjero.  La cita fue en el lujoso Hotel Tequendama.

“Conversé con Don Fuad y me apreció un hombre joven, inteligente, lo vi muy entusiasta y convencido hablando conmigo para que las cosas se hagan. Acordamos hacer un contrato con seis meses nada más, porque le expliqué que venía de una hepatitis y no sabía que iba a pasar con el cambio de ciudad, de clima y que probamos seis meses y listo. Fueron seis meses que no fueron buenos”.

Cuatro años pasaron y justo cuando Julio Avelino pensó que ya le iba ser imposible regresar, una llamada de larga distancia mientras estaba con el Danubio de su país, le dejó perpetuos los anhelos por Barranquilla y Junior.

“En enero de 1975, estaba jugando un cuadrangular con los equipos finalistas uruguayos, para elegir los dos que iban a Copa Libertadores, allá llegó Fuad Char. Y llegó buscando (jugadores), ya había contratado a (Sergio) Sierra y (Juan Carlos) Delménico, andaba preguntando por (Haroldo) Ferreira, que ya tenía algo adelantado o ya lo tenía contratado”, recordó.

Por alguna razón, muchas han sido las peleas entre Fuad y Julio. Y por un extraño motivo, siguen trabajando juntos. Una y otra vez, a lo largo de cincuenta años. Es que se conocieron más que como jefe y empelado, como personas desde aquel viaje a Montevideo.

“Sabes qué pasa, que esa segunda vez Fuad me consultó por un jugador antes de ir, yo le averigüé, también a un entrenador, bueno no sé. Él es un hombre muy inteligente y yo me presté para corresponderle, para atenderle, incluso fue a mi casa y conoció a mi papá y a mi mamá, supo cómo vivíamos y yo diría que de alguna manera yo me metí. Le decía: ‘Fuad, yo necesito volver, porque quedé en deuda y no sé qué’. Y estábamos con el tema, que de pronto no era bueno volver, que el cupo de extranjeros, que la cosa, en fin, todo eso. Al final volví y me llevaron de vuelta y me nacionalicé colombiano”, señaló.

Y es que Junior, con todos los años que han pasado, le terminó sacando canas. Y le dio un apodo único en el país. Mismo que hasta se llegó a corear con emoción en 2019, en el estadio El Campín, cuando obtuvo su última estrella con Junior: “¡Pelo e’ burra!” gritó todo el escenario de pie, ante un Comesaña con los ojos nublado por las lágrimas. Con los años, Julio conoció al autor del remoquete.  

“Eso fue en un partido, yo siendo entrenador, en Barranquilla, en el Metropolitano, fue Enrique Chapman que estaba en la tribuna donde había unos amigos míos, no sé porque haya sido, o porque si estaba molesto o algo, y creo que dijo: ‘Ese pelo e’ burra no sé qué’. Algo dijo de mí y todo el mundo empezó con el tema. Y la gente no lo dice para ofenderme, es una manera de distinguirme y de reírse. Algunos pensaron que a mí me molesta, yo me río, a mí no me molesta para nada.  Me parece, en los barranquilleros, una expresión de cariño, no de ofenderme. Incluso, hay gente que se me arrima y me dice ‘a mí me dicen pelo e’ burra como a usted’ y me imagino cómo les dirán cuando pierde el Junior ¿Le dirán los mismo que a mí? Bueno, con la gente de Barranquilla me siento plenamente identificado. A veces peleamos, pero es por cosas emocionales, por los resultados, pero la gente confía. Habrá alguno que no me querrá, pero yo no aspiro a que todos me quieran, me valoren o me dimensionen. Yo no tengo con la gente de Barranquilla ningún problema”, resaltó.

Precisamente, consecuencia de esa consagración en 2019, es que a Comesaña le cumplieron una de esas promesas que a priori parecen de cumbiambera.

El empresario Christian Daes le prometió hacerle una estatua, cosa que al técnico le pareció excesiva y le sugirió algo mejor. Al final, la promesa no solo fue cumplida, sino que fue erigida por todo lo alto con la ‘Ventana de Campeones’.

“Esa una distinción, pero yo diría que más de eso, es una prueba de otros amigos. En este caso de Christian Daes y de José Manuel ‘Yuyo’ Daes, que también iban al camerino, eran muy amigos de nosotros, más de Delménico, pero siempre era bien recibido por su papá que en paz descanse. A la familia la conocíamos, andábamos siempre en la oficina del papá. Él dijo un día: ‘si Comesaña queda campeón -porque yo llegué en una circunstancia muy particular- yo le hago una estatua. Y entonces pasó lo que pasó, y yo un día hablé con él y le dije que me parecía una desproporción. Que me gustaría que hiciera algo para el Junior, que significara algo representativo para la gente que viene de afuera, que significara algo para los directivos, los jugadores que llegan al club, y llevarlos a ver eso, aparezco ahí en un busto, está el de Fuad y de otras personas que fueron más valiosas que uno”.

De otras maneras su busto se hizo, y esto es algo que dice Julio Avelino se tiene aprovechar para infundir un reto especial a cada jugador, técnico o directivo que llegue nuevo a la institución.

“Me parece extraordinario que cuando venga un jugador o un entrenador a Junior, en un rato libre mostrarle eso y hacerle una pregunta muy simple: ¿Le gustaría estar ahí? Yo creo que eso es una muestra del entusiasmo, del fervor, del barranquillero por el club. Lo que hizo Christian ahí es lo que a mí me gustó. Yo no fui campeón del mundo, fui un jugador que dio todo, como otros jugadores que también han hecho lo mismo. Pero a mí me tocó disfrutar, porque en otros lugares me tocó trabajar y otros disfrutaron mi trabajo. Pero en Barranquilla me ha tocado encaminar las cosas de una manera tal que me ha tocado disfrutar triunfos que otros también trabajaron. Eso que hizo Christian Daes hay que sacarle provecho, es un punto de partida para aquellos que llegan y preguntarles si les da lo mismo estar ahí. No alcanza con hacer dos goles, ni ganar un campeonato. Hay que hacer más”.  

Comesaña fue campeón aquí y allá. Perdió títulos y llevó al club a sus momentos más importantes a nivel internacional, en la semifinal de la Copa Libertadores de 1994 y la final de la Copa Sudamericana 2018. Y aunque se siente orgullo, hubiera querido más, ser más grande en estos 98 años de Junior.

“En esto de los campeonatos quiero hacer un apunte. Fueron cinco o seis finales de liga y ganamos tres. Me tocó ganar cuando eran campeonatos largos de esos de cincuenta y pico de partidos, me tocó ganar campeonatos cortos. Me toco todo tipo de campeonatos y fundamentalmente, ganar de visitante y de local, en ese sentido, a nivel nacional, estoy pleno, hubiera querido ganar más, pero estoy pleno. Internacionalmente, hicimos dos performances extraordinarias, la semifinal de la Copa Libertadores con Vélez Sarsfield, el famoso equipo de Bianchi que luego fue campeón del mundo. Peleamos hasta el final, y las dos veces, igual que con Paranaense (Copa Sudamericana de 2018) perdimos en penales. A mí me dejan orgulloso, en ese sentido me quedaron cosas”.

Pero, así como tuvo sus noches de celebración, hubo un momento en específico de la historia del equipo, que no lo dejó dormir, según él mismo admitió a Zona Cero. El semestre en que, por poco, Junior se fue a la B.

“En el tema del descenso, es algo que yo lo he pensado mucho. Cuando yo estaba en Uruguay y veía a Junior allá abajo, algunos amigos me decían ‘ché tu cuadro va a descender’. Les decía, pero ¿qué va a descender Junior, pero por favor? Es lo mismo que me dijeran va a descender Millonarios, Nacional; Junior, qué van a descender. ¡Junior no desciende! Me imaginaba a Junior descendido y no me pasaba por la cabeza. Y justo me llamaron para eso”, describió.  

Pero una cara fue con la que llegó al aeropuerto y otra la que tuvo a los pocos días.

“Desde que llegué a la ciudad seguía pensando igual, tranquilo. Llegué descomplicado, no llegué estresado, no llegué con los dientes apretados. Y fuimos a Bogotá y nos metieron tres goles… el equipo no levantaba las piernas del piso. Y a los tres días jugábamos en casa con Pereira. Íbamos ganando 2-0, al final nos caímos un poco y nos empataron 2-2. Y después que empezamos a ganar, los de abajo ganaban. Llegó el momento en que sí, empecé a dormir mal. Me dije que esto del descenso era cosa fácil y que Junior no iba a descender, pero me di cuenta que podíamos descender. Si aflojábamos un poco, descendíamos”, reflexionó.

“Afortunadamente los muchachos interpretaron todo. Estaba Teófilo (Gutiérrez) que ya de entrada era importante, me acuerdo del chico (Alfredo) Padilla que hizo el gol en Neiva, en una línea de fondo que ganó Teófilo, la tiró atrás, y la metió Padilla. Ese día recién logramos salvarnos y es algo que no quiero repetir. Por eso siempre le digo a los clubes donde voy que hay que hacer arriba de 30 puntos para olvidarse de todo ese tema”, opinó.

Teófilo Gutiérrez tiene a Julio Comesaña como su papá. Otros como Carlos Bacca, igual. Y así un largo etcétera de figuras como Iván René Valenciano o Víctor Danilo Pacheco. La lista de talentos jóvenes que han pasado por su mano es larga.

Eso, en conjunto a su exitosa hoja de vida, de encarnar el primer equipo ganador como jugador a ser el que más títulos ha levantado, con mayor éxito internacional, llevó a la pregunta que originó este reportaje.

¿En los 98 años de existencia del equipo, es Julio Avelino Comesaña el papá de Junior?

“Yo no aspiro a que me reconozcan que soy en ‘papá de Junior’. Lo que pasa es que han pasado los años, muchos años de vida, muchos años en el fútbol. Y de pronto los jugadores jóvenes y los mayores, siempre han sido respetuosos conmigo. Ven mi figura como un papá regañón, exigente, que vive en función del equipo y exigiendo. En cuanto más ganamos, más estamos exigiendo, en el Junior y otros equipos donde voy. Genera un poquito esa parte, y el pelo blanco y asocian todas esas cosas, pero el papá de todos es el Junior. Es el que nos lleva de la mano, por diferentes lugares y a lograr cosas importantes, y a dar el salto de calidad que han dado muchos jugadores”.

Comesaña tiene un sueño cumplido y todavía más ganar de seguir haciendo historia de cara a los 100 años del equipo, que se cumplirán en apenas dos años. Es que, en medio de la rabia, las peleas, las lágrimas, los gritos, las alegrías y las celebraciones, este ‘Pelo e’ burra’ lleva al Junior impregnado en lo más íntimo de su ser.

“Realmente ya cumplí con algo, un deseo mío y de la familia, que era vivir en Barranquilla. Estoy radicado y ahí voy a estar. Eso me permite estar cerca, sin estar dentro. Siempre estoy en el Junior, aunque no esté trabajando, siempre estoy. Ya lo otro será la vida, el destino de cada uno, yo no me he ido del fútbol, puedo estar dirigiendo o en un cargo en cualquier institución. Y puedo estar afuera del Junior en Barranquilla. Si gana, me preguntan qué me pareció el equipo, si pierde la gente me dice que vuelva. Junior es mi vida, es imposible que yo me desligue del Junior”, cerró.

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