Jorge Daza Barriga, médico neurólogo asesinado hace 5 años en Barranquilla.
Jorge Daza Barriga, médico neurólogo asesinado hace 5 años en Barranquilla.
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Médico, noble y amigo: En el primer lustro de vil asesinato de Jorge Daza

Vivía convencido de que su bondad y amor al prójimo eran suficiente coraza para blindarlo de cualquier ataque violento en su contra.

Por José Orellano

Era un guajiro virtuoso, un distraccionense visto como un santo por quienes, carentes de recursos económicos, acudían a él por asistencia médica, para que los sanara y no les cobrara, aunque los atendiera con el mismo ahínco profesional que ejercía con todos los demás, sin distingo de ninguna índole.
Hablo de Jorge Santiago Daza Barriga. 

Practicante permanente del concepto de humanización en salud, tanto la persona como el galeno ─internista y neurólogo especialista en dolor, no solo físico sino también del alma─, forjaban un cuadro de virtudes en el cual cabían estados como la lealtad, la generosidad, la creatividad, la alegría permanente, la sabiduría, la franqueza, la espontaneidad, la templanza, el emprendimiento y altos sentidos de la ética y de la amistad.

Pero en medio de ese virtuosismo y un inmenso halo de bondad, pudiera emerger un único defecto suyo, que no solo había de ser otra marca de su existencia, sino que había de permitirle al rampante sicariato que acabara con ella: la obstinación, término que de pronto pudiera ser reemplazado, sin reproches, por el sinónimo terquedad.

A cinco años del vil asesinato de Jorge Santiago ─registrado al frente de su residencia, barrio Ciudad Jardín de Barranquilla, el 24 de enero de 2014─, ¡un lustro ya!, evoco el año 1980 y lo recuerdo, un muchacho aun enfundando en uniforme de un verde muy tenue, estetoscopio colgado al cuello, cumpliendo con su internado en el Hospital Universitario de Barranquilla, del cual había de ser, posteriormente, su director.

En 1980 lo conocí, sí. Y seríamos amigos.

Años más tarde acudiría a sus servicios profesionales para que asistiera a mi madre y la preparara anímicamente a fin de que afrontara el dictamen médico de amputación de una de sus piernas. Desde su sabiduría, el doctor Barriga ─como era referenciado en el sur de La Guajira, donde llegaron a idolatrarlo─ trató la obstinación de mamá de no querer perder su miembro inferior y la convenció para que la operación quirúrgica se cumpliera finalmente.

Esa misma posición, aparentemente firme, de mi madre ─nada acertada, la verdad─ combatida y superada gracias al poder de sanación de Jorge Santiago, había de primar, sin embargo, en algunas decisiones del galeno y había de aparecer negativa, ¡mortal!, al desechar las frecuentes sugerencias y recomendaciones de su hermano Bladimiro Nicolás para que aceptara rodearse de un especial esquema de seguridad ante los crecientes rumores de que se atentaría contra un familiar de quien hoy funge como Cónsul de Colombia en Atlanta, Georgia, Usa ─Bladimiro Nicolás Cuello Daza─, bajo la sentencia de que “hay que darle por donde más le duela”.

Al enterarme, acá en Bogotá, de lo acontecido en Barranquilla la noche del viernes 24 de enero de 2014, lloré como si esa nueva víctima de ‘la muerte a sueldo’ hubiera sido un hermano. No concebía que un hombre que amaba al prójimo como amaba a su esposa Cocky ─Socorro Páez─, a sus hijos Jorge Luis, María Cristina y Mario Andrés, a sus nietos Camilo, Diego y Franco, a sus hermanos y sus familiares, a sus amigos, pudiera ser blanco de un atentado y morir, a sus 63 años, a ráfagas de disparos, de los cuales siete, con sevicia, impactaron en su cuerpo.

Con Jorge Santiago había consolidado amistad gracias a mi vinculación, a partir de 2000 y en condición de Jefe de Prensa, al movimiento político ‘Para La Guajira, ¡Lo mejor!’, liderado por el también médico Bladimiro Nicolás Cuello Daza, hermano menor del inmolado investigador y profesor universitario.

Con frecuencia visitaba a Jorge Santiago en su consultorio de Barranquilla y en muchas ocasiones extendíamos charlas durante sus ires a Distracción-Fonseca, sur de La Guajira, su presencia física en campañas proselitistas de su hermano, ora a la Asamblea, ora al Senado, ora a la Cámara de Representantes, ora a la Gobernación de La Guajira.

De boca ─y alma─ de Jorge, siempre brotaba una acertada sugerencia, una voz de aliento, una sanación, con palabras, a los males anímicos. Personalmente me conminaba a que tratara de concentrarme siempre en lo que hiciera. “Muchas fallas obedecen a la falta de concentración”, decía, siempre amable.

Pero cuando ese amigo sincero ─franco, sencillo, sociable, noble, siempre perseverante, líder─, decía no, era no… Un no que terminaba en obstinación, la cual había de llevarlo también a alcances positivos: como esas grandes satisfacciones que le produjeron la constante búsqueda de la verdad y la investigación sin cansancio. Y, además, a hacer realidad inquietudes artísticas, entre las cuales sobresalía como pasión el vallenato, género musical que lo llevó a componer varios temas, uno de ellos inspirado en su esposa Cocky, y a grabar diferentes CD, con preponderancia de temas de auténticos juglares y cantores de la Provincia de Padilla.

Al cumplirse este 2019 el primer lustro del asesinato de Jorge Santiago Daza Barriga ─las autoridades aun no se han manifestado sobre autores intelectuales─, renuevo mi manifestación de dolor por el deplorable hecho ocurrido aquel aciago 24 de enero de 2014 y expreso mi solidaridad perenne a sus familiares, ¡todo un pueblo!, en especial a quienes se concentran en Distracción, ‘Estrella de La Guajira’, al sur de la península.

Y cuando hablo de dolor de ¡todo un pueblo!, me extiendo desde La Guajira hasta el Magdalena, el Cesar, Barranquilla ─en donde Daza Barriga se hizo profesional de la salud, sembró raíces y consolidó su virtuosismo médico─, la Región Caribe toda, a la espera de que haya justicia plena para los determinadores del asesinato de un científico dedicado, que vivía sin escondérsele a nadie, convencido de que su bondad y amor al prójimo eran suficiente coraza para blindarlo de cualquier ataque violento en su contra.

Están presos los autores materiales del crimen, es la verdad, y purgan penas con beneficios hasta de un 50 por ciento por supuesta colaboración con las autoridades, pero en torno a la identidad de los autores intelectuales, cinco años después de los hechos, no ha habido pronunciamiento oficial alguno. En este aspecto, parece campear ─rampante como el sicariato─ la impunidad.

Treinta y nueve años después de haber conocido a Jorge Santiago Daza Barriga en el Hospital Universitario de Barranquilla, sigo recordándolo, joven, dinámico y seguro de que esa era su profesión, enfundando en un uniforme de un verde muy tenue, estetoscopio colgado al cuello…

Bogotá, enero 23 de 2019

 

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