La autoflagelación surgió en la Edad Media en Italia.
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Flagelantes de Santo Tomás, un ritual medieval en pleno siglo XXI en la Costa Caribe

Es una mezcla de fe y de necesidad de una cura milagrosa que lleva a hombres y mujeres a ofrecer la "manda" del sacrificio físico.

Hugo Penso Correa

 

Cada año en Semana Santa Cecilia Pérez, de 66 años, se flagela por las calles de Santo Tomás, un pueblo del norte de Colombia, en un sangriento ritual medieval para obtener un milagro divino que sin embargo es rechazado por la Iglesia católica.

Bajo un sol canicular, con temperaturas de hasta 43 grados, recorre descalza una distancia de tres kilómetros a ritmo de procesión, con dos pasos adelante y uno atrás, mientras se azota la espalda con "disciplina", un látigo que termina en siete bolas de parafina.

Es Viernes Santo y a cada lado de la procesión que atraviesa este pueblo del departamento del Atlántico y, en medio de ventas de comida, licor y baratijas, una multitud observa cual espectáculo circense como se castigan los 30 penitentes, de los cuales sólo cinco son de Santo Tomás.

Iniciada hace 155 años, la procesión de los flagelantes de Santo Tomás, municipio a orillas del río Magdalena y a solo 20 kilómetros de Barranquilla, la capital regional, es una mezcla de fe y de necesidad de una cura milagrosa que lleva a hombres y mujeres a ofrecer la "manda" del sacrificio físico.

Esta es la segunda "manda" que Cecilia Pérez está pagando. La ofreció hace seis años y todavía le faltan tres. La primera vez lo hizo por un pariente que estaba parapléjico, por lo que prometió que si caminaba se "picaba" durante seis años, dijo a Efe.

Después, cuando le trajeron a su hija de Venezuela, completamente desequilibrada, se fue directo al cementerio a las 12 de la noche y le dijo a un Cristo: "Si la hija mía se pone bien, yo me pico".

La autoflagelación surgió en la Edad Media en Italia como práctica con la cual se buscaba obtener el perdón divino y la salvación eterna, especialmente en épocas de hambrunas o pestes.

A América llegó con órdenes religiosas como las de los dominicos, franciscanos y jesuitas y en pleno siglo XXI aún subsiste en este pueblo del caribe colombiano, donde la inició en 1763 el sacerdote agustino Sebastián Sabalza, según el historiador y sociólogo Pedro Badillo Noriega.

Para el párroco de Santo Tomás, Jaime Marenco, "estas tradiciones hacían parte de las costumbres de ese momento" y la meta es "acabar con esta práctica que no es necesaria, porque ya Cristo hizo todo el sacrificio por todos".

"Estas personas tal vez no han vivido la fe de una manera adecuada y nuestra misión pastoral es acompañarlos todo el tiempo", explica el sacerdote a Efe, y pide no mirar a Santo Tomás como un "pueblo de sangre".

Cecilia, además de penitente, ha caminado como Jesús Nazareno (cargando una cruz) y con "el vaso de la amargura", que en su concepto es más difícil porque se camina de espaldas llevando en la palma de la mano una copa de vino que no se debe derramar.

"Como penitente, casi no siento nada, pero con el vaso sí; me duele todo el cuerpo, esa no se la recomiendo a nadie", afirma.

A diferencia de otros flagelantes, Cecilia no se riega ron o alcohol en las heridas. Ella prepara un brebaje en el que mezcla caraña, curarina, árnica, palo de malambo, hojas de albahaca y otras yerbas para que el "picador", que le hace cortes con una navaja en los hematomas, le rocíe durante el recorrido.

Para ella la preparación no tiene ningún ritual. Se levanta temprano como un día cualquiera, prepara la infusión y sale a flagelarse al mediodía, la hora más difícil, "la de los veteranos", porque el sol está en lo alto y el suelo más caliente.

Cuando termina, unas tres horas después, regresa a casa y sigue haciendo oficios porque, según afirma, se siente bien.

Otro flagelante, Tomás José Domínguez, comenzó a las nueve de la mañana y terminó el recorrido a las 11.30. Para él, lo más difícil es "picarse", es decir, las siete cortadas que le hace su amigo Julio con una hoja de afeitar, en la parte baja de la espalda, donde comienzan los glúteos, momentos antes de comenzar.

Durante seis años ha cumplido esta penitencia, que este año sintió más dura por el pavimento de adoquines en una parte del trayecto. "Casi me desmayo y le pedí a Dios: 'Señor tengo que llegar, dame fuerzas para terminar y caminar hasta mi casa'", afirma.

"Yo empecé porque mi mamá se enfermó del brazo y prometí que si ella sanaba, yo me picaba", afirma. Luego de esta promesa, su madre se curó y no necesitó la operación anunciada por los médicos.

En 2017 será su último año de "manda" y si un hijo suyo necesita un milagro o una intervención divina, él está dispuesto a hacerlo nuevamente para que no le toque a su ser querido porque, según dice, no le recomienda esta penitencia a nadie.

EFE

 

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