La vuelta de los feligreses al Santuario es vista como un motivo de esperanza.
La vuelta de los feligreses al Santuario es vista como un motivo de esperanza.
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EFE

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Fátima se abre a los peregrinos con la esperanza de recuperar la economía

La gran explanada del recinto está hoy casi vacía.

El aire del santuario de Fátima apenas huele a humo y las velas esperan intactas a que lleguen los peregrinos en un año marcado por la escasa participación debido a las restricciones para los viajes provocadas por la pandemia.

El Covid-19 se ha llevado por delante a la mayor parte de los 6,3 millones de fieles que visitaron este santuario portugués en 2019, que en los días 12 y 13 de mayo celebra su peregrinación más destacada.

A diferencia de esas aglomeraciones pasadas, la gran explanada del recinto está hoy casi vacía y evidencia un síntoma también compartido por restaurantes y tiendas: que la pandemia ha tocado de lleno uno de los actos de fe más concurridos de Europa.

El mayo del año pasado, el virus obligó a suspender la presencia de peregrinos por primer vez y en octubre se autorizó una peregrinación que no alcanzó los 6.000 participantes que se habían previsto.

Esta vez, el santuario anunció que solo podrían acudir 7.500 peregrinos de forma presencial para la conmemoración del 104 aniversario de los hechos de Cova da Iria, donde según la tradición católica unos niños dijeron haber visto una imagen de la virgen de Fátima.

Además de la limitación de aforo la entrada se realiza a través de ocho puertas señalizadas con gel hidroalcohólico y la explanada está dividida en círculos a los que solo pueden entrar miembros del mismo núcleo familiar.

Acto de fe y promesas a distancia 

Carlos contempla desde su círculo a los peregrinos que hacen cola para la capilla y el quemador de velas. Este luso se define como "un hombre de fe" y acude a esta cita religiosa desde hace 45 años.

Considera algo "bueno" que hayan regresado las actividades presenciales y destaca que se siente "muy seguro" dentro del santuario.

Otros, como Benjamin, francés que ha venido en otras ocasiones, lo hace ahora con una razón nueva: su madre falleció por covid durante la pandemia.

Ángela y Antonio, por su parte, son hermanos y es la primera vez que acuden en más de veinticinco años. ¿Su razón? Cumplir una promesa que hizo Ángela al venir desde Francia para Portugal.

Esperanza para una economía agonizante 

María llevaba cuarenta años sirviendo alrededor de 70 u 80 menús diarios a los peregrinos que atestaban su comedor cada 12 y 13 de mayo. Ahora en su restaurante, con capacidad para 43 personas con distancia social, solo hay sentadas tres.

La vuelta de los feligreses al Santuario es vista como un motivo de esperanza para los más golpeados por la pandemia, los negocios de la zona que subsistían de los peregrinos.

Es el caso de la floristería 'Margaridas', que ha perdido el 90 % de las ventas en relación con 2019 y cuya dueña califica la situación de "pésima". "Necesitamos muchos peregrinos", matiza, para que la crisis mejore.

En la misma situación se encuentra Micaela, propietaria de una tienda de recuerdos, que antes de la pandemia podía vender entre 500 y 1.000 rosarios en un día señalado como el de hoy y ahora, "todavía no he vendido ninguno".

Considera que Fátima será lo primero en mejorar, ya que las personas volverán "para agradecer".

"Estuvimos mucho tiempo en casa y mucha gente pasó por dificultades, por lo que el primer sitio al que van a querer volver" es aquí, apunta.

Los hoteles próximos al santuario, habitualmente llenos en estas fechas, apenas alcanzan el 30% de ocupación este año, según fuentes del sector.

José, taxista que aguarda en la puerta de la estación de autobuses de Fátima a posibles turistas, también ha visto cómo sus viajes al santuario se han evaporado y sus pérdidas llegan al 90%.

"El sector del taxi está muy mal", denuncia.

Tanto los peregrinos como los comerciantes y hosteleros tienen un solo objetivo: la vuelta de un turismo que a partir del verano ilumine con sus velas a una localidad que late al mismo ritmo que el santuario.

Andrea Caballero de Mingo e Irene Barahona- EFE 

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