Maestro Adolfo Pacheco.
Maestro Adolfo Pacheco.
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Adolfo Pacheco, con un corazón más grande que el cerro e' Maco

Hoy, a sus 80 años, recientemente cumplidos, siente que aún le queda tiempo para seguir en este mundo.

"Y pinto al óleo el amor sin pincel y sin paleta, buscando como el poeta la armonía en el color"

Por Víctor González Solano

Cuando los médicos abrieron el pecho del Maestro Adolfo Pacheco descubrieron que su corazón no latía, se mecía como una hamaca sanjacintera. No era rojo como los demás corazones; el del autor de Mercedes, era rayado como esas hermosas hamacas que se exhiben en la carretera que conduce a su pueblo natal. Y es que el corazón de Ado esconde tantos secretos que ni el profesor Bustillo, con toda su sabiduría, habría podido descifrar. En su corazón se esconde un canto de Toño Fernández, las notas de los acordeones de Andrés Landero y su compadre Ramón, el trinar del mochuelo que en un enero Joche se cogió en las montañas de los Montes de María y el sabor del mote de queso de su amigo Lucho Betancourt. En su corazón hay espacio para todos, para los amigos, los padres, los hijos, la música, las parrandas, el dolor, los buenos amores y hasta los frustrados y por supuesto, para las mujeres, que han sido las reinas de ese templo sagrado construido por Dios en su pecho. “Mi corazón es como un penthouse donde vive mucha gente en medio de la alegría”,  manifestó en una ocasión el hijo del viejo Miguel. 

Hoy, a sus 80 años, recientemente cumplidos, siente que aún le queda tiempo para seguir en este mundo, para seguir andando, con su paso lento pero seguro, por las calles de una ciudad que lo acogió como a un hijo. Él, el parrandero interminable, quiere vivir la vida de otra manera, quemándola de otro modo, porque no quiere vivir solo. Tal vez por eso ha decidido abdicar al trono de su reinado y rendirse ante su reina,  convertirse en su vasallo y entregarle su libertad.

Este abogado que nos ha alegrado la vida con sus crónicas sentidas y musicalizadas llegó al mundo un 8 de agosto de 1940, el mismo año en que nació John Lennon, fundador de Los Beatles. Nació en San Jacinto, poblado del departamento de Bolívar, en el barrio Paraco, en una madrugada impregnada del olor del tabaco y el café y el cantar de los pájaros que se confundían con las notas que un gaitero le sacaba a su gaita hembra. Su niñez transcurrió como la de todo niño de esa región, con los juegos infantiles de su época y el calor abrasador del sol y la suave brisa que bajaba del cerro e´ Maco. Las calles polvorientas de su natal San Jacinto fueron testigos de sus huellas de niño y adolescente.  Sus noches eran amenizadas con los cantos de viejos juglares que, después de la jornada laboral, limpiaban su cansancio con tambores y gaitas. “Ado siempre fue un muchacho inquieto, buen conversador y desde niño mostró su inclinación por el canto, era el más alegre de nosotros”, dijo en una ocasión su entrañable amigo Germán Bustillo, una de las mentes más brillante que ha dado Colombia.

Siendo ya bachiller se dedica al oficio de maestro y es en la escuela de su pueblo donde el compositor comienza a compartir sus conocimientos con los jóvenes de su natal San Jacinto. Cuando se queda sin trabajo decide hacer correrías con músicos como Toño Fernández y Andrés Landero y recorren todos los pueblos del Magdalena y de Bolívar. En una de esas andanzas conoce a un personaje que marcaría su vida: al viejo Juancho Polo Valencia. Con el acordeón de Landero -la de él la había empeñado para poder emborracharse- Juancho Polo le canta a Adolfo su Alicia Adorada, causando en el sanjacintero una profunda admiración por la forma como el viejo juglar cuestionaba a Dios. Esta canción le sirvió de inspiración para componer su obra el hombre en el espejo.  Después de esas andanzas bohemias donde el ron, el café, el cigarrillo y la música eran sus compañeros incondicionales, Adolfo decide regresar a su pueblo y pide trabajo como profesor de matemáticas. La hermana directora del colegio para señoritas decide darle la oportunidad y es a partir de ese momento cuando Adolfo toma la decisión  de darle un nuevo rumbo a su vida. 

Adolfo cuenta que fue  en Bogotá donde descubrió  que era negro. Todo sucedió cuando se voló sin pagar la cuenta de un restaurante y corría mientras el dueño lo perseguía. En ese afán por no dejarse atrapar se metió en las instalaciones de El Espectador y se escondió en el baño de damas y una señora que estaba allí le gritó: “Oiga negro malparido que hace aquí” y entonces a él solo se le ocurrió decir: “Descubriendo que soy negro”.

 

Maestro Adolfo Pacheco.

A raíz de ese suceso Adolfo decide estudiar a sus antepasados. Su bisabuela, Crucita Estrada, una negra hermosa que hacía unos bollos deliciosos se casa con un hombre blanco de ojos claros que llegó al pueblo en medio de la bonanza del tabaco. Y así descubre que las mezclas de colores y razas en su familia lo hacen a él negro, de lo que, entre otras cosas, se siente orgulloso.

Adolfo Pacheco se ha paseado con gallardía y orgullo por el pentagrama musical de Colombia. Su peregrinar ha sido a través de más de 180 obras en ritmos como la cumbia, el porro, el paseo, el son, el merengue, pasillos y hasta son cubano. Con una narrativa sencilla pero con tinte de profundidad, podríamos decir que él, junto a Escalona, son los García Márquez de la canción. Su amor por la lectura contribuyó notoriamente en su obra musical. Muchas de sus canciones reflejan su pensamiento rebelde y político, pero el compositor es muy cuidadoso en ese tema y los trata con guante de seda. En su canción Gallo bueno, una crónica musicalizada, el maestro, muy sutilmente, hace una crítica al gobierno del entonces presidente Turbay Ayala.

Sus canciones se han paseado por las gargantas de grandes intérpretes tales como Daniel Santos, Johnny Ventura, Nelson Henríquez, Carlos Vives, Andrés Landero, Diomedes Díaz, Otto Serge y Poncho Zuleta.

Su tema más famoso es, sin lugar a dudas, La hamaca grande. Compuesta en 1969 como protesta porque su amigo Andrés Landero fue eliminado del Festival Vallenato. Adolfo y Andrés estaban en una finca y discutían qué nombre le pondrían a la canción y después de proponer muchos nombres, el empresario Edgardo Pereira, que estaba como invitado en esa parranda, sugiere el nombre de La hamaca grande, Adolfo se levanta de su silla, le da un abrazo a Edgardo y le dice: “Carajo mi amigo, usted si ha dado en el punto. No se discute más, este tema se llamará como usted dice”. Son muchas las versiones que se han hecho de este tema entre las que se destacan las de Andrés Landero, Johnny Ventura y Carlos Vives. “Compadre Ramón/ le hago la visita pa' que me acepte la invitación/ quiero con afecto llevar al Valle cofres de plata/ una bella serenata, con música de acordeón con notas y con folclor/ de la tierra de la hamaca”

Otro de sus emblemáticos temas es el que compuso a su padre, el viejo Miguel. La canción surge a raíz de la dolorosa decisión que toma su progenitor de marcharse del pueblo para la ciudad por la cruda situación económica que atravesaba. Es un canto lleno de nostalgia y tristeza muy a pesar que está compuesto en ritmo de merengue. “Buscando consuelo, buscando paz y tranquilidad/ el Viejo Miguel del pueblo se fue muy decepcionado/  yo me desespero, me da dolor porque la ciudad tiene su destino/ tiene su mal para el provinciano…”

 

En 1961 compone en ritmo de paseo y en tono menor el Mochuelo. La canción es una crónica que narra la similitud entre el canto de un ave y el amor por una mujer. Es, al mismo tiempo, un homenaje a la raza negra. “En enero Joche se cogió/ en enero Joche se cogió/  un mochuelo en las montañas de María/ y me lo regaló, no más... para la novia mía”

El tropezón es una declaración de guerra, una relación de amor donde la familia de la mujer no gustaba de Adolfo y tratan de separarlos, pero al final el amor gana la guerra y  él se casa con ella. “… pero La Experiencia me enseñó/ que la guerra es guerra en el amor/ y con diplomacia pediré/ en otra embajada corazón/ que te asilen por última vez”

Daniel Samper afirma que Mercedes es un hermoso son dialogado. Es la historia de un hombre que pretende conquistar el corazón de una mujer y le ofrece el cielo y la tierra, pero solo hay un problema, el pretendiente es casado. “Yo que tengo la virtud de conocer a  Mercedes/ le dije Mercedes vámonos pa´ Cartagena/ Ado no me voy contigo, Ado me da mucha pena, porque tu vida es ajena Ado de tu mujer y tus hijos”

Uno de los pasatiempos del maestro Adolfo son los gallos de pelea, tanto es así que tiene su propia gallera a la que ha bautizado con el nombre de el tropezón. Ese amor por los gallos lo llevó a componer el tema El Cordobés, dedicado a un gallo bravo que le regaló su amigo Nabo Cogollo.  “Que se alisten pollos de la cuerda sabanera/ para el año entrante cuando haya concentración/ porque ya Nabo me mandó, un pinto blanco de costeña/ de los que ensucian las espuelas cuando pican al contendor”.

De una discusión con un ahijado surgió el tema El pintor. Pero según Ariel Castillo, esto fue una excusa del compositor, que, consciente o inconscientemente, en realidad lo compuso para  Rafael Escalona. El maestro cuando le preguntan sobre esto asoma un sonrisa y exclama: “Noo, Rafael era mi amigo”. “Yo pinté la hamaca grande con magníficos colores/ y dibujé la nostalgia haciendo “el viejo Miguel”/ la dulzura pincelé con “Mercedes” y “El mochuelo”/ pero yo no sé porqué, dicen que pintar no puedo/ si yo como Leandro el ciego, pinto lo que no se ve”

La Babilla de Altamira es el relato de un pretexto que Adolfo y sus amigos Germán Bustillo y Andrés Landero se inventaron para salir a cazar una supuesta Babilla que estaba acabando con una cría de patos que el compositor tenía. Nunca cazaron la babilla, pero pasaban bien el rato con música, trago y un buen sancocho. “Sube al Land Rover  Germán/ alista la carabina/ porque esta noche tengo que cazar la babilla de Altamira/ te consigues a Landero que es bueno para estas cosas/ tú le tienes que avisar a don Pedro si no hay moros en la costa”.
 

Maestro Adolfo Pacheco cumplió 80 años.


Ado, como lo llaman sus amigos, ha llenado su vida de buenas amistades. Es que querer al maestro es tan fácil como aprenderse la letra de la hamaca grande. El profesor Numas Armando Gil Olivera (Nago), filósofo e investigador, amigo y paisano de Pacheco, se llena de orgullo cuando se refiere al maestro: “Ado es uno de los grandes mochuelos de los Montes de María que ha volado bien alto. Fue mi profesor y es mi gran amigo. Su obra es inmortal, yo he vivido con ella pegada al alma y espero en otras vidas volverla a escuchar”

Totó la Momposina, nuestra Diva descalza, considera al hijo de Miguel y Mercedes uno de los grandes compositores: “Adolfo Pacheco y su obra musical son tan grandes como su hamaca, en su estilo se plasma todo el sabor y el sentir de esa región de donde, a mucho orgullo, yo también pertenezco”

En el 2005 La Fundación Festival de la Leyenda Vallenata le confiere el título de Rey Vitalicio de la Canción inédita vallenata y sabanera. Ha recibido dos Honoris causa, uno por parte de la Universidad de Cartagena y el otro de la Universidad Popular del Cesar, que le otorgaron Maestro en Música. Y como regalo celestial, ha recibido la postulación para recibir el máximo honor cultural del país: el premio Vida y Obra 2020 que otorga el Ministerio de Cultura cada año.

Adolfo Pacheco, pintor de canciones que dibuja en el pentagrama el do re mi fa sol la si.  Un noble hombre que ha mecido con amor a todo el pueblo colombiano en su Hamaca grande, un sabanero de corazón  humilde que lo ha renovado para que siga latiendo tan fuerte y bonito como los tambores de las cumbias de los montes de María. Larga vida al gran juglar.

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