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Una nueva declaración y la permanencia del drama palestino

El 17 de febrero recién pasado los gobiernos de Argentina, Brasil, México y Chile han hecho una declaración oficial conjunta en que expresan su preocupación por la decisión del gobierno de Israel de legalizar nueve puestos de avanzada y construir 10 mil viviendas en asentamientos ya existentes en la región de Cisjordania.

Los cuatro gobiernos fundamentan su declaración en el hecho de que medidas unilaterales constituyen per se graves violaciones a los Derechos Humanos y de las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, refiriéndose especialmente a la resolución 2334, del 23 de diciembre del 2016, que expresa textualmente: “Guiado por los propósitos y los principios de la Carta de las Naciones Unidas, y reafirmando, entre otras cosas, la inadmisibilidad de la adquisición de territorio por la fuerza,

Reafirmando la obligación de Israel, la Potencia ocupante, de cumplir escrupulosamente las obligaciones y responsabilidades jurídicas que le incumben …,

Condenando todas las medidas que tienen por objeto alterar la composición demográfica, el carácter y el estatuto del Territorio Palestino ocupado desde 1967, incluida Jerusalén Oriental, incluyendo, entre otras cosas, la construcción y expansión de los asentamientos, el traslado de colonos israelíes, la confiscación de tierras, la demolición de viviendas y el desplazamiento de civiles palestinos, en violación del derecho internacional humanitario y las resoluciones pertinentes,

Expresando grave preocupación por el hecho de que la continuación de las actividades de asentamiento israelíes están poniendo en peligro la viabilidad de la solución biestatal basada en las fronteras de 1967,

Los gobiernos latinoamericanos antes mencionados expresan su oposición a cualquier acción que comprometa la viabilidad de la solución de dos Estados, en la que Israel y Palestina puedan compartir  fronteras seguras, internacionalmente reconocidas, a la vez que se respeten las legítimas aspiraciones de ambos pueblos de vivir en paz.

Concluyen el comunicado solicitando a israelíes y palestinos abstenerse de actos y provocaciones que puedan promover una escalada mayor de violencia y a reanudar las negociaciones para alcanzar una solución al conflicto.

Un latinoamericano medianamente informado con respecto a este tema, sin la necesidad de volver sobre los orígenes históricos y las responsabilidades de este conflicto, podría hacer algunas apreciaciones que nazcan sólo de la contingencia.

En primer lugar le llamará la atención que este conflicto se mantenga, pareciera que otras disputas de mayor o menor data se han ganado la agenda internacional y que el conflicto entre palestinos e israelíes les puede parecer tan lejano y poco pertinente para con su realidad.

Lo que quiero decir, y con mucho dolor por lo demás, es que pareciera que el conflicto se ha normalizado y a los latinoamericanos y a muchas otras culturas la situación de vida en que se encuentran millones de palestinos en zonas ocupadas por Israel y el drama de los refugiados, les resulta muy indiferente.

Hay algunas salvedades, descendientes de palestinos que emigraron a la región a inicios del siglo XX, familias y amistades que han construido dichos descendientes, que viven y sienten con dolor que un pueblo siga luchando por ser un Estado y que tenga tan pocas posibilidades de resolución en sus territorios.

También podría reparar en el control que, desde la lógica geopolítica internacional, se ha hecho de este drama, claramente uno de los más injustos del escenario político internacional y que ha convivido con la indiferencia y la mirada hacia el lado de tantas naciones y Estados directa o indirectamente responsables de su gestación y supervivencia.

Para aquellos más preocupados por las temáticas jurídicas les costará entender que naciones pequeñas de este lado del mundo, marginales en temas de resolución de conflictos de escala global, realicen una declaración conjunta para solicitar a Israel que respete la resolución 2334 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas del año 2016 y que tiene sus raíces en acuerdos fronterizos de 1967 e inclusive más atrás, desde la creación externa del Estado de Israel  a partir de la división del Estado Palestino en 1948.

La realidad dura indica que argumentos religiosos y necesidades geopolíticas de las potencias Occidentales de la época instalaron un país en un territorio con una identificación cultural distinta y lejana a la tradición de Occidente,  que databa de miles de años de presencia y de construcción cultural.

Lo que demuestra este simple hecho es que el Derecho Internacional no ha construido una sociedad internacional, que no tiene la fuerza ni los mecanismos para obligar su observancia y para tomar las medidas jurídicas que corresponden para quienes las infringen.

La cuestión es simple, para aquellos que están de lado del poder, se puede borrar con el codo lo que se escribe con la mano y se puede menospreciar y hasta invisibilizar el sufrimiento de millones con un nivel de indiferencia que, en la supuesta lógica de la Aldea y la Ciudadanía Global, significa pasar  a llevar claramente el principio de igualdad ante la ley, ya que aparecen en la realidad ciudadanos de segunda o tercera categoría,  ya que sus problemáticas no adquieren la resonancia de otras que gozan de las afinidades ideológicas, económicas  y/o culturales para que sean visibilizadas e incluso amplificadas.

Para mí, segunda generación de inmigrantes palestinos nacido en Chile, el tema no me resulta para nada indiferente.

Enemigo por definición de cualquier forma de violencia y de un respeto irrestricto por la vida, he crecido percibiendo, en una zona de dominio cultural de Occidente,  la construcción de una versión única e insensible con que las comunidades nacionales de este lado del mundo han ido construyendo la imagen de este conflicto.

En el colegio siempre me dijeron “turco”, no sé si mis compañeros sabían que no soy turco y que las condicionantes históricas que hicieron migrar a mis antepasado elevaban ese concepto a una profunda denostación para mí y mi familia.

Luego recuerdo haber recibido con dolor más de una caricatura de los palestinos, reducidos a terroristas que secuestraban aviones y que asesinaban a deportistas en las olimpiadas. Más adelante, mientras la ignorancia campeaba, no fueron pocos los que nos miraron con más de un recelo cuando el turco Mehmet Ali Agca atentaba contra la vida de Juan Pablo II. Nuevamente las miradas con odio se levantaban desde la ignorancia que se mantenía y que a nadie, por lo demás, le molestaba.

El cine, la televisión, las noticias y los medios de comunicación de la época, abiertamente y también con sutilezas, alimentaban con películas, documentales, reportajes y noticias  una versión única del conflicto que impedían reconocer los niveles de abuso.

Es lo anterior la demostración más palpable del poder, la capacidad de contar la historia de otra persona, de otra nación, de otro pueblo, y convertirla en la historia definitiva de esa persona, de esa nación, de ese pueblo.

Es la expresión de lo que la gran nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie pregona en su maravilloso texto sobre “El peligro de la Historia Única”. 

En el mismo documento Chimamanda instala una acotación del poeta palestino Mourid Barghouti, quien plantea que “… si quieres desposeer a un pueblo, la forma más simple de conseguirlo es contar su historia y empezar por “en segundo lugar””.

Me permito reflexionar, en términos personales, al respecto de la historia del conflicto palestino – israelí, siguiendo una argumentación profunda y clara de Chimamanda en un contexto parecido: comienza la historia con los asentamientos palestinos milenarios en la región y no con la creación del Estado de Israel y obtendrás un relato completamente distinto.

A finales de la década de los 80 en Chile, en mi época universitaria nació un movimiento de jóvenes palestinos, la Unión General de Estudiantes Palestinos (UGEP) para sensibilizar a nuestros compañeros y a todos los estamentos de las aulas universitarias sobre el drama real del pueblo palestino: imágenes sobre los conflictos armados, realidad de los campamentos ocupados, políticas de separación, intifada y movimiento popular palestino, el uso por parte de Israel de material de guerra prohibido por las convenciones internacionales,  organismos no gubernamentales que buscaban hacer partícipes a la comunidad internacional de la forma y las condiciones de vida a los que ha obligado Israel a los palestinos residentes en las áreas ocupadas y aquellos que fueron forzados a salir al exilio viviendo como refugiados en inaceptables condiciones de vida por largos periodos.

Hoy, en el cenit de la globalización, en que nadie puede desconocer la posibilidad de acceder a información que le permita adentrarse en la realidad compleja del conflicto, resultan ser pocos los que han construido una imagen real de esta problemática.

Nunca obviar que palestinos han desarrollado actos de violencia y atentados contra vidas  israelíes son igual de reprochables y que no aportan a generar las condiciones para solucionar el conflicto, pero al mismo tiempo, por la necesidad de la “Historia de los Equilibrios” como diría Chimamanda, es que resulta trascendental que la humanidad se rebele con fuerzas ante un drama que persiste y que no se atiende, se ignora.

Ya en la década de 1960 Bertrand Russel se refería a lo que hoy expresa la declaración de los gobiernos latinoamericanos, claro está con el lenguaje propio de una época: “Esta nueva edición del Tribunal Russel sobre Palestina está encargada de establecer si el régimen de Israel sobre el pueblo palestino viola la prohibición del apartheid contenida en el derecho internacional (definido como “actos inhumanos cometidos con el propósito de establecer y mantener la dominación de un grupo racial de personas sobre cualquier otro grupo racial de personas, y oprimirlas sistemáticamente).

A los que consideran que es un paso demasiado lejos que se determine si la democracia de la que Israel se enorgullece pueda ser definida como un régimen de dominación racial…”. Dos años antes de su muerte, en 1968, el filósofo británico se expresaba bajo los siguientes argumentos: “El desarrollo de la crisis en Medio Oriente es peligroso e instructivo. Durante más de 20 años Israel se ha expandido por la fuerza de las armas.

Después de cada etapa de esa expansión Israel ha llamado a la “razón” y ha sugerido “negociaciones”. Es el papel tradicional del poder imperial, porque desea consolidar con la menor dificultad posible lo que ya ha tomado mediante la violencia. Cada nueva conquista se convierte en la nueva base de propuestas de negociación desde una posición de fuerza, que ignora la injusticia de la agresión anterior. La agresión cometida por Israel debe ser condenada, no solo porque ningún Estado tiene derecho a anexar territorio extranjero, sino porque cada expansión es un experimento para descubrir cuánta agresión más será tolerada por el mundo. […] Israel no solo condena a una vasta cantidad de refugiados a la miseria; no solo muchos árabes bajo la ocupación son condenados al régimen militar; sino que Israel también condena a las naciones árabes que han emergido solo recientemente del estatus colonial, a un continuo empobrecimiento ya que las demandas militares tienen preferencia por sobre el desarrollo nacional.

Hace más de 50 años, un líder intelectual de Occidente llamaba, con mayor fuerza jurídica y moral que la declaración actual de Argentina, Brasil, México y Chile, a hacer frente  a las agresiones de Israel y el drama del pueblo palestino.

El análisis de Russel sigue siendo pertinente y moralizador, la lucha por la igualdad y dignidad en Palestina sigue viva en la lucha de los movimientos de ocupación de todo el mundo.