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¿Por qué dejé de creer en el socialismo?

La respuesta corta a la pregunta que abre el título de esta columna es: educación y experiencia. No obstante, últimamente, ante la radicalización cada vez más tangible de las posturas políticas en Colombia, me he puesto apensar en el largo camino que han recorrido mis propias ideas políticas, económicas y sociales desde el lejano pasado de mi adolescencia, cuando apenas empezaban a formarse. 

Más o menos a los 14 o 15 años me volví ateo y comunista. Vas toda la vida haciendo caso a lo que te dicen tus padres, lo que te dicen tus maestros, lo que manda la autoridad abstracta del Estado, y de repente te pegan las hormonas, aprendes un poco más de ciencia, de historia, y muchas cosas te dejan de hacer sentido. ¿Por qué creemos en el mito de un dios hebreo que creó el mundo y nos mandó a su hijo a morir hace miles de años?, hubo decenas de civilizaciones antes de nosotros con mitos similares, que también aseguraban que sus dioses eran los únicos ciertos, que también mataban por ellos. El pensamiento religioso no va de la mano con el pensamiento científico y, de los dos, es evidente cuál es más apropiado para explicar la realidad. 

Sobre el comunismo, la cosa era una mezcla de rebeldía y una incipiente (y mala) lectura de la historia universal. Primero, vivimos en un país en el que ser de izquierda ha sido durante muchísimo tiempo el tabú más grande posible, en parte porque las guerrillas insurgentes han hecho socialmente aceptable la satanización de este costado ideológico. Abrazar una ideología de izquierda era defender el derecho a pensar como sea, mientras se respeten los derechos de los demás (algo en lo que todavía creo firmemente), también es cierto que la convicción era un lujo burgués. Sumado a esto, me era –y me es- claro, que existen profundas desigualdades socioeconómicas en este país que no son justas. El error estuvo en identificar el comunismo –o socialismo, porque son básicamente la misma cosa- con una especie de gobierno de los pobres, esto es un error de conocimiento.

Está bien equivocarse a los 15 años sobre las cosas, todavía falta un montón por aprender, por experimentar o conocer. Lo que no está bien es formarse una idea del mundo en la adolescencia y pasarse la vida entera con las mismas posturas. Por lógica, es muy probable que las ideas que nos formamos más jóvenes estén erradas. Una constante a lo largo de toda mi vida es que cada año que pasa me doy cuenta que en el año anterior era muy ignorante. Lo digo porque creo que esta experiencia inicial con la política es bastante típica.

Con el pasar del tiempo, en mi juventud temprana, hubo cosas que empezó a ser imposible ignorar, el desastre de Venezuela, los intentos de perpetuarse en el poder ad infinitum de todos los gobernantes de izquierda en Latinoamérica, las historias de las masacres llevadas a cabo por la Unión Soviética, el terror del maoísmo. Se me hizo evidente que el socialismo no funcionaba, aunque no sabía bien por qué, y es normal, en esos momentos no entendía ni siquiera cómo funcionaba la inflación, menosun sistema económico. En todo caso, seguía viendo a las democracias europeas -con sus afianzados estados debienestar- como el epítome del desarrollo sociopolítico humano, una mezcla de capitalismo y socialismo al que todos debíamos aspirar. Así que empecé a decantarme por una postura más central con un amor nostálgico por las ideas socialistas que veía reflejadas en ese estado de bienestar.

No sería sino hasta terminar mi maestría en ciencia política (el año pasado), con tortuosas 300 páginas semanales de lecturas de por medio, que por fin empecé a entender mejor lo que era el socialismo, lo que era el capitalismo, y por qué el socialismo no solo nunca ha sido exitoso, sino que jamás lo será. De hecho, cuando por fin empecé a tener acceso a las fuentes de información adecuada, todo se me hizo extremadamente lógico. 

Recuerdo perfectamente una gráfica que mostraba el crecimiento del PIB de la humanidad durante los dos últimos milenios. Mientras la línea apenas y se elevaba unos centímetros cada 500 años, después de la revolución industrial el crecimiento era astronómico, todo gracias a una revolución que solo había sido posible gracias a instituciones de naturaleza capitalista. Más específicamente, la protección a la propiedad privada y la garantía de la libertad económica de todos los individuos. Cuando los ingleses lograron reducir significativamente los poderes de la monarquía británica al final de la revolución gloriosa, después de que el poder judicial se hizo realmente independiente, y el poder para crearimpuestos se repartió en un mayor número de personas, la consecuencia lógica era que los derechos económicos de los individuos aumentaran junto a sus derechos políticos. 

El problema es que a lo largo de la vida nos plantean mal la dicotomía frente a las que escogemos nuestras ideologías políticas. Nos dicen que hay izquierda y derecha, socialismo y capitalismo; nos cuentan que hubo guerra fría, que el capitalismo ganó, y vemos el mundo mal todavía y pensamos: “No, pues esto está mal, seguro ganaron los malos”. El problema es que la verdadera dicotomía a lo largo de toda la historia humana ha sido Estado e individuo, público o privado. 

El socialismo es inherentemente problemático porque todo lo que propone, todo lo que lo fundamenta, se basa en la supresión de libertades individuales para otorgárselas al Estado, a lo público: la colectivización de la propiedad y el poder. Pero no ha existido un solo Estado en toda la historia de la humanidad que no haya sido manejado por alguien o algunos pocos, está en su misma naturaleza, es una herramienta de control a través de la cual intercambiamos libertad por seguridad. ¿Qué diferencia hay entonces entre escoger el yugo de una monarquía a la del partido comunista?, ¿qué diferencia hay entre Stalin y cualquier otro dictador en la historia humana? 

El problema es que una creencia que parece estar generalizada es que el sector privado es un monstruo gigantesco y avaricioso, movido por el egoísmo, una visión a todas luces erradas. Cuando una compañía crece tanto que deja de pertenecer a un individuo o a un grupopequeño de conocidos, se vuelve pública, por eso en inglés a estas empresas se les llama ‘public companies’, aunque en español sean sociedades anónimas abiertas. 

Las empresas gigantescas, que tan mala imagen tienen, son parte del sector público –aunque no del Estado central-, y gran parte de sus acciones perniciosas en las sociedades se dan a través de su interacción con el Gobierno. Por ejemplo, y aunque suene increíble, Amazon o Facebook son empresas del sector público, aunque no estatal, porque los dueños de estas empresas no son Bezos o Zuckerberg, son un montón de accionistas que no tienen nada en común.

Cada vez que pensamos en un ejemplo de dominación y dominados, opresores y oprimidos, siempre estamos pensando en el sector público oprimiendo al sector privado. El Estado, como instrumento de proyección de poder de unas pocas personas sobre unos muchos. Era el Estado cuando los emperadores romanos les fueron quitando los derechos a su propio pueblo hasta ocasionar la caída de Roma, era el Estado cuando en Europa del Este se obligaba a trabajar a los campesinos gratis, era el Estado cuando el Gobierno estadounidense institucionalizaba la segregación racial para garantizar el poder de los blancos. Era el Estado cuando en Colombia trabajaban de la mano fuerzas armadas y paramilitares para desplazar campesinos de sus tierras.

¿Cómo apoyar entonces una teoría social y modelo económico cuyo propósito último es la abolición del sector privado?, esto sería absurdo. Comprender estas cosas, y muchas otras que tomaría mucho espacio discutir, me ayudaron a entender que las cosas básicas que noté en mi adolescencia tenían sentido, pero que mi diagnóstico fue errado. Para ser más exactos, en realidad no dejé de creer en el socialismo, dejé de creer en el Estado y empecé a creer más en la capacidad de los individuos de prosperar cuando todos tienen el mismo valor.