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Para repensar la educación

Hay momentos de la historia que se caracterizan por una conjunción de acontecimientos, muy profundo por lo demás, que llaman significativamente la atención de todos aquellos que viven dichos períodos. Son las llamadas coyunturas o acontecimientos bisagras que marcan sin duda una inflexión consciente de la ciudadanía.

Las personas, comunes y corrientes, y no sólo los intelectuales que han dedicado su vida a temas específicos de interés, son capaces de advertir la peculiar circunstancia y elevar más de una voz para expresar su posición con respecto al complejo momento.

La pandemia nos ha puesto en más de una coyuntura, podríamos decir que la crisis es estructural, ya que nos ha obligado a repensar muchas de nuestras más habituales prácticas, a descubrir más de un nuevo punto de vista y replantearnos de manera muy sistémica  nuestra vida. En este diagnóstico, la educación en su sentido y forma de desarrollarla requieren más de un comentario y abrir una puerta para reflexionar sobre ella.

En todos los países del mundo, de manera transversal y a partir de sus particulares circunstancias, la discusión es muy parecida. ¿Cuándo volveremos a clases presenciales? ¿De qué manera lo haremos? ¿Cuál es el rol que cumple la educación en tiempos de pandemia? ¿Cuál será el impacto que las prácticas, con cierto grado de improvisación, tendrán sobre las generaciones directamente afectadas? ¿Cuál es el impacto de la llamada Brecha digital a nivel de instituciones de profundas diferencias socioeconómicas que generan consecuencias sobre la calidad del proceso educativo y presionan hacia una mayor desigualdad? ¿Las políticas gubernamentales fueron las más adecuadas? ¿De qué manera compatibilizamos la salud con la necesaria vuelta a clases presenciales? ¿Cuál ha sido el impacto a nivel familiar de la larga estadía de los jóvenes en sus casas? ¿Qué externalidades en términos económicos se han presentado?

Las preguntas dan para un congreso de educación, con sensibles particularidades, con realidades muy disímiles, con retrasos en políticas de inclusión y solidaridad, en fin, la educación es un espacio sensible del drama que ha significado el Covid 19.

Desde los postulados del gran filósofo alemán, Karl Jasper, estas instancias son también oportunidades que invitan, más que al lamento, a enfrentarlas con el ánimo de fortalecerse en las convicciones.

Son sin dudas momentos dramáticos, pero por lo mismo, por lo descarnado de la situación podemos descubrir más de un velo que ha nublado el diagnóstico o que ha retardado las medidas reales para que la educación cumpla su rol en la movilización social y supere la condición de perpetuador de las desigualdades que, para determinados sectores, han sido justificadas desde muchas perspectivas (especialmente económicas con una lógica mezquina de mercado) y muy lejos de reflexiones éticas solidarias que permitan reconocer y valorar las sensibles diferencias pero repudiar y combatir las desigualdades. Es la oportunidad para que, sin ambigüedades, nos expresemos y seamos capaces de repensar y renovar el sistema educativo de cada uno de nuestros países.

No se trata de echar por la borda lo bueno que se ha hecho, por el contrario, se trata de atacar aquello que nos ha distanciado, que ha facilitado que la escuela, el colegio sean repetidores de desigualdades sociales y que hayamos construido un sistema educativo que busca perpetuar privilegios de un grupo bajo el disfraz mezquino del mérito. Hoy lo que más reclaman en función del mérito son aquellos a los que sus padres les han “comprado” un buena educación y se visten y viven de sus abuelos y padres, construyendo un relato que es una  seudo meritocracia.

El repensar la educación no puede ser tampoco un proceso excluyente, debe integrarlos a todos con posibilidades de voz pero que partan por definir una ética cívica socialmente compartida. Por ejemplo, si consideramos que valores como la libertad, la igualdad, la solidaridad, el respeto y la actitud de diálogo como los elementos orientadores de nuestra sociedad, la educación debe concurrir con todos sus esfuerzos hacia ello y en el currículo docente, en la formación profesional y nuestras prácticas deben potenciarlos permanentemente y que, más allá de las diferencias ideológicas de una sociedad pluralista, se promuevan actitudinal y cognitivamente dichos valores.

El concepto de la ética cívica que propongo está tomado de los planteamientos de John Rawls sobre la necesidad de un consenso básico de valores que precisan las democracias liberales para mantener un pluralismo dentro de ciertos límites (lo más distanciado posible del monismo totalitario y del relativismo extremo). Implica el compromiso con el ideal de una sociedad abierta, en la que los más variados grupos ideológicos y culturales, mantienen lealtad a ciertos principios éticos fundamentales que faciliten la más amplia y respetuosa variedad en una convivencia pacífica y justa.

La teoría suena muy bonita, más aún cuando se supone que tiene un referente ético que promueve la dignidad, las libertades, el respeto, la solidaridad  y la renuncia irrestricta a la violencia para enfrenar los conflictos. Demanda que debemos mejorar en nuestras prácticas educativas institucionalizadas, ya sea en la estructura de los establecimientos educacionales, en su funcionamiento, en la relación que establecen con las alumnas y los alumnos, con los padres y los apoderados y  con todos los demás profesionales que sienten la genuina necesidad de aportar en el proceso formador. Hay que pensar los establecimientos de educación desde la integración y no desde el conflicto.

La realización de los valores de la ética cívica compartida en las sociedades abiertas y pluralistas exige que todos nos reconozcamos genuinamente como personas, estos es, como seres dignos del mayor respeto y consideración, supone considerar a todos como interlocutores válidos, generando en el profesional de la educación una preocupación permanente por sus competencias, pero integrando el punto de vista de las personas afectadas por su labor profesional, no para aceptar cualesquiera de las pretensiones de éstas, sino más bien para adaptar el ejercicio de la profesión docente a las exigencias que hoy consideramos justas a la luz de los valores de la ética cívica compartida.

No conozco ninguna institución educativa que funcione sólo con los profesores y alumnos, conozco muchas que funcionan de una manera poco democrática, muy jerárquica,  autoritaria y que se organizan, más allá del discurso, intencionando la desigualdad de facto a favor de los profesores. También hay que superar el discurso confrontacional entre padres y apoderados, es el momento de transparentar nuestras prácticas y aportes: ¿qué esperan los apoderados de nosotros los profesores? y ¿qué esperamos nosotros de ellos?

Nos une el mismo objetivo que permita  generar un proceso que articule de manera constructiva los aportes de cada uno con el fin de generar un espacio que potencie el desarrollo del niño y de la niña desde el trabajo colaborativo y respetuoso. Si padres, apoderados, profesores y demás profesionales de la educación somos capaces de articular un discurso claro y coherente, las aguas en las que se moverán nuestros alumnas y alumnas serán más calmas y productivas que cuando se construye un discurso confrontacional que pone al alumnos en la situación más difícil y desigual.

Es por ello que es necesario repensar en tiempos de crisis la escuela y nuestras prácticas, no debemos olvidar que por evolución las instituciones educativas, los maestros y las ideas crean y llenan un espacio intermedio entre la familia y la sociedad. Son aquellas, como plantea Walzer, “que suministran el contexto, no el único, pero por mucho el más importante, para el desarrollo de la comprensión crítica y la producción y la reproducción la crítica social. Las escuelas llenan un espacio intermedio entre la familia y la sociedad, y también un tiempo intermedio entre los primeros años de vida y la edad adulta.

Es por ende un espacio y un tiempo para la capacitación y la preparación, el ensayo, las ceremonias de iniciación, para los comienzos y cosas semejantes; pero ambos constituyen también un aquí y un ahora que posee importancia propia.” La educación es presente y futuro, es creación permanente y construcción, es de todos y para todos y un referente fundamental para la construcción de una sociedad que responda a los valores de una ética que compartamos como sociedad.