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Los desafíos de la democracia digital

Este domingo hubo elecciones en Brasil, proceso similar que ha vivido sólo hace algunos meses  Colombia y Chile. Más allá del análisis ideológico tan común en nuestra región sobre las inclinaciones hacia la izquierda o  a la derecha, la discusión la quiero plantear en que más allá de trinchera política en la que se instale el gobierno de turno y para cualquiera de nuestros países de la región, es cosa de mirar someramente los procesos en Colombia, Perú, Argentina o Bolivia, el apoyo electoral obtenido no es ninguna garantía de gobernabilidad democrática en países donde los ciudadanos se desilusionan con mucha rapidez y parecen más inclinados a castigar a las autoridades de turno que a entregarles un mínimo tiempo de confianza.

Lo anterior redunda en situaciones de inestabilidad,  que asociadas a condiciones económicas globales muy complejas estructuran un escenario que lleva a que los gobiernos de turno, más allá incluso de la misma realidad, se perciban permanentemente en vilo, caminando siempre el precipicio, como pisando huevos al borde del acantilado y con una ciudadanía que parece disfrutar del fracaso y que ayuda a dar el empujoncito final con pequeñas intervenciones que se multiplican a través de las redes sociales que alimentan la desilusión, la desesperanza, el engaño, el menosprecio, la crítica, fundada o no, el chaqueteo, el ninguneo, la seudo superioridad de quien twittea, en fin condiciones en las que difícilmente un proyecto político puede ser esperado,  reconocido, entendido o valorado.

Todo lo que se construye, si hacemos una adecuada evaluación, no es gratuito, siempre hay responsabilidades que debemos asumir y en ello la clase política profesional de nuestros países sudamericanos tienen mucha responsabilidad. No siempre nuestras autoridades han sido modelos de virtud y de patriotismo, muchas veces hemos sido testigos de prácticas que no dejan la mejor impresión y que ayudan a entender que en los índices de transparencia internacional estemos en lugares más que secundarios. Es cierto que la ciudadanía se aburrió de las prácticas de corrupción en las esfera pública y privada de quienes llegan a ocupar cargos relevantes de nuestra institucionalidad y en el mundo de la Era Digital ha encontrado un espacio menos que regulado para expresarse de muchas maneras, no siempre de la mejor.

No es un misterio que la democracia en nuestros países es siempre un proyecto en construcción, las amenazas le espolonean desde adentro y desde fuera de la institucionalidad y con una estructura de organización que parece añeja, que no se actualiza y que no es capaz de responder a las demandas de una ciudadanía digital cada vez más empoderada y crítica. No es un misterio para nadie que en el mundo en que vivimos los medios masivos de comunicación y las tecnologías de la información están impactando cada vez de manera más profunda, para bien o para mal, en la forma en que vivimos. Todos nosotros somos activos usuarios y formamos parte de ése contingente que comparte información, noticias y también fake news y basura digital. Queramos asumirlo o no, es innegable de que estos juegan un rol fundamental en la forma en que la ciudadanía participa y en la opinión pública que se puede construir sobre instituciones, proyectos y personas, por lo que resulta fundamental entender que las estructuras de la democracia moderna deben generar los mecanismos que permitan convertir a los medios digitales en una fortaleza para el sistema ya que la inacción o el desprecio expresado hasta ahora por comprender su nivel de impacto, parece ser riesgo latente y muy real.

Lo anterior no demanda un control de estos medios que pueda atentar contra principios básicos de cualquier régimen democrático: las libertades de prensa y de expresión. Como lo planteaba Hannah Aredt, “En el momento que no tengamos libertad de prensa, cualquier cosa puede suceder. Lo que hace posible un gobierno totalitario o dictatorial es que la gente no es informada. ¿Cómo puedes tener una opinión si no estás informado? Si todos te mienten, la consecuencia no es que creas las mentiras, sino que nadie cree nada ya”. Hoy el medio preferido, especialmente por los jóvenes, para informarse son las redes sociales a través del uso de tecnologías de la información y la comunicación que incluyen recursos, herramientas y programas que se utilizan para procesar, administrar y compartir la información mediante diversos soportes tecnológicos. Así, las redes sociales más asequibles a la ciudadanía son sitios de internet formados por comunidades de individuos que responden a especiales intereses, que en función de ellos planifican actividades, les permite mantenerse en contacto, ya sea para comunicarse o intercambiar información.

Al mismo tiempo es relevante recordar la relevancia del derecho a la libertad de expresión, tan importante como muchos otros que están consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, como la libertad de culto, de reunión, de asociación y la capacidad de participar e intervenir en los asuntos públicos, pero en igualdad de condiciones con todos los derechos mencionados anteriormente tiene sus límites. La ley establece con claridad  que cada uno de nosotros tiene la libertad para emitir opinión e informar, sin censura previa, en cualquier forma y por cualquier medio, pero debemos estar conscientes y ser legalmente responsables de los delitos y abusos que podemos cometer en el ejercicio de dichas libertades.

¿Cuánta información circula diariamente por las redes sociales sobre nuestras instituciones democráticas, sobre nuestras autoridades de distintos niveles territoriales? ¿Quién puede negar que lo que consumimos digitalmente está impactando de manera considerable en la forma  en que nos relacionamos? Sin duda que estamos ante un fenómeno relativamente reciente y aún no dimensionado, el real impacto que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación han tenido en las sociedades democráticas es aún materia de discusión. Las opiniones se dividen entre concepciones pesimistas y optimistas.

Si creemos que la presencia de las TIC en nuestro día a día es un fenómeno irreversible, debemos tener conciencia de los cambios sociales, económicos y políticos que se van a generar, entre ellos el desarrollo de movimientos sociales mucho más amplios y con límites más difusos, que impactarán a los modelos dominantes, como la democracia liberal desde la perspectiva política y al capitalismo en el ámbito económico. Para los que así piensan, están convencidos de que las nuevas tecnologías son el motor de potentes  transformaciones experimentadas por las sociedades actuales en todas las dimensiones y en gran medida responsables de la crisis de institucionalidad ya que han facilitado el surgimiento de nuevas formas de poder. Por el contrario, también existen aquellos que reducen el impacto que pueden producir y ponen más atención en las nuevas formas de control que favorecen, pues destacan que los grandes poderes políticos y económicos globales, ofrecen información y servicios a los ciudadanos a escala planetaria, haciendo de los cambios y reivindicaciones ciudadanas sensaciones más virtuales que reales.

Como decía un respetable cientista político, la democracia actual debe hacer un exhaustivo análisis de la “nueva cancha” en la que se está jugando el juego democrático, deben comprender que las tecnologías de la información y la comunicación son una realidad que ha venido a quedarse, que más allá de quejarse de cómo están haciendo más complejo su trabajo, pueden ser una excelente herramienta que permita hacer más eficiente la gestión pública, que favorezca la gobernabilidad y la transparencia en el ejercicio del poder. Al mismo tiempo la democracia digital debe ser entendida  como un espacio para el activismo y para la participación ciudadana más allá de las urnas. Su instantaneidad puede generar espacios más eficientes de legitimidad a la hora de tomar decisiones, de resolver problemas y tomar contacto con la autoridad.

Pero esto es más complejo de lo que parece, sin duda que las redes sociales permiten a un gobierno responsable organizar con mayor facilidad asambleas, recolectar información relevante y favorecer mayor participación a la hora de tomar decisiones, permiten documentar violaciones a los derechos humanos u otros abusos del Estado, pero también debemos recordar que, por lo menos hasta hoy, son espacios de propiedad empresarial que utilizan los datos digitales para propósitos propios sin el consentimiento de las personas.