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Lo que sentimos después de un año

El tiempo, cronológico, no deja de ser sensible en nuestras vidas, está marcando cada uno de nuestros momentos más cotidianos y los más significativos se comienzan a instalar en nuestra mente y en nuestros corazones y les asignamos un sentido y un significado.

Pensemos un poco en la relevancia que le damos a cada final de año, donde sin duda las reflexiones se cruzan con la conmemoración de la navidad, pero que, en un mundo cada vez más secularizado, parece que los balances personales le van ganando terreno al recogimiento religioso.

Un año cronológico, a pesar de la mayor velocidad con que sentimos que pasa al avanzar en nuestras vidas, resulta cada vez más significativo a la hora de hacer los balances personales.

Llegaremos a la conclusión que puede haber años buenos u otros malos, o un poco de ambos, con sensibles inclinaciones hacia uno u otro lado.

Los años buenos pueden estar asociados al logro de desafíos personales, a la materialización de anhelos largamente postergados, a hitos relevantes de familiares y amigos significativos, al triunfo  de nuestros equipos o selecciones, de los más variados deportes, en competencias nacionales o internacionales y hasta de la instalación de un gobierno de turno que representa con mayor cercanía nuestras sensibilidades y aspiraciones.

Lo que quiero instalar con este pequeña enumeración, ya que sin duda existen muchos más eventos que puedan resultar tan o más significativos que los descritos, es la variedad de dimensiones en que nos movemos cada uno de nosotros y donde se mueven nuestras conciencias.

Los años malos están asociados comúnmente a pérdidas, que generan una instancia reflexiva que es diferente a la que podemos hacer en los años buenos.

Los años malos son más interpeladores, nos generan vacíos y recriminaciones sobre lo que hemos sobrevalorado y lo que hemos subvalorado.

Nos conminan a una catarsis personal, de tratar de instalarnos en lo relevante, lo significativo, lo fundamental y, en el proceso, no son pocas las veces en que nos mentimos, nos engañamos, accedemos a frases más que conocidas, nos justificamos.

En el proceso perdemos el foco de la reflexión relevante, queremos, y es natural, volver a instalarnos en una situación de mayor confort, que nos saque del vacío y de la depresión.

Como dirían en Chile, nos construimos un cuento, lo repetimos tanto como sea necesario, para que se transforme en una realidad, que nos permita superar un estado emocional en el que, a ninguno sin duda, nos gusta estar.

Hay algo transversal a los años buenos y a los años malos, la relevancia que tienen los Otros significativos para cada uno de nosotros, la familia y los amigos de verdad, aquellos en los que buscamos afecto y refugio cuando las cosas no nos funcionan y en los que hayamos reconocimiento en los años que se nos aparecen como buenos.

Cada uno de ellos es tremendamente importante, son las personas con las que queremos estar bien, con las que nos resulta necesario y relevante compartir y que deben sentir que estaremos ahí para apoyarlos en los años malos y para reconocerlos en los años buenos.

La vida que merece ser vivida es aquella que demanda dar y recibir, buscar y estar.

Las sensibilidades personales influyen poderosamente en nuestras reflexiones y evaluaciones, muchas veces son ellas las que nos instalan en donde queremos estar.

Puede que para nuestra tranquilidad personal necesitemos vivir y experimentar años malos, lo que nos puede llevar a sentir con mayor fuerza los años buenos.

Lo relevante es reconocer desde dónde estamos mapeando nuestras emociones y nuestras reflexiones.

No es que unas sean mejores que otras, es importante un mínimo acto de racionalidad en nuestra reflexiones y reconocer que la congoja  puede superar a la felicidad y o que el disfrute puede imponerse al dolor.

La relevancia es que entendamos que en  la complejidad de nuestra existencia todo está comprometido, con nosotros, con los Otros significativos y  con el entorno que nos puede acicatear o torpedear.

Es la vida, en todo su torbellino de emociones, en aquello que los románticos del siglo XIX nos hicieron percibir con la profundidad, la confusión y el desorden mismo.

Con relación a lo anterior y desde mi especial deformación histórica, siempre me hicieron sentido las palabras de Thomas Hobbes, cuando reflexionaba sobre las formas de gobierno descritas de manera tan brillante por Aristóteles.

El filósofo griego, en su especial inclinación por las definiciones y las categorías, conceptualizó las formas de gobierno y las clasificó en puras e impuras. Las primeras, con una carga más positiva, serían la monarquía, la aristocracia y la democracia.

Las segundas estarían integradas por la forma degenerada de alguna de las puras.

Así, la Monarquía degeneraba en Tiranía, la Aristocracia en Oligarquía y la Democracia en Oclocracia.

El intelectual inglés, reflexionando en un contexto distinto,  en la medianía del siglo XVII, expresó  su coincidencia con los gobiernos y las definiciones establecidas por Aristóteles, pero planteó su discrepancia en términos de la clasificación hecha.

Para él, no había gobiernos puros o impuros, sino que la definición era más bien personal y que estaba directamente relacionada con la manera en que cada uno se conectaba, racional y/o emocionalmente, con el gobierno de turno.

En los precisos momentos en que escribo estas palabras, recibo un escrito de una entrañable amiga, que demuestra la conexión que podemos tener con los Otros significativos y que viene a darle sustento a lo que he tratado de instalar: “Es inevitable, llegando fin de año, no hacer una reflexión sobre lo que ha sido este período.

Son varias experiencias y a veces confluyen todas juntas como cuando un auto de frente pone las luces altas y se me vienen de golpe y no me dejan ver.

El camino más transitado es el de poner en primer lugar todo lo malo, lo doloroso que nos ha pasado y decir, que ojalá este año se vaya pronto.

Yo, al igual que Edward Said, no tomo los caminos más transitados, sino lo menos comunes, y rescato lo bello, los momentos felices, los chispazos de alegría, de cariño, de ternura, de simbolismos de detalles, que he recibido, que han sido muchos”

Gracias amiga, compañera entrañable de la universidad, por ser una de esos Otros tremendamente significativo, que sé que siempre puedo contar contigo y espero que también  lo sientas y que me permita, en un año más malo que bueno, apuntar un gran check positivo que me acicatea y anima.