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Leyendo a los grandes pensadores

A menudo se comete el error de convertir las reflexiones de los grandes pensadores en conceptos que viajan por fuera de la historia, que parecen haber sido producidos más allá de los contextos históricos en los cuales se produjeron.

Cuando se estudia a alguien importante en el campo de la ciencia o del pensamiento crítico, no se puede olvidar que sus asertos son elaborados en el marco de unas condiciones económicas, políticas y sociales, y de unas tradiciones científicas o de pensamiento que influyen sobre su obra.

Es imposible comprender las claves de un trabajo intelectual al margen de esos procesos, relacionados con la cultura simbólica y material de una sociedad dada. En todas las grandes reflexiones están implícitas esas condiciones, que los historiadores llamamos contexto histórico.

Es cierto que la reflexión científica (y la profunda de otro tipo) suele encadenarse en tradiciones que parecen estar por fuera del tiempo. Es decir, componen líneas de pensamiento en que un autor o una escuela hacen las veces de pioneros que inauguran una manera de pensar o interpretar la realidad, y otros, que les siguen, operan como continuadores.

Esto podría pensarse con respecto a las escuelas o tendencias griegas en filosofía, a la física de Newton, a las teorías revolucionarias de Einstein o a los planteamientos de Marx.

Albert Einstein, una de las mentes más brillantes de la Historia.

Pero en todos estos casos la explicación profunda de la obra de los grandes pensadores parte de tener en cuenta el contexto histórico, el cual se combina con su talento o genialidad.

Desde esta perspectiva, los hombres y mujeres que han pensado a fondo los problemas de la sociedad, en el ámbito de la reflexión crítica y científica, no deben ser leídos como se lee un libro que contiene verdades reveladas.

Las teorías, conclusiones o hipótesis de los máximos exponentes del pensamiento o del saber científico no pueden incluirse en el campo de las ideas inamovibles, o sobre las cuales no cabe la crítica.

Todas las ideas que se planteen dentro de las tradiciones de la ciencia no pueden ser convertidas en un dogma incuestionable, por varias razones: a) porque fueron producidas en un contexto histórico determinado y, por lo tanto, inducidas por la cultura, la economía, la política, las condiciones científicas o los conflictos de su tiempo.

b) Porque la sociedad se transforma y, sin duda alguna, esas transformaciones repercuten en la validez o invalidez de las interpretaciones en el futuro o en su propio presente.

c) Los seres humanos que elaboran esas teorías están sometidos a las condiciones de su tiempo, con sus limitaciones o fortalezas y, además, todos son seres falibles, que pueden equivocarse en sus análisis o predicciones, pues no tienen la cualidad especial de ser dioses o profetas encargados de divulgar la palabra divina.

Todas las ideas, teorías, asertos o conclusiones generadas por los grandes pensadores, sean hombres o mujeres, están sujetas a la dinámica de la crítica intersubjetiva (la cual hace parte del espíritu científico), y a la contrastación con la realidad.  

Como lo destacó un gran teórico del siglo XIX, el mejor criterio para construir verdades es la práctica, la cual, en la línea de análisis que seguimos, equivale a contrastar las teorías explicativas o predictivas con lo que ocurre por fuera de ellas, en la realidad social o natural.

Si no se comprende el pensamiento crítico y científico de este modo, se corre el terrible riesgo de convertirlos en dogmas cuasi religiosos, y a los grandes pensadores en seres infalibles, más parecidos a un profeta que a un hombre de ciencia inserto en su tiempo.