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Las tradiciones totalitarias del siglo XX

Las dos cumbres del totalitarismo en el siglo XX fueron el fascismo y el estalinismo. Ambos tuvieron como rasgos típicos el control completo de la sociedad y el ejercicio del poder mediante una estrategia dictatorial y policiva.

Aunque existen diferencias entre el uno y el otro, también expresan muchas similitudes. Las dictaduras fascistas y marxistas se muestran partidarias del humanismo, de la libertad y de la razón, pero, en la práctica, niegan, con mucha sangre y violencia, esos fundamentos civilizatorios.

Los niegan y los destrozan a nombre de la salvación de la humanidad o de la concreción de una sociedad más avanzada para el porvenir. En este punto, su actitud es bastante parecida a la de los místicos religiosos que matan o reprimen, a quienes no creen como ellos, a nombre del amor a Dios.

La lógica de las cruzadas es muy similar a la de las dictaduras totalitarias: quien no comulga con mi poder… si no se somete, se muere o va para la cárcel. La evidencia histórica indica que en todos los lugares en que se aplicó la represión totalitaria cundieron la violencia, las injusticias y la muerte.

El totalitarismo destroza la pluralidad de la vida, y convierte al Estado en un Leviatán que lo penetra y lo controla todo: la política, la educación, la cultura, la economía, siempre buscando el ideal de una sociedad más justa o superior. Y en pos de esa utopía ejecuta un todo vale inescrupuloso.

Adolf Hitler.

Por ese ideal se mata la economía, la libertad a nombre de la libertad y el humanismo defendiendo, supuestamente, al humanismo. Es decir, el sistema totalitario se ve forzado a negar su carácter injusto y antihumano acudiendo a la mentira y al cinismo.

Como instrumentos represivos, policiales, los totalitarismos compiten por ser lo más sanguinario y violento entre todos los sistemas políticos de la historia. Su diferencia de fondo está en que la dictadura socialista se autoproclama partidaria de una economía sin mercado, sin propiedad privada y sin capitalistas, en tanto que el fascismo viaja en los lomos del gran capital, sin cuestionar sus fundamentos lesivos.

Lo paradójico del asunto es que la dictadura socialista se organizó para concretar las ideas de Marx, es decir, se autodefinió como revolucionaria, mientras el totalitarismo fascista apareció en los albores del siglo XX, en Italia y Alemania, como una respuesta violenta a la posibilidad de la revolución bolchevique.

Parafraseando a Hegel, se trata de dos contrarios que se unen, a la luz de la evidencia histórica, por los gulags, los campos de concentración, la violencia y el cinismo desmedidos. Esa naturaleza represiva convirtió a los dos modelos en inviables, pues afectó de muerte a la libertad, a la justicia, a la democracia y al humanismo.

Las tradiciones totalitarias del siglo XX no han desaparecido del todo, a pesar de los fuertes golpes de la historia. Renacen en los sectores de ultraderecha que irrespetan la verdad y la ley para defender los intereses creados de los poderosos de la economía y la política, inspirados en estrategias autoritarias.

Esa defensa a ultranza de la economía de mercado y de las libertades de los grandes conglomerados económicos para destrozar el planeta, detrás de la ganancia, es muy visible en Europa y los Estados Unidos.

No es de gratis que los sectores neoconservadores sean también neoliberales y que se caractericen por negar la importancia de la justicia social para construir sociedades menos desequilibradas y más igualitarias.

El polo contrario tradicional de ese sector de ultraderecha está compuesto por los diversos grupos de izquierda que no quieren o no pueden beber de la experiencia histórica, y que se mantienen firmes en la idea de la dictadura socialista, a pesar del estruendoso fracaso de las teorías de Marx durante el siglo XX.

Da la impresión de que no se hubieran dado cuenta que la cortina de hierro y la Unión Soviética se vinieron al suelo por el peso de sus propias contradicciones, por haber sido sociedades policivas con un funcionamiento muy deficitario en materia política y económica.  

Si uno echa un rápido vistazo por todo el planeta debe reconocer que las teorías de Marx no cumplieron lo prometido y, por el contrario, repitieron y perpetuaron las peores prácticas en el manejo de lo político y de lo ideológico, al servir de nicho al fanatismo y al postrar económicamente a las naciones en que fueron aplicadas.

Los chinos, los vietnamitas y otros países abandonaron hace décadas el estatismo económico e instalaron la economía de mercado para generar y distribuir riqueza. Vietnam hace rato dejó a un lado el marasmo económico y el letargo social en que se consumía por efecto del estatismo económico socialista.

Y China pasó de ser un país subdesarrollado y con muchísimos problemas sociales, a convertirse en la segunda potencia económica del planeta, y en una nación que ha rescatado de la miseria y la pobreza a muchísimas personas, gracias a su dinámica economía.

Muchos de los jóvenes y mayores de la tradición totalitaria de izquierda parecen no percibir estos cambios mundiales, y siguen repitiendo las ideas de Marx, Lenin o Mao como si no hubiera pasado nada con ellas.

El antiguo mundo socialista se transformó o se vino al suelo, pero ellos no se han dado cuenta, y continúan repitiendo las teorías revolucionarias del siglo XIX, que fracasaron en el XX, como si hubiesen sido exitosas, o como si fueran mantras inamovibles.

Asimilar y comprender la experiencia totalitaria del siglo pasado debe servir como ingrediente para construir una concepción distinta del cambio social, no para repetir los mismos errores de esas visiones insostenibles de derecha o de izquierda.

Una sociedad represiva, policial, a la larga es insostenible, y se convierte en inviable. Ningún país con una economía completamente estatizada ha podido resolver cabalmente la necesidad de bienes de consumo, de servicios y de medios de producción que predeterminan la mejora de la calidad de vida de la gente.

Ni siquiera el asunto del empleo y de las oportunidades para los habitantes se han podido enfrentar con posibilidad de éxito bajo este modelo. Los ejemplos más claros en esta materia son Corea del Norte y Cuba, cosa que no ocurre con Vietnam y China, que se zafaron del paquidérmico estatismo económico socialista y dinamizaron la economía y la sociedad, para bien de sus mayorías.

Lo que se requiere es aprender de la experiencia histórica para construir sociedades viables, aunque no perfectas. Una sociedad viable se caracteriza por permitir el desarrollo de la democracia, de una economía diversificada, y el ejercicio de la libertad en unas condiciones enmarcadas por leyes respetadas por todos.

Si dejamos a un lado la experiencia China y de Vietnam, donde existe una economía de mercado sin burguesía en el poder, aunque con dictaduras socializantes, podríamos tener en cuenta la existencia de otros países que trabajan por resolver los problemas sociales con mucho sentido de equidad, desarrollando la democracia, la libertad, el pluralismo y sistemas de justicia de avanzada.

Algunas naciones del norte de Europa y de otros lugares siguen esta ruta sin caer en los excesos y tonterías de los enfoques totalitarios. Se podría sostener que esta es la menos mala de todas las vías, asimilando la experiencia internacional.

Lo que no podemos permitirnos como humanidad es seguir sumidos en el error y manejando teorías fracasadas como si nada hubiera ocurrido con ellas en la historia.

Ya ésta lanzó su veredicto, y lo que nos resta a todos es acatar sus designios. Lo demás es continuar amamantando una tradición funesta, un círculo vicioso sin salida, que siempre desemboca en el fracaso.