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La política y el miedo

La obra de Jean Delumeau, “El miedo en Occidente” parte de una premisa que podemos proyectar a muchas facetas de nuestra existencia.

El destacado historiador francés nos explicita que no solo los individuos, tomados aisladamente, sino que también las colectividades están embarcadas en un diálogo permanente con el miedo y  desliza una crítica a la labor del historiador  que, hasta la edición de su obra, apenas ha estudiado el pasado bajo ése ángulo.

Podemos recordar aquí la obra de Georges Lefebvre, sobre El Gran Miedo de 1789” inspirada en la etapa del terror de la revolución Francesa, como también los planteamientos de Lucien Febvre, cuando a mediados del siglo XX se esforzaba por incorporar esta dimensión en los estudios historiográficos anteriores a la Revolución Francesa: “No se trata de reconstruir la historia  a partir de la sola necesidad de seguridad…se trata esencialmente de poner en su sitio, digamos, de restituir su parte legítima a una complejo de sentimientos que, teniendo en cuenta latitudes y épocas, no ha podido no desempeñar en la historia de las sociedades humanas cercanas y familiares a nosotros un papel capital”.

Las preocupaciones que, para los historiadores señalados, tiene la relevancia de incorporar el miedo como un elemento movilizador de los individuos y de las colectividades no puede, sin duda restringirse sólo a la Historia.

Séneca, se refería al “Miedo, paralizador de sueños” y las palabras que más recordamos, expresadas a Nerón, nos lo proyecta: “Tu poder radica en mi miedo; ya no tengo miedo, tú ya no tienes poder”.

El famoso pensador nacido en Córdoba, en la Hispania romana ad portas de la era cristiana, nos plantea que el miedo es una limitante, es una excusa para no dar el paso que nos puede permitir cumplir con nuestro propósito; es un sentimiento que nos invade, que puede hacer que las cosas se vean más grande de lo que realmente son y tiene la capacidad de poder entregar poder a las personas sobre nosotros que en realidad no tienen.

Para Séneca, el miedo frena, mutila, limita y, agrega,: “He visto personas con sueños y capacidades impresionantes, sin embargo su miedo no les permite alcanzar nada. He visto naciones completas arrodilladas ante un hombre, tan sólo por miedo, sin darse cuenta de que su poder se alimenta del miedo de la nación”.

La relación entre política y miedo es de muy larga data, pero parece que, más allá del tremendo cúmulo de evidencias, poco se aporta al estudio del escenario político del impacto que tiene este sentimiento en las decisiones  tomadas por los ciudadanos.

Tal como nos plantea Roberto Esposito en su obra “Comunitas, origen y destino de la comunidad”, “el miedo no solo está en el origen de la política, sino que es su origen, en el sentido literal de que no habría política sin miedo”.

Sin duda el filósofo italiano está haciendo referencia a los planteamientos primigenios de la Ciencia Política Moderna en Thomas Hobbes, cuando el famoso pensador inglés explicitaba, de manera tan cercana y familiar, el origen de sus reflexiones políticas: “Cuando nací, mi madre tuvo gemelos, el miedo y yo”. Hacía referencia al impacto que había tenido en la población inglesa el intento de invasión española con la “Invencible Armada” de Felipe II, justo en el año de nacimiento de Hobbes.

Para el padre de la teoría contractualista, el miedo nos impulsa al contrato social y luego nos impide salirnos de él, por miedo pactamos y nos subordinamos al poder, que para Hobbes debía ser absoluto, pero también por miedo permanecemos en la observancia de la ley.

Más allá del contexto explicitado me permito establecer ciertos límites de análisis que me parece relevante explicitar.

En la forma de hacer política actualmente el miedo está presente a través de un discurso que se construye, pero no quiere decir que todo en política se pueda explicar por el miedo, también, en la complejidad del fenómeno político hay otras dimensiones que están influyendo y de manera poderosa.

Lo que me preocupa es que se construye una narrativa, un relato político en que el miedo se instala con fines oportunistas y electorales, de manera solapada, no existe un correlato que desnude dicha propuesta y se ha tendido, durante mucho tiempo, a camuflar las reacciones naturales que acompañan a la toma de conciencia de un peligro que puede construirse desde el lenguaje y con intereses, por lo demás, muchas veces mezquinos.

Puede ser, como dice Jean Delumeau en su libro, que “La palabra “miedo” está cargada de tanta vergüenza que la ocultamos. Sepultamos en lo más profundo de nosotros el miedo que se nos agarra a las entrañas”

Mi primera experiencia como ciudadano se proyecta al plebiscito en Chile del año de 1988 en que debíamos decidir si la dictadura de Pinochet se mantenía en el poder por ocho largos años más.

El miedo era un sentimiento generalizado en el Chile de aquellos días y la campaña política a favor de la dictadura buscó disfrazar el miedo a la represión, a las violaciones sistemáticas a los derechos humanos, el miedo a la libertad de expresión y a la persecución política y hasta a perder la vida, por el miedo a regresar a los años de la Unidad Popular, con los enfrentamientos, las colas, el desabastecimiento y la inseguridad alimentaria.

La campaña opositora puso hincapié en el sentimiento de la alegría y logró, heroicamente, movilizar a un pueblo temeroso a sacar democráticamente del poder a la dictadura más sanguinaria y temida de la Historia de Chile.

En las siguientes elecciones, el mismo sector político por lo demás, buscó insistentemente instalar la narrativa del miedo como estrategia política, el discurso fue evolucionando desde volver a los tiempos de la Unidad Popular, pasando por ser la nueva Cuba o por último el neologismo (creo que no está aceptado por la real Academia de la Lengua española) de “Chilezuela”, como explícita referencia a que Chile se podía convertir en una nueva Venezuela.

Esta transición se explicitó desde los gobiernos de Patricio Aylwin, pasando por el de Ricardo Lagos y hasta el actual del presidente Gabriel Boric.

Lo que llama la atención es en la insistencia de un discurso que, más allá de los fracaso electorales, se sigue instalando y con renovados esfuerzos. Sí, debo reconocer, que la estrategia fue exitosa en la reprobación del proceso constituyente en Chile el año pasado, donde todos los especialistas aportan que en  la construcción del discurso del “Rechazo” primaron los aspectos emotivos por sobre los conceptuales.

En definitiva se optó por más de lo mismo conocido, con todas sus recriminaciones desde las dimensiones políticas, sociales, económicas y hasta morales, que por “el incierto, desafiante y temeroso futuro” que, según los partidarios del “Rechazo”, significaba “Aprobar” la nueva carta constitucional. También puede elevarse como un elemento de análisis para comprender los gobiernos de Trump en Estados Unidos, de Jair Bolsonaro en Brasil y de más de “un seudo caudillo inspirador de miedos” como candidato a la presidencia de más de alguno de nuestros países latinoamericanos.

No queremos tapar el sol con un dedo, la realidad de nuestros países hoy está cruzada por temores que tienen que ver con el diario vivir: la situación de la economía,  la preocupación por la delincuencia, los asaltos, el crimen organizado y el narcotráfico se han instalado en el inconsciente colectivo, con mayor o menor realidad, producto de las particularidades de cada uno de nuestros países.

Lo que no podemos negar es que son los temas trasversales en los procesos electorales y en los discursos de los políticos, con tintes cada vez más dramáticos y  adornados de más de alguna exageración. Lo mismo nos lleva a comprender el espacio que dichos “miedos” tienen en los informativos escritos, televisivos y radiales. Parece que los miedos venden y se invisibilizan, no pocas veces, los logros, los acuerdos y las realizaciones. 

Hace algunos días en un matinal de televisión que quería poner el acento en el alza del costo de la vida, transmitiendo desde una feria libre del Gran Santiago, un antiguo vendedor del lugar los increpó diciéndoles que por qué ellos no informaban sobre la gran cantidad de productos del agro que había tenido una significativa reducción en sus precios, mientras que el poco experimentado periodista, demostraba más de un pie forzado editorial, y trataba infructuosamente destacar los productos con precios elevados. 

El pasado 16 de enero, la Cámara de Comercio de Santiago informó sobre los resultados de una encuesta por ellos realizada y que llevaba a que más del 70% de los chilenos consideraba como “inseguro” caminar por las calles y trasladarse en automóvil por el temor a ser abordados. La misma presidenta del gremio, María Teresa Vial, conminaba a que  “es urgente que el Gobierno pueda aplicar nuevas y mejores medidas para devolver la sensación de seguridad a la población, que lamentablemente hoy está inclinada por un 70% a la inseguridad”.

Por otro lado a través de las redes sociales, no por los medios de prensa, se hacía circular un estudio Mundial de la ONU sobre los homicidios para el año 2022,que posicionaba a América Latina como una de las áreas de mayor tasa a nivel mundial y en el que Chile presentaba uno de los indicadores más bajos,  claro que con una  tendencia al alza.

No faltaron los que tuitearon haciendo referencia a una especie de contradicción, el país que presenta la menor tasa de homicidios y otros delitos asociados, es el que demuestra, a través de la encuesta de la Cámara de Comercio de Santiago, la mayor inseguridad y miedo. El tuitero reflexionaba sobre el carácter no gratuito de tener media hora diaria de delincuencia en las noticias y a los políticos de oposición solo asustando más. Terminaba su twiteo con una pregunta:  ”¿A quién le conviene que tengamos tanto miedo?”.

No pretendo instalar que el “miedo” es sólo una narrativa que busca ser manipulada con réditos políticos, es una situación real, pero que debe ser abordada en su justa dimensión y no menospreciar los logros y realizaciones por que no “venden” o porque no marcan en las encuestas o en las sensibilidades que se instalan en la ciudadanía.

No sé si el modelo está dispuesto a cambiar, desconozco el impacto que pueden tener los controladores económicos de los medios de comunicación, pero sí comprendo la relevancia del pluralismo en la producción y el acceso a la información.

También destacar que  es obligación de cada uno de nosotros informarnos por medios responsables, de contrastar las noticias, de no absorber simplemente cual esponja y de rebelarnos ante la manipulación. Como diría Séneca, “Levántate, esfuérzate y sé valiente, porque cuando tu miedo termina, la muralla se destruye, cuando tu miedo termina, también termina el poder de aquello te oprime”.