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James, la leyenda

Esta columna es motivada por los interminables debates, que tenemos en el chat de WhatsApp, denominado: “Zona Fútbol”.

Tengo un par de amigos que sueñan todos los días con James Rodríguez, están atentos al mínimo movimiento de nuestro deportista, pero con enfoque en lo negativo.

En sus agendas, tienen cuantas sentadas en la banca ha tenido, cuantas finales ganó sin jugar, y cuantas infracciones por exceso de velocidad le aparecen en la oficina de tránsito de Madrid, no le perdonan nada, no se imaginan la retahíla, el día que apareció muy cómodo en un avión privado. Pero de su palmarés y aporte al fútbol colombiano dicen poco, eso para ellos no es lo importante. Han llegado al extremo de armarse unos dramas en sus cabezas, (peores que los de la Rosa de Guadalupe), en relación al comportamiento del jugador, y lo peor, se los creen.

El fútbol en Colombia es el deporte rey, mueve pasiones como ninguno otro. A la Selección llegan los jugadores de mayor rendimiento, los mejores preparados para defender los colores patrios. Para quienes viven la camiseta, el sentimiento es tan fuerte, que a pesar de los golpes, los traumas, la violencia, nadie quiere salir del campo, así sea en una pierna, con la cabeza partida y con un ojo tapado, la lucha se da hasta el pitazo final y eso nos conmueve hasta  los tuétanos. 

Se constituye este deporte, en un canalizador de ese apetito desmesurado, herencia de nuestros antepasados, que nos invita a la confrontación, a sentirnos parte de un bando en protección del terruño. Aunque eso sí, de lejitos, que vayan y luchen otros, nuestro aporte es con el corazón y la lengua, porque para hablar y especular, ¡búsquennos!.  

Y entonces apareció un futbolista, que recogió las banderas de titanes como el Pibe, Asprilla, Rincón  y muchos más, con habilidades especiales que lo ponían en un nivel superlativo en el juego de la pelota. Y además resultó ser un ganador empedernido y con el liderazgo necesario para empujar en los momentos difíciles. Nuestro país se llenó de orgullo, sus pases, jugadas y goles, le terminaron abriendo las puertas de ese sitio reservado a los más grandes del fútbol. Su nombre James Rodríguez. 

Es sin dudas James, nuestra mejor versión futbolística. No sacaré a flote sus colosales estadísticas, pero si diré que su influencia es tal,  que cuando juega el equipo nacional, así él no esté, su nombre es tendencia en las redes. Lo mismo ocurría cuando se popularizó en nuestro país el Hashtag: #calvohp; la indignación que nos producía, el que su técnico no lo valorara, nos hacía hervir la sangre, pues todos sabíamos lo injusto que era por sus condiciones y calidad.

Hoy James, ya con piel de leyenda, aunque sea difícil de aceptar por los ortodoxos, viene de una seguidilla de problemas físicos que le han impedido brillar como le es habitual, sin embargo, su hambre de gloría y amor por el equipo nacional no se disipan, su deseo de darlo todo se mantiene, como aquel 11 de octubre de  2011, cuando debutó por primera vez con la amarilla.

Si tiene el visto bueno médico para jugar, su lugar, hasta que se retire del fútbol activo, debe ser, en todas las convocatorias de la selección, lo tiene ganado, su jerarquía es incuestionable y su aporte futbolístico es sin igual. La reacción de James, por su desconvocatoria a la Selección lo único que enseña, es el dolor, la desilusión que le produce el no estar. Ojalá las actuales y nuevas generaciones de deportistas sientan el mismo sentido de pertenencia que exhibe nuestro crack por la camiseta. 

Mientras tanto, los venenosos, esos que no toleran sus lesiones, que sigan en lo suyo, destilando su toxina, y soñando con quien es hasta ahora, el mejor jugador de la historia del futbol colombiano, nuestro orgullo, el gran James Rodríguez.  

James Rodríguez