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Incertidumbre, Coronavirus y Chile

Desde una personal y deformadora perspectiva profesional, uno de los intelectuales más relevantes del siglo XX y  principios del siglo XXI fue el historiador británico de origen judío, Eric Hobsbawm. El contexto de la Guerra Fría, en el que adhirió a posturas marxistas, retardó la publicación de, por gusto personal su mejor obra, la “Historia del Siglo XX”. Su preocupación por la Historia del mundo contemporáneo lo llevó primero a elaborar una trilogía histórica para comprender el siglo XIX con sus procesos revolucionarios, el rol del capital y la internacionalización del mismo, a través de la obra final del período que denomina “La Era del Imperio”. El aporte de Hobsbawm fue crucial para comprender el quiebre fundamental entre la organización del mundo entre feudal y artesanal hacia el desarrollo de una sociedad capitalista e industrial, que en gran medida explica muchos de los fenómenos con los que convivimos hoy.

Una vez concluido el periodo de la Guerra Fría el autor británico se dedicó a pensar el siglo XX, lo conceptualizó  como un siglo corto que se extiende entre el estallido de la Primera Guerra Mundial y la caída de la Unión Soviética. Los 77 años que transcurren entre uno y otro acontecimiento los organiza en un tríptico marcado por conceptos que lo definen con extraordinaria fidelidad. La primera parte, entre 1914 y 1945, que estuvo marcada por Guerras Mundiales, Revoluciones, Guerras Civiles, Totalitarismos y Crisis Económica, la denominó la “Era de las Catástrofes”; el período siguiente, que trascurre hasta la crisis mundial del petróleo 1974, los denomina “La Edad de Oro del Capitalismo”, ya que, desde su análisis es el período en que el capitalismo vivió un máximo esplendor económico y en donde pareció que, sobre la base de un Estado de Bienestar, se podían compatibilizar el crecimiento económico y la solidaridad; por último y tras los primeros síntomas de la crisis del modelo soviético y del Estado de Bienestar capitalista, empezó a percibir la llamada “Era de las Incertidumbres” marcada por el desarrollo de una economía supranacional o trasnacional que desgarró los Estados-Nación territoriales y que al mismo tiempo favoreció el surgimiento de movimientos  infranacionales y pequeños grupos étnicos secesionistas que generaron desde la política,  un período oscuro patente en la última década del siglo XX. Pero donde las incertidumbres se mostraban más evidentes fue en los dominios sociales y morales, ya que la crisis implicó la derrota de los principios racionalistas y humanistas que, paradójicamente para muchos, compartían el proyecto capitalista liberal y el comunismo y que son, desde el rigor histórico, el fundamento que permite entender la alianza decisiva que había permitido vencer al fascismo que los rechazaba. En pocas palabras, desaparecieron las metanarraciones, la verdad que se busca fue reemplazada por la verdad que se construye y como corolario la post verdad, se desintegraron las antiguas pautas por las que se regían las relaciones sociales entre los seres humanos que implicó la ruptura de los vínculos entre las generaciones  y la instalación de los valores de un individualismo asocial en la ideología oficial como en la privada. Es así como el siglo XX cronológico terminaba y se proyectaba, en palabras del poeta Thomas Eliot, no con una explosión, sino que con un gemido.

Las palabras de Hobsbawm han hecho escuela en muchos que han descifrado su significado y que han profundizado en sus argumentaciones y planteamientos que buscan darle sustento a las primeras décadas del siglo XXI. Uno de ellos es el filósofo español Daniel Innerarity quien nos interpela que la incertidumbre forma parte, tanto en la dimensión personal como social, de la vida humana. En un juego interesante de ideas nos afirma que sólo tenemos certeza de que somos mortales, pero no sabemos cómo ni cuándo moriremos, que la vida es una permanente caja de pandora que se mueve entre lo peligroso y lo interesante y que, a lo mejor por una herencia genética no modificada, no dejamos de realizar previsiones aunque hemos experimentado hasta el cansancio la necesidad de corregirlas o desmentirlas de acuerdo al derrotero real.

Los planteamientos que hace Innerarity nos llevan a preguntarnos es posible conducir la propia vida o gobernar las sociedades en medio de dicha incertidumbre con cierta racionalidad. Creo que en medio de la pandemia nos hace falta detenernos a pensar un poco en esta cuestión.

La  situación que ha vivido Chile en los últimos meses permite contextualizar y ejemplificar en función del concepto que busco instalar. Hace unas seis semanas atrás el país era reconocido por manejar la cuestión de la anhelada vacuna de una manera racional que entregaba certezas para su población y que eran miradas con admiración para el resto del mundo. El visionarismo del rector de la Universidad Católica de Chile que apostó por las propuestas de las más variadas farmacéuticas que le permitiera al país el acceso preferente y privilegiado (me recuerda a Hobsbawm en el individualismo asocial en la ideología oficial) a las posibles vacunas contra el virus. Más aún, la capacidad  de la medicina preventiva instalada en Chile hace muchos años hizo que varios reconocieran al país como el más veloz del mundo en el proceso de vacunación contra el coronavirus y los mercados proyectaban respuestas al alza, al igual que los indicadores propuestos por los más variados organismos internacionales. Pero como lo plantea Inerarity parece que el correlato real nos ha llevado nuevamente a la necesidad de corregir, lamentablemente no en función de lo interesante, sino que de lo peligroso. El día viernes 9 de abril, el Ministerio de Salud entregó la más alta cifra de contagios en las últimas veinticuatro horas desde que se inició la pandemia, sobre los 9.100 casos, con una mortalidad cercana a las 200 personas, una positividad que supera el 13% y una baja trazabilidad. Es decir, el panorama no puede ser más difícil, lo planteo en término de la experiencia que hemos tenido al respecto y la incertidumbre se instala en el mismo discurso de la autoridad, ya que el ministro de salud consultado por estas cifras lamentables, no se atreve a aventurar si hemos alcanzado el peak o seguirán las variadas curvas, salvo la trazabilidad, en ascenso.

Podríamos opinar, como dicen algunos, con el diario del próximo lunes y aventurar las más variadas explicaciones al respecto y que pueden deambular entre la escasa claridad de la autoridad en el manejo de la información, generando falsas expectativas que favorecieron conductas inadecuadas y reñidas en términos de pandemias, por ejemplo el largo período de permiso de vacaciones antes y durante el proceso de vacunación; el cansancio que está provocando las situación entre la población que se rebela a vivir como la autoridad lo solicita e incluso aquellos que niegan y aún desconocen la situación de pandemia. Ahora Chile es un caso de estudio no por su forma de enfrentar la pandemia, tal como la comunidad científica se planteaba hace seis semanas, sino que para entender que la vacuna no es la solución por sí sola y que deberemos convivir por mucho tiempo con las mascarillas y el distanciamiento social. Hobsbawm, de estar vivo, nos diría que durante mucho tiempo nos estuvimos, y sin pandemia, preparando para esto, con la propagación desde el discurso oficial y privado del individualismo asocial.

Lo que podemos expresar con cierta claridad tiene relación  que en un país de casi 19 millones de personas hay más de siete millones de vacunados, la gran mayoría con las dos dosis, en especial la población objetivo de acuerdo al relato que construyeron los especialistas,  y más de 16 millones de personas en cuarentena. La realidad hospitalaria nos demuestra que estamos a un paso de llegar al drama de la última cama, que el personal de salud está superado, con aumentos considerables en las licencias médicas provocadas por el estrés, los extensos horarios y el convivir con la primera línea del drama. La aparición del famoso Síndrome Inflamatorio Multisistémico (PIMS), y la estructura etárea de los internados en camas de atención intensiva, con personas entre 30 y 50 años,  apuntan hacia una nueva incertidumbre que aporta la enfermedad y que ya nos habla de la posible necesidad de una tercera dosis e incluso de tener que vacunarse nuevamente después de seis meses. Las mutaciones variadas de virus, con todas las variantes definidas y por definir, nos oscurecen, nublan y complican pensar en cualquier escenario.

Muchos nos preguntamos ¿cuándo terminará esto? Hace un par de años ni las mentes más creativas del cine lo habían  pensado con la intensidad y envergadura que la hemos vivido, y recuerden las palabras de Stanley Kubrick en 1965 para su “Odisea del espacio”, “en el cine todo es posible”. Nos agobian las incertezas, necesitamos, al menos para el alma, un relato que alimente nuestras convicciones más allá de  reconocernos como mortales  y que el covid ha venido a instalar con más fuerza que nunca.

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