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En este país casi nadie quiere dialogar

Un observador de lo que ocurre en Colombia con el paro y con la protesta social podría concluir, basado en las señales de la realidad, que ninguno de los adversarios está dispuesto, sinceramente, a sentarse a dialogar.

Es claro que la posibilidad de un diálogo fructífero sobrepasa a dos de los agentes más notables de la actual coyuntura: al gobierno y al Comité del Paro. Mientras el Estado se mantiene relativamente unido en sus políticas represivas, el Comité no parece contar con un norte que lo unifique.

Los dos adversarios han dilatado el comienzo de las discusiones pensando quizás lo mismo: desgastar al otro para conseguir más. Este tira y afloja se concreta en la falta de diálogo en serio, aduciendo inamovibles o la imposibilidad de hablar bajo el peso de los bloqueos.

Lo cierto es que el Comité del Paro solo representa a una fracción de las personas que están en las calles enfrentando las políticas del gobierno Duque. Tal vez la franja mayoritaria de los jóvenes protestantes no reconoce el liderazgo de ese Comité, del cual han expresado que no los representa.

Todo indica que ningún partido o líder político puede detener la violencia, los bloqueos y la movilización desenfrenada. Gustavo Petro, por ejemplo, ha instado a los jóvenes a abandonar los bloqueos y la violencia, con el argumento inútil de que eso favorece al uribismo, pero la única respuesta obtenida son más bloqueos y más violencia.

¿Cómo explicar ese estado de cosas en el cual la juventud no reconoce ningún liderazgo y se mantiene en movimiento buscando arrasar con todo sin un norte aparente? La base de la movilización está en la ira, en el odio que acumulan nuestros jóvenes.

La indignación juvenil se relaciona con los problemas sociales, que sirven de cerilla para encender el fuego. El desempleo, la desigualdad y la marginalidad parecen ser el fundamento de esa indignación, y el motor más importante de la protesta en curso.

¿Cómo entender el desconocimiento de las instancias organizativas, de los partidos y de los líderes? Es obvio que en la movilización se expresa un profundo desencanto hacia los partidos y otras organizaciones, sobre todo hacia las que se relacionan con el poder central.

El gobierno Duque se ha deslegitimado y desprestigiado, y es el más visible objeto del odio por representar al uribismo, uno de los dos sectores principales de la polarización que hiere al país desde hace décadas.

Aquí caemos en otra de las variables indiscutibles de la movilización actual: el enfrentamiento a muerte entre la ultraderecha y la ultraizquierda, uno de los elementos claves para explicar la problemática.

Sin embargo, da la impresión de que el cuadro de aspectos no estuviera completo hasta aquí. Es un hecho que la pandemia ha exacerbado la desesperación de la gente por el incremento de las dificultades sociales, y ha servido, también, de detonante para empujar hacia la explosión popular.

Es muy difícil probar que un movimiento tan masivo sea la consecuencia de la acción de las guerrillas o de algún enemigo externo, como aduce el gobierno. Las causas principales del estallido hay que buscarlas en la situación lamentable de los sectores populares, de los jóvenes, y en el papel de la pandemia en el acrecentamiento de los problemas, aparte del conflicto entre el uribismo y sus adversarios.

Por otro lado, el movimiento ofrece un perfil violento y espontaneista, lo cual se convierte en otra dificultad grave para encauzar el diálogo. De este hecho surge otro asunto de fondo, al responder la pregunta ¿con quién se dialoga? Es obvio que los diálogos no pueden restringirse a lo que hagan el gobierno y el Comité del Paro.

Por eso hay que celebrar la iniciativa de algunos gobiernos locales y departamentales que no solo llamaron a dialogar, sino que están implementando medidas concretas para enfrentar las carencias que aquejan a los jóvenes.

Una vía para salir del limbo en que ahora estamos podría ser la de ir avanzando en el camino de las reformas por parte de los gobiernos, antes de que se establezcan acuerdos de máximo nivel para levantar el paro y para ir desactivando los bloqueos y la violencia.

El tira y afloja entre el gobierno y el Comité del Paro parece ser un diálogo de sordos en que ambos piden lo imposible, como si no quisieran dialogar o llegar a acuerdos. Da la impresión de que se tratara de un intento de diálogo entre gente cansada que dilata las cuestiones para no acordar nada, y para someter al adversario de puro cansancio.

A ese paso, el país se revienta. Ya aparecieron la escasez y la inflación, y los asuntos de salud pública van en ascenso, con más contagiados, más muertos y menos camas y oxígeno para atender a los enfermos de la covid-19. Lo que nos espera, si esto no se resuelve, es mucho peor que todo lo que hasta ahora padecimos.

El remedo de diálogo entre el gobierno y el Comité del Paro se ha convertido en un pulso entre cansados. Cuando los dos bandos estén a punto de desfallecer, entonces ahí sí se sentarán a concretar algo. Antes de estar ambos bien desgastados no dialogan ni acuerdan, porque no pueden, porque no quieren o porque siempre aspiran a más.

¿Cómo pedir diálogo y acuerdos en un país donde casi nadie quiere dialogar?

Mesa de negociaciones