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En Chile, la voz del pueblo se sintió fuerte

Este domingo 25 de octubre se desarrolló en Chile el plebiscito de entrada del proceso Constituyente que pretende llevar a Chile, de una forma inédita, a una nueva carta constitucional que rompa definitivamente con el pasado dictatorial.

En esta jornada democrática se hizo sentir con más fuerza que nunca la voluntad popular y me lleva a recordar la antigua expresión, “vox populi, vox dei”. Hoy vivimos en un mundo en que no se guía por consideraciones religiosas, en palabras de San Agustín, se ha generado una brecha ominosa entre cuerpo y espíritu,  por lo que pareciera no cobrar fuerza.  

No existe acuerdo si esta expresión tiene o no un origen bíblico (hay referencias al respecto en la obra de Homero). Es a partir del siglo XII que adquiere una clara tradición cristiana cuando Guillermo de Malmesmury la cita sólo como una expresión pre existente. El sentido literal su significado apunta  a que la voz de la opinión popular revela la voluntad de Dios y debe de obedecerse. La posterior tradición, más secularizada sin duda, pero propia de los procesos de integración e inclusión de los sectores muchas veces postergados por estructuras privilegiadas, le da un sentido menos literal y sirve para indicar que, sean acertadas o no, las creencias populares se imponen por su fuerza irresistible y no es prudente oponerse a ellas.

Siguiendo el hilo argumental, es muy difícil oponerse a una decisión de la voluntad popular que se expresa con tanta fuerza y claridad en Chile: sobre el 78% de los chilenos que concurrieron a las urnas (claro que sólo  un porcentaje levemente superior al 50% del padrón electoral, que ya se convierte en un problema de arrastre en la democracia chilena) se expresaron a favor de la opción “Apruebo” para una nueva constitución y, con un porcentaje casi espejo, por el modelo de la Convención Nacional elegida íntegramente por la ciudadanía dejando muy postergada la opción de una Convención Mixta que surgiría  partes iguales entre representantes generados por la elección ciudadana y por los diputados y senadores en ejercicio.

Este proceso se inició hace poco menos de un año, el 15 de noviembre de 2019, al fragor de las manifestaciones ciudadanas que  se movilizaron en contra de una institucionalidad vigente que perpetuaba desigualdades y privilegios inaceptables para un porcentaje elevado de la población chilena.

En dicho contexto los partidos políticos, con el fin de hacer un gesto a una ciudadanía que se sentía postergada y desoída, firmaron un acuerdo que buscaba hacer carne las reivindicaciones ciudadanas y que de paso le dio cierta estabilidad a un gobierno que parece que hace rato firmó su epitafio,  perdiendo toda su  línea programática y dedicado, con una escasa altura de miras por lo demás, a generar un cierto nivel de flotación a un buque que parece recomendable que no se hunda pero que todos, dentro y fuera del gobierno, sólo quieren que termine lo antes posible.

El acuerdo parecía amplio, ya que en su nombre rezaba: “Acuerdo por la paz y una nueva Constitución para Chile”. Al poco tiempo, el sector más duro de la derecha que, a pesar de haberse puesto para la foto del acuerdo y, en conjunto con los resabios pinochetistas más duros, sustentó la ilegitimidad del proceso debido a la presión indebida de los movimientos sociales que muchas veces terminaron en actos de violencia, optando por levantar la narrativa de “rechazar para reformar”, esgrimiendo una serie de argumentos que hacían inviable el proceso, como por ejemplo que:  realizar el plebiscito en tiempos de pandemia resultaba ser una irresponsabilidad; los elevados costos del proceso constituyente eran improcedentes para la complicada situación económica que el país vive; la escasa participación de la ciudadanía podría afectar fuertemente la legitimidad de origen del proceso; los actos de violencia podrían expresarse incluso el mismo día del plebiscito por lo que resultaba impresentable su desarrollo ante tales presiones indebidas.

Lo anterior me hace recordar las palabras expresadas por Bernardo O’Higgins en el acta de la independencia de Chile, cuando plantea que: “la resistencia del débil contra el fuerte imprime un carácter sacrílego a sus presiones, y no hace más que desacreditar la justicia en que se fundan”, expresión que, a pesar del tiempo transcurrido, no pierde actualidad. En definitiva, todos los augurios posibles que buscaban demonizar el proceso cayeron por su propio peso el día de la elección, salvo el referido a la participación electoral que apenas superó el 50%, pero todos aquellos que seguimos atentamente la jornada de ayer aventurábamos una participación histórica, en especial  en los  jóvenes, que alejados de la política institucional hace muchos años, concurrieron masivamente a los locales de votación. Creímos que sería una votación muy superior a la de los últimos años en términos del porcentaje del padrón electoral que realmente fue convocado.

La Jornada nos llevó, para aquellos que ya tenemos algunos años, a recordar el Plebiscito de 1988 en donde se jugaba el futuro de la dictadura de Pinochet o el proceso real de transición a la democracia. Largas filas en los lugares de votación, ningún problema que empañara la legitimidad, mucha alegría y un espíritu positivo para enfrentar todas las posibles adversidades como el calor, las largas filas e incluso la preocupación por cumplir con las medidas que la pandemia del coronavirus reclamaba.

Nada fue un impedimento para vivir  un día inolvidable en términos de virtud cívica, un día que muchos han declarado como histórico, expresión que por lo demás, debido a mi rol de profesor de Historia, adquiere un significado especial y que  eleva a un nivel superior el hecho que se alude.

La información proporcionada  por los variados medios de comunicación empezaron a dar impresiones relevantes sobre el posible resultado  del proceso. Las apabullantes cifras a favor de la opción “Apruebo” de los chilenos que por segunda vez votaban en el exterior, fueron un primer indicador al respecto. La información a boca de urna, en los locales de votación, sin decir directamente su opción de voto,  reiteraba frases relativas a la necesidad del cambio, de materializar lo que los movimientos callejeros habían propiciado, de la posibilidad de ser parte de un momento inédito en la historia de Chile, favorecían una segunda lectura más que halagüeña para la opción “Apruebo”

Una vez que el Servicio Electoral en Chile avanzaba en el recuento de votos develaba un mandato ciudadano que no permite dobles interpretaciones, una cifra superior al 78% de los chileno reclama una nueva constitución por la vía de la Convención Nacional. Cada una de las 16 regiones del país se plantearon a favor de dicha opción y, con temor a equivocarme, en sólo tres comunas  de la región Metropolitana, donde se concentra el 40% del electorado, la opción rechazo fue vencedora y no por un amplio margen,  en Las Condes, Lo Barnechea y Vitacura, aquellas mismas en donde se concentran los privilegiados del modelo  y en donde se perpetúa un discurso enfocado en la negación de la desigualdad y se levanta la falsa narrativa del mérito.

Las celebraciones que se desarrollaron en plazas y calles de Chile cruzaron todo el territorio nacional, la gente salió feliz, en familia a celebrar un triunfo, que a diferencia del Plebiscito de 1988, sentían más suyo que de la política partidista tradicional. Habían sido los movimientos sociales y la calle los que habían instalado un debate que la clase política por la vía institucional había negado al pueblo usando los más variados argumentos y levantando verdaderos subterfugios legales para tratar de convencer, a una ciudadanía empoderada, de que las reformas pactadas de la Carta de la dictadura la  habían transformado en un Carta democrática. Chile da un paso significativo, es la primera expresión real de una democracia no solamente electoral, sino participativa. Ningún partido político, ninguna agrupación de partidos políticos (como fue la Concertación de Partidos por el No en el plebiscito de 1988) se podía arrogar el triunfo, este es un triunfo de la más genuina expresión de la soberanía popular.

Es importante develar el relato de los sectores políticos partidistas ante tan contundente mandato soberano. Coinciden en que no es el triunfo de ningún partido político, se encuentran ante la presencia de una soberanía empoderada que los tendrá en el ojo del huracán y deberán demostrar si están o no a la altura de las circunstancias. Esto no implica negar su aporte, menos en la estructura funcional de las democracias modernas, pero deben saber que no pueden negociar entre cuatro paredes, sacando cuentas políticas,  influidos por poderes fácticos que han instalado en las sombras la inequidad y que por muchos años convirtieron los derechos sociales y económicos en pingues negocios para los monopólicos conglomerados económicos del país.

Hoy la clase política debe tener más tino que nunca, la virtualidad, muy bien manejada por los movimientos sociales, delata el secretismo, la luz de la verdad aparece por donde menos se espera, la colusión y la impunidad será castigada y la ciudadanía tiene el sartén por el mango con el plebiscito de salida. Es tiempo de que Chile avance de verdad hacia un país más justo y solidario y que los que han disfrutado hace tanto tiempo de los privilegios mezquinos comprendan que es fundamental una verdadera justicia social que permita recuperar un pacto y un trato ciudadano que nos una y nos convoque a todos.

El discurso de los derrotados camina por los derroteros de siempre, el resultado no es tan catastrófico como se pintó (su permanente doble discurso que se acomoda al resultado), la propaganda del miedo, que tantos fracasos acumula en la derecha, fue nuevamente inoperante y que ha sido revivida más que nunca en Chile desde el 18 de octubre del año pasado. Volvieron a aparecer los jinetes del apocalipsis de la Franja Electoral de 1988, aunque ahora, con peores resultados. La derrota debe poner a pensar a los cerebros del sector, se vienen 7 elecciones relevantes en el país en menos de un año y el resultado de la ciudadanía demuestra una falta de sintonía en los discursos del sector con las demandas y reivindicaciones cada vez más transversales de la gente.

O se suben, propositiva y dignamente al proceso, contribuyendo con su legítima opinión, o buscan mecanismos para ralentizar, demonizar e ilegitimar un proceso al que parece que 4 de cada 5 chilenos se siente convocado y asumen las responsabilidades de ello. Incluso es la hora de los cálculos políticos más básicos y elementales, se consideran parte del proceso o se pierden como una fauna paleozoica condenada a la extinción. Llegó el momento de que el discurso de la derecha apueste por la construcción y no por la destrucción, por el cambio demandado y necesario y no por la conservación de prebendas y privilegios, está en juego su supervivencia.

Los sectores de centro izquierda no tienen un panorama más halagüeño, no hubo divisionismos en torno a las opciones preguntadas en el plebiscito y eso lo pueden usar para proyectar una visión de unidad que no está muy clara. Si siguen apostando por las diferencias y los réditos electorales partidistas no podrán valorar la contundencia del triunfo. Es hora de la grandeza de alma y espíritu, es el momento de escuchar de verdad el clamor de la ciudadanía que reconocerá o reprobará la acción de los líderes de un sector que amaneció hoy más contento, pero que la ciudadanía no le permitirá una actitud como la de antaño, en donde se ha ofrecido y no se ha cumplido.

La unidad del sector para enfrentar todas las elecciones, el definir una base programática en sintonía con las reivindicaciones sociales, la incorporación verdadera de los movimientos sociales en cada una de las etapas de participación y discusión, resultan ser primordiales. No está el momento para darse gustitos políticos, el triunfo en el plebiscito no saca a la política partidista de centro izquierda del mismo ojo del huracán en que se encuentra la centro derecha.

Estamos todos llamados y convocados a construir un nuevo Chile, donde la violencia, en cualquiera de sus formas, la invisible y la visible,  está completamente alejada del nuevo pacto y trato social, en que la ciudadanía, por primera vez siente realmente que tiene y detenta el poder soberano, para construir una nación que, sin perder virtudes históricas acumuladas, avance hacia una sociedad más justa, inclusiva, solidaria y verdaderamente democrática.