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El problema generacional

Una mente tan brillante, como la de Eric Hobsbawm, nos alertaba, en su magnífica obra del siglo XX, que una de las preocupaciones fundamentales que nos dejaba el análisis final de dicho siglo se relacionaba con la desintegración de las antiguas pautas por las que se regían las relaciones entre los seres humanos  y, con ella, la ruptura de los vínculos entre las generaciones, es decir, el pasado y el presente.

Es por lo mismo, siguiendo los planteamientos del intelectual inglés, que se definía una sociedad completamente atomizada, constituida por un conjunto de individuos egocéntricos completamente desconectados entre sí y que persiguen tan solo su propia gratificación, que la podemos denominar como beneficio, goce, placer, en fin, más aún en una sociedad en que predominan las consideraciones materialistas y en donde el consumo se ha instalado al nivel de placer y prestigio social.

No me deja indiferente, para el mundo en el que vivimos, estas consideraciones. Muchas de las relaciones que se construyen en el mundo de hoy son puramente funcionales, los lazos de amistad están muchas veces supeditado a cuánto puedo obtener de ello, que nexos me puede generar, de qué manera, hoy, mañana o en el futuro, puedo gozar de ciertos beneficios que me dan dichos contactos, en fin.

Lo anterior está muy relacionado con la forma en que vivimos hoy, en que las ciudades se han organizado de acuerdo a condiciones socioeconómicas, se vive con los iguales o se aspira a vivir con otros que viven mejor que uno, y en el proceso nos olvidamos de las raíces, de los amigos de infancia, del barrio y lo peor, hasta de nuestros padres y abuelos.

Todo está enfocado en los logros materiales, en fines aspiracionales, en un consumismo que no tiene límites y que más que resolver necesidades insatisfechas se inspira por elementos de estatus social que muchas veces tienen poco o nada que ver con los aspectos más sensibles de nuestras vidas. En la mayoría de los casos lo que se consume tiene fecha de caducidad, están inspirados por una sociedad que se mueve en obsolescencia, en la que son desechables todos los elementos materiales, pero lamentablemente también, los principios y los valores.

Más de alguna vez hemos visto, a través de las redes sociales, un vídeo inspirador que busca rescatar la esencia de aquellos que tenemos más de cincuenta años y que buscan marcar distancia con las nuevas generaciones. Lo que muchas veces olvidamos es que esas nuevas generaciones son nuestros hijos, a los que nosotros debíamos educar y no desprendernos de esa responsabilidad que hemos delegado en un colegio, escuela, liceo o en la misma sociedad. Si nos quejamos de ellos, de lo que promueven, de lo que los moviliza, de lo que valoran, debemos hacer un mea culpa en función de las responsabilidades que nosotros, como familia, tenemos al respecto.

Sin pretender en caer en lo mismo que crítico, me parece relevante destacar el aporte de los abuelos, aquellos que al mantener cercanía con sus nietos y también con aquellos que no lo sean, favorecen el proceso de ralentización de muchos fenómenos que hoy nos preocupan y tienen la sabiduría de los años que permite, selectivamente a través de la experiencia, anunciar aquello que es esencial, aquello que no podemos perder, aquello que nos hace verdaderamente humanos. Tuve la fortuna de que mis hijos se criaran con su abuela en casa, mi madre cumplió una labor trascendental en dicho proceso, estuvo ahí cuando esta sociedad nos impelía a alejarnos del hogar para darles a nuestros hijos una “buena vida”, muchas veces inspirada en cuestiones más bien materiales que trascendentales.

Para mis hijos, mi madre es un referente fundamental en sus vidas, difícilmente se pueden desprender de lo que ella ha significado y creo, así lo he visto, que lo proyecten en las demás personas de la tercera y cuarta edad que en tantos miles o millones de hogares a través del mundo han cumplido el mismo rol que mi madre. Es por lo anterior, y casi como un corolario a la relevancia de esto, es que en colegios de países del llamado primer mundo contratan abuelitos para que conversen con los alumnos y para que vivan aquello que sus propias familias les han negado.

No quiero decir que la nueva sociedad se ha construido íntegramente desde la novedad, no para nada, sería como negar lo que la Historia me ha enseñado a lo largo de mi vida. Lo que ha hecho es lo mismo que han realizado distintas sociedades en las más variadas épocas históricas, ha actuado de manera selectiva, con la diferencia que hoy la velocidad del cambio provoca un distanciamiento intergeneracional que resulta abismante para el lapso de una generación.

Los niños de hoy, desde muy temprana edad, incluso de meses, dejan sus casas, ya que sus padres trabajan, para integrarse a jardines infantiles y escuelas en los que pasan la mayor parte del día. Los jardines, las escuelas, los colegios no son reservorios de los valores de la familia, por el contrario, desarrollan una actividad social, la enseñanza, que dispone de mecanismos de control establecidos por la sociedad y cada vez nos resulta mucho más complejo convivir con los quiebres que se producen, ya que la sociedad, enmarcada en los valores predominantes,impone desde pequeños la competencia como un elemento de sobrevivencia y de prestigio social.

Lo podemos ver en la llamada sociedad del espectáculo, cuya máxima expresión resultan ser las redes sociales. En ellas los desfiles de fotos que buscan dar cuenta de la vida que se quiere tener, pero que no necesariamente es; en donde no hay reserva de intimidad; en donde pareciera que la paz interior se logra en la medida en que les demuestre, todos los días y en cada hora, a mis más cercanos y queridos contactos, lo extraordinaria de mi vida, es como si la máxima griega sobre la catarsis ha evolucionado, hoy no tiene que ver con un proceso interior de crecimiento, muy por el contrario, tiene más relación con una imagen que buscamos instalar en el mundo exterior y que, pareciera a muchos, les da la tranquilidad interior.

Pasamos de la construcción sensible e interior, a la elaboración de un espectáculo que busca, por los medios que sea, instalar una imagen exitosa y que no deja de ser competitiva para con los demás. No quiero valorar o minusvalorar el cambio, quiero instalarlo para una reflexión personal.

No son pocos los que usan Whatsapp, Facebook, Instagram, en fin, todas las posibles plataformas para hacer de sus vidas un espectáculo. Este ya no está reservado a las figuras relucientes del mundo del cine, la televisión o la cultura, está a la mano y disponible para cualquier mortal que disponga de un aparato de celular y de una conexión a internet, por lo mismo, lo que resulta preocupante es ¿hasta donde vamos a llegar en este proceso?

Parafraseando a Lenin, podríamos decir que las redes sociales han permitido el desarrollo de una fase avanzada de la sociedad capitalista en términos sociales. Ya no es un “enigma sociológico”, como dice Hobsbawm, el hecho de que la sociedad burguesa aspire a introducir, en las más variadas dimensiones de la vida, un individualismo radical que termine por poner fin a las relaciones sociales tradicionales, pero no debemos olvidar que depende de nosotros, de los que nosotros podamos hacer, de lo que nos importe y de cómo, a estas mismas redes sociales que estamos denigrando, le damos el sentido y la utilidad para construir y mantener los lazos y que no se conviertan en un espacio más de competencia entre amigos de un chat o entre usuarios de Facebook o Instagram, sino más bien en herramientas que nos permitan valorar lo esencial, lo importante, la amistad genuina, la familia, los padres, los hermanos y muy especialmente los abuelos.

Nos pueden permitir volver la mirada atrás, para contemplar y valorar el camino recorrido, para corregir lo que sea necesario, teniendo siempre presente los valores y principios que nos humanizan. 

Desde esta perspectiva hoy me resuenan con más fuerza las palabras de Wolfang Goethe y que tienen casi dos siglos, expresadas por allá por los albores del mundo contemporáneo, “En el tiempo presente nadie debe permanecer en silencio o renunciar. Ha de hablarse claro y actuar. No con el fin de triunfar, sino de permanecer en nuestro puesto, sea con la mayoría o con la minoría, eso es lo mismo…. Se debe repetir aquello que uno cree, proclamar aquello con lo que se está de acuerdo y citar aquello que uno condena…”

Lo anterior se hace mucho más relevante en un mundo que ignora cuáles serán los elementos que darán forma al futuro, no perdamos nunca la capacidad de reflexionar, de cuestionarnos desde nosotros mismos, desde lo que hacemos cada día, de poner énfasis en lo que hemos perdido, no sólo en lo que hemos ganado y en ser capaces de creer y confiar en un futuro mejor para nosotros y para los que vendrán…