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El pensamiento crítico siempre debe ser el punto de partida

Las columnas de opinión han sido históricamente el espacio desde donde los escritores lanzan ideas al mundo, a diferencia de la nota periodística cuya función social es informar. Opinar en público siempre implica una tensión entre el compromiso con la verdad —o, al menos, con una interpretación personal de ella— y las reacciones que esta pueda generar. Sin embargo, parece que algo ha cambiado: los tiempos del accountability han alcanzado a la opinión pública, y con ellos, una expectativa de explicaciones que roza lo inquisitorio.

¿Por qué escribí esto? ¿Qué me llevó a elegir esa palabra y no otra? ¿Acaso busqué polarizar? Hoy, la opinión no es solo un acto de expresión, sino un campo de batalla donde el autor enfrenta no tanto ideas contrarias como un escrutinio moral. Ya no basta con ser claro o riguroso; al parecer ahora hay que defenderse en el terreno de la interpretación ajena.

Esto cuestiona el rol tradicional del columnista. ¿Debe quien opina asumir la carga de justificar cada palabra para evitar ofensas? En un mundo donde las redes amplifican las críticas, ahora resulta que sí. Pero esta dinámica plantea una pregunta más profunda: ¿es saludable para la esfera pública exigir explicaciones a la opinión?

El columnista no es un juez ni un legislador; su tarea no es dictar normas, sino retar el pensamiento. Las columnas no son sentencias definitivas, sino invitaciones al desacuerdo. Exigir o cuestionar a quienes opinan confunde el espacio de la opinión con el de la autoridad y, en el proceso, debilita el debate.

Una columna puede incomodar, incluso ofender, pero su valor está en desatar reacciones. Si esperamos que los columnistas expliquen sus palabras, terminaremos con textos tan tibios que no valdrá la pena leerlos. La verdadera fragilidad no está en las palabras de una columna, sino en una sociedad incapaz de lidiar con el desacuerdo.

Las ideas del columnista están ahí, en sus textos, para ser leídas y discutidas, no para ser interrogadas. Si el ecosistema público se ha vuelto hostil al pensamiento crítico, no será el columnista quien pida disculpas por incomodar. El pensamiento critico siempre debe ser el punto de partida.