Share:

El Estado de Bienestar como alternativa al capitalismo salvaje


Lo que se llama Estado de Bienestar en Europa y otros lugares no es ni una ideología ni un partido político. De hecho, esa estrategia de manejo del Estado y de la riqueza nacional ha sido utilizada por diversos sectores políticos, a tal punto que los estudiosos escriben sobre un Estado de Bienestar conservador, liberal o socialdemócrata.

El nacimiento del Estado de Bienestar se produce en el siglo XIX y está asociado con políticas de corte social que tienden a mejorar la calidad y el nivel de vida de las mayorías. Su gran desarrollo se produjo en el siglo XX, especialmente en los países del norte del continente europeo.

En concreto, esa práctica tiene como norte mejorar la seguridad, la calidad y el nivel de vida de la población mediante soluciones estatales relacionadas con la salud, la educación, las pensiones y, en general, todo aquello que le ofrezca beneficios a esa mayoría.

El Estado de Bienestar del siglo XX es una alternativa al totalitarismo fascista o estalinista y, así mismo, al neoliberalismo. Puede marchar en consonancia con un buen sistema de derechos y deberes individuales y colectivos, con una sociedad basada en las leyes y no en la fuerza, y con el ejercicio de la democracia y de la libertad que se deriva de esta última.

Implica una serie de políticas progresivas tendientes a tener en cuenta la vida de la gente común, no solo en el nivel económico, sino en el de la tolerancia, el respeto y la inclusión. La reforma continua y el papel del Estado son dos ejes en la implementación de ese modelo económico y social.

La función del Estado ya no es tanto la de ser un instrumento de fuerza como un medio para regular los cambios sociales, para organizar instituciones públicas de servicio común capaces de funcionar privilegiando los intereses mayoritarios y la eficacia y transparencia en su desarrollo.

Aquí está una de las grandes dificultades para implementar un Estado de Bienestar eficiente en un país como Colombia. El modelo político clientelista y politiquero, que privilegia los intereses de minorías corruptas enquistadas en los partidos (las cuales perciben a las instituciones del Estado como un botín), termina por tragarse cualquier institución, deteriorando la calidad del servicio y perjudicando a la población que lo recibe.

El Seguro Social, un ente inspirado en el Estado de Bienestar, fue destruido por el clientelismo y la politiquería, e igual cabe decir de otros organismos públicos, como las Empresas Públicas de Barranquilla y algunos hospitales, que han caído en la corrupción por efecto de aquellas taras políticas.

De esta experiencia se infiere que un Estado de Bienestar sólido (como opera en algunos países del norte de Europa) solo es posible si se privilegia el servicio social por encima de los intereses de los políticos y de los corruptos. Es decir, si las instituciones públicas de servicio social no se reparten como un coto de caza entre los ganadores de las elecciones, que es lo que ocurre normalmente en Colombia.

Un aspecto previo fundamental para el buen funcionamiento de este sistema (en cuanto a eficiencia, transparencia y sostenibilidad) está centrado en considerar lo público como sagrado o intocable, y en crear los mecanismos para blindarlo de la influencia destructiva de la corrupción que proviene del clientelismo y la politiquería.

Ese camino tiene su razón de ser en una visión de fondo que surge de esta pregunta: ¿es más importante el interés político y económico de una minoría de agentes políticos que asumen lo público como un botín o el interés general que encarna en un servicio público que se presta a las mayorías?

Si la respuesta privilegia el interés general, las medidas prácticas del gobierno deben buscar la protección de lo público del asedio de los depredadores que buscan su destrucción, aunque se disfracen de partidarios de lo público.

Este es el principal cuello de botella para desarrollar un sólido Estado de Bienestar en un país como Colombia, pues el modelo político estimula el irrespeto de lo público por parte de casi todo el espectro político.

Privilegiar las instituciones de servicio global ante el ataque del sistema político pasa por realizar una profunda reforma que no solo declare lo público como intocable, sino que elabore instrumentos de protección eficaces, como ocurre en el norte de Europa.

Ante el fracaso del socialismo de Marx y del neoliberalismo, una de las rutas principales para promover reformas que beneficien a las mayorías es, indudablemente, el instrumento del Estado de Bienestar.

Más que nada porque este camino no solo está abierto a las reformas con perfil social, sino porque se articula mejor con el humanismo, la libertad y la democracia que los modelos políticos y económicos que provienen del marxismo y del neoliberalismo.

Es más fácil desarrollar sociedades pluralistas, incluyentes y democráticas (con mucha tolerancia y respeto), en el marco de un reformismo orientado por el esquema del Estado de Bienestar que bajo el totalitarismo de derecha o izquierda, o en el enfoque neoliberal.

El fascismo o el estalinismo matan la libertad, el humanismo, la pluralidad y la democracia para imponer sus ideas, y el neoliberalismo es contrario al interés social, pues carece del sentido de la justicia que se requiere para pensar en las mayorías, y no solo en los intereses de los poderosos del capitalismo.

Tener en cuenta al Estado de Bienestar como estrategia de fondo para dirigir la sociedad representa una opción política distinta a la de los principales intentos fallidos del siglo XX, observando hacia la izquierda o hacia la derecha.

Esta es una opción política que estimula el cambio positivo de beneficio común y que resalta el papel del Estado como regulador y orientador de la sociedad, al propiciar una mejor distribución y uso de la riqueza, sobre todo cuando están al frente del proceso partidos y dirigentes con vocación humanística.      

Esa práctica ha sido denostada por los liberales económicos, por los fascistas y por los marxistas con argumentos contradictorios. Para los neoliberales el Estado de Bienestar es una carga demasiado pesada porque a ellos solo les preocupa liberar a la sociedad de cualquier supuesta traba para facilitar las ganancias de los poderosos.

El marxismo criticó el Estado de Bienestar desde su óptica de revolución socialista. Cuando todavía no se había producido la catástrofe de las ideas de Marx por el derrumbe de la Unión Soviética y por la supresión del modelo de economía socialista en China, esa crítica tenía algo de sentido.

Pero ahora no tiene razón de ser, pues en el presente esas teorías del cambio social de Karl Marx hacen parte del basurero de la historia, a raíz de su gran fracaso en el siglo XX.

Si aún se mantienen esas ideas como solución a los problemas sociales en la mente de algunas personas es solo por dogmatismo o fanatismo, o por física ignorancia.

La crisis del totalitarismo (de cualquier color) y del neoliberalismo ha abierto una inmensa puerta para todos aquellos que deseen trabajar por una profunda reforma de la sociedad, en la búsqueda de la supresión de la pobreza, de la desigualdad que daña, y de la construcción de sociedades más igualitarias y justas.

La construcción de un sólido Estado de Bienestar, de una democracia más incluyente y de un mejor sistema de derechos y deberes es la ruta menos traumática, y con mejores posibilidades, en el presente y el futuro.

Esta es la época del reformismo humanista e inteligente, no de la violencia y la dictadura, pues, como lo prueba la experiencia histórica, ya la violencia dejó de ser la partera de la historia y la dictadura mata la libertad y no deja respirar a casi nadie.

Es la hora de la reforma con visión de futuro, repensando el pasado para evitar los errores y las catástrofes provocadas por quienes no valoran críticamente lo que ocurrió y se obstinan en repetir teorías que la historia lanzó al olvido.

Revalorizar críticamente la historia de la humanidad es requisito indispensable para procesar un presente y un futuro menos inestable y traumático. Esta es una de las claves que permiten relanzar la reforma inteligente y el humanismo como los caminos adecuados para transformar la vida.

No es el momento de contemplar y reaplicar teorías fallidas casi como se adora un becerro de oro; es el momento de aprovechar la experiencia de la sociedad para seguir avanzando. Así debe ser.