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El dogmatismo anarcocapitalista

El anarcocapitalismo es una tendencia económica y política que se desarrolló en el siglo XX, sobre todo en los Estados Unidos. Sin embargo, sus principales antecedentes están en Europa. Estos son el anarquismo y la economía ultraliberal de la llamada Escuela Austriaca.

Recuérdese que el anarquismo, en el siglo XIX europeo, propugnaba por la eliminación del Estado, pues lo veía como un instrumento de los poderosos para oprimir a los débiles, para garantizar los intereses de los propietarios capitalistas y el sistema que mejor les servía a estos. 

La revolución anarquista planteaba una utopía socializante o comunista que iba a favor de los sectores populares y que criticaba fuertemente la propiedad privada y la explotación o dominación capitalistas. En este punto había cercanía entre el anarquismo y el marxismo. 

Pero los anarquistas socializantes se apartaron de la concepción de Marx y Engels por cuanto veían al Estado como otro enemigo a derrotar, pues era un instrumento de opresión y dominación que negaba la libertad individual y colectiva. Este fue el asunto más importante que distanció a los anarquistas del marxismo.

El anarquismo adquiere su denominación principal precisamente por esta posición contra el papel del Estado en la sociedad. Al negar ese instrumento social abogaba por la autogestión, por una economía dirigida por los trabajadores y por la cooperación apoyada en la solidaridad, eliminando de su modelo a la fuerza concentrada en el Estado.

La otra tradición fuerte que influye en el anarcocapitalismo es la de la economía liberal. Este tipo de análisis apareció en la historia confrontando al Estado monárquico y a la visión económica mercantilista. En esos tiempos estuvo en boga el control estatal de los procesos económicos, con un Estado que intervenía en las actividades productivas y distributivas para extraer ganancias o rentas que favorecieran los intereses de los monarcas y de su burocracia.

Contra esa situación fue que se levantaron los fisiócratas y Adam Smith, para iniciar una tradición de teoría económica que criticó con enjundia el control estatal de los procesos económicos, planteando la necesidad de la libertad para hacer empresas, para comerciar y adelantar negocios, sin la tutela controladora del Estado.

A ese enfoque se lo llamó liberalismo económico, por oposición al intervencionismo y al proteccionismo que negaban la libertad de los empresarios o negociantes en un mercado ultra-regulado. El liberalismo económico de los fisiócratas y de Smith, por el contrario, planteaba la necesidad de soltar las fuerzas productivas, liberándolas de la influencia restrictiva del Estado protector e interventor.

Esta es la principal matriz para el surgimiento del liberalismo económico, el cual redujo el papel del Estado a ciertas actividades relacionadas con la justicia, la defensa policial o militar y el respeto de los contratos económicos, entre otros tópicos. Ese Estado reducido en sus funciones (o Estado mínimo) es lo que hoy llaman minarquía o minarquismo.

Los máximos exponentes del minarquismo fueron los integrantes de la Escuela Austriaca, quienes se inclinaron por la libertad económica para garantizar el desarrollo industrial y de los mercados, prosiguiendo la veta intelectual de los clásicos de la economía inglesa. 

Ese enfoque negó la necesidad de la regulación estatal de los procesos económicos, ya en las condiciones del capitalismo industrial, y abogó por la libertad y por la ausencia de trabas impositivas para hacer economía. Redujo el papel del Estado a las funciones políticas y a las actividades mínimas ya mencionadas.

El anarcocapitalismo tiene como norte el anarquismo y la economía liberal, sobre todo la de la Escuela Austriaca. Pero su anarquismo es muy distinto al de los anarcos del siglo XIX. Solo se parecen a estos en que convierten al Estado en un enemigo que es necesario borrar del mapa.

Murray Rothbard

Murray Rothbard
Foto: Wikipedia

El anarquismo de los anarcocapitalistas se diferencia del de los socializantes decimonónicos en que apoya la propiedad privada capitalista y pretende organizar la sociedad sobre la base de la libertad más completa para los conglomerados o individuos que se mueven en un mercado desregulado, sin ninguna intervención estatal. 

Es decir, estos anarcos llevan al extremo el liberalismo económico, reorganizando la sociedad sobre la base de la economía de mercado y de los intereses privados, pero eliminando el papel del Estado. Ellos ni siquiera creen en el Estado mínimo de los minarquistas, pues atacan también los poderes públicos esenciales de cualquier sociedad contemporánea.

Abogan por la privatización completa de la sociedad, al sostener que las funciones de la justicia, de la seguridad o de la defensa nacional podrían ser adelantadas por organismos privados, que serían más eficientes y menos propensos a corromperse.

El anarcocapitalismo plantea una revolución pro capitalista, pro mercado, porque ve al Estado como un organismo violento, opresor, despilfarrador e innecesario. El Estado no solo oprime, sino que ataca a la propiedad privada y les roba a los propietarios a través de los impuestos. La riqueza podría incrementarse indefinidamente si la sociedad funcionara sin Estado.

El pionero y teórico más importante del anarcocapitalismo es el estadounidense de origen judío Murray Rothbart (La ética de la libertad; El hombre, la economía y el Estado). Rothbart fue discípulo de Ludwig Von Mises, uno de los más destacados exponentes de la Escuela Austriaca.

Su enfoque sobre la propiedad individual tiene una matriz iusnaturalista: el hombre posee inclinaciones naturales hacia la propiedad y esta es la base de su libertad. Por lo tanto, esa propiedad debía concebirse como un derecho natural ligado a la naturaleza humana.

La excesiva dependencia de la vida individual a la economía lo llevó a desarrollar una concepción reduccionista del comportamiento humano, entremezclando arbitrariamente y de manera inadecuada lo ético con la propiedad, al dejar a un lado la importancia de los matices en el desarrollo de las ideas políticas, filosóficas o históricas.

Ese hecho lo indujo a promover una nueva especie de dogmatismo centrado en la construcción de una utopía irrealizable, tan irrealizable como la utopía opuesta de Karl Marx. Rothbart supuso que, eliminando al Estado y dejando sin amarres la propiedad privada capitalista, se alcanzaría la plena libertad del individuo, dependiente del derecho de propiedad.

La utopía anarcocapitalista de Rothbart surge de una visión ingenua del papel de la economía capitalista y del mercado y de un enfoque antihistórico sobre la importancia del Estado y del desarrollo de las ideas y de las instituciones políticas. 

Murray Rothbart supone que el Estado solo existe para oprimir y para hacerle la vida imposible a la libertad económica. No ve que ese instrumento es, también, el principal nicho para el ejercicio de las ideas políticas en sentido general y para la dirección y organización de la sociedad en muchos planos esenciales de la vida colectiva que son extraeconómicos.

Olvida que la economía capitalista suelta de madre no es tan bondadosa con el medio ambiente ni con los seres débiles; que, completamente desregulada, es capaz de arrasar con lo que sea, y que, sin Estado, y atendiendo a las variables históricas, convertiría a la sociedad en un completo caos. 

La utopía revolucionaria de los anarcocapitalistas no conduce al máximo de libertad individual, suprimiendo al Estado, sino a la destrucción completa de la sociedad humana y a terminar la faena, llevada a cabo por el capitalismo salvaje, de destruir el medio natural.

La falta de un análisis más equilibrado, más profundamente histórico, acerca del papel del Estado y del desarrollo de las ideas e instituciones políticas, lleva a los anarcocapitalistas al reduccionismo económico y a descartar los matices o diferencias y la importancia de las tradiciones políticas en el comportamiento individual y colectivo.

Su eje economicista, de defensa de la propiedad privada capitalista y de la libertad articulada a esa propiedad, los ha inducido a aliarse o a considerar de los suyos a todos los que defiendan el tipo de economía en que creen y la clase de libertad que pregonan. 

Por esta razón, no es raro que hagan política del lado de los sectores más conservadores, reaccionarios y descompuestos del espectro político, y tampoco es raro que estén siempre tirados hacia la porción de derecha o ultraderecha de ese espectro. 

Al desdeñar la historia del liberalismo político y los valores democráticos y al reducir la libertad a la posesión de propiedad (y a la mera libertad económica), no tienen escrúpulos en aliarse o apoyar a tipos como Trump, o a cualquier otro cuyo modelo de vida se base en el caos conceptual y en el irrespeto de cualquier ética que trascienda a la ética de la propiedad capitalista.

El anarcocapitalismo ha dado pie en varios países a una suerte de dogmatismo alejado de la ciencia, pero con pretensiones científicas. Al plantear sus confusiones y exageraciones, revestidas de aparente veracidad, no logra ocultar que es una simple ideología propulsora de los mismos intereses creados que mantienen al planeta estancado en una desigualdad económica extrema insostenible.

Quizás la preocupación más importante no sea el de una revolución socialista que nos lance al estancamiento y a la escasez (como ya ocurrió en muchos lugares), sino el de una revolución anarcocapitalista de ultraderecha que termine de rematar a este sufrido mundo.

Eso tal vez nunca ocurrirá, pero sí es bueno saber lo que piensan los ultraliberales del anarcocapitalismo. Esto es lo último en guaracha en materia de teoría política y económica, aunque tenga el rostro de lo más descabellado. Hasta aquí ha llegado el liberalismo económico.

Murray Rothbard