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El Chile de hoy

Han sido semanas  complejas en Chile: una elección presidencial que se ha tomado la agenda electoral, no de la mejor manera por lo demás; una acusación constitucional contra el Presidente de la República, amarrada por una situación inédita, su sometimiento a proceso, como inculpado, por casos de corrupción y cohecho por el Ministerio Público que ha definido con responsabilidad penal; el fin de la primera etapa de la Convención Constituyente con la redacción del reglamento, el inicio de la etapa de discusiones en función de los articulados de la nueva carta constitucional a través del trabajo de las comisiones y; la conmemoración del segundo año del estallido social que cambió la cara de Chile desde aquel 18 de octubre del año 2019.

Lo más preocupante son las aristas que han alcanzado cada uno de estos casos y que sin duda, afectarán la agenda electoral tanto a nivel presidencial, como las menos mediáticas elecciones de parlamentarios y consejeros regionales.

Cada uno de estos tópicos reseñados merece más de algunos comentarios para poder comprender la situación que vive hoy Chile. La elección presidencial presenta 7 candidatos que, en eje izquierda-derecha se mueven entre la facción pinochetista, representada por José Antonio Kast, hasta un Eduardo Artés que levanta un discurso de izquierda anquilosado en las lógicas de la Guerra Fría.

Entre ambos se mueven con sus matices un Sebastián Sichel, más cercano a Kast hacia la derecha, y luego una serie de candidaturas de centro Izquierda con Yasna Provoste que aglutina a los antiguos sectores concertacionistas, Franco Parisi, Marco Enríquez Ominami, que va por una cuarta elección presidencial, y Gabriel Boric que aglutina a un joven Frente Amplio y al partido comunista.

La realidad de las encuestas ha sorprendido a muchos, en especial el explosivo crecimiento en adhesión de José Antonio Kast que ha desplazado del segundo lugar a Sebastián Sichel. Parece que el contexto que vive Chile, el desgaste en determinado sector producto de las externalidades negativas de las movilizaciones sociales han hecho que un candidato cercano a la lógica de un Bolsonaro o un Trump, con una tendencia al autoritarismo político y a un liberalismo económico en disputa con un extremado conservadurismo moral, ha aprovechado los debates presidenciales para instalarse como una seria opción a la segunda vuelta electoral.

Como contraparte a lo anterior, sigue siendo el candidato con la mayor tasa de rechazo y pierde terreno ante Boric cuando se pregunta, “¿quién cree que será el futuro presidente de Chile?”.

El gran perjudicado con el avance de Kast ha sido Sebastián Sichel, de una posición expectante en las primarias de su sector, donde arrasó con políticos con domicilio partidista y de mucha mayor trayectoria que él, a estar permanentemente cuestionado por temas que le han golpeado, para algunos, de manera decisiva: la falta de certeza sobre su filiación política, ya que ha estado en gobiernos concertacionistas antes de transitar a la derecha; sus nexos con financiamiento ilegal de la política cuando fue candidato a diputado por la Democracia Cristiana.

Su participación en empresas de lobby; sus contradicciones en torno a los retiros de los fondos de pensiones, ya que se planteó siempre contrario a ellos, tensionó violentamente a su sector político cuando después de las cuentas alegras de las primarias presidenciales de su sector amenazó con no sacarse fotos con los diputados y senadores que apoyaran un cuarto retiro, a reconocer que había retirado el primer 10% de sus fondos previsionales, después de mantener un silencio tenso al respecto y llegara proponer, de contrapartida, el retiro del 100% de los dineros de las AFP (Administradoras de Fondos Presidenciales).

Se ve un candidato muy tocado, con un discurso que no es creíble, que pierde convocatoria y que parece haberse olvidado del viejo refrán, “la política es sin llorar”. Su sector aspira a la resurrección del candidato, pero a un poco más de un mes de la elección, parece que la suerte está echada para Sebastián Sichel.

La candidatura de Yasna Provoste no estuvo exenta de complicaciones, de no ser una carta de su sector para las primarias, su ascenso a la Presidencia del Senado, su críticas al manejo de la pandemia por parte del gobierno de Piñera, su rol mediador para los llamados “mínimos comunes” que facilitó un aporte económico universal de un gobierno que daba palos de ciego y cometía errores tras errores, la llevaron en muy poco tiempo a desplazar a figuras lanzadas desde hacía mucho a una carrera presidencial.

La primera víctima fue la ganadora de las primarias al interior de la Democracia Cristiana, Mónica Rincón, con la que después jugó a las sillitas musicales, esta última a la presidencia del Senado y Provoste a la carrera presidencial.

Las siguientes víctimas, algunas que incluso no alcanzaron ni a llegar a una deslucida primaria sin aporte del Servicio Electoral de Chile, como el caso de Heraldo Muñoz, y las deslavadas candidaturas de Carlos Maldonado y Paula Narváez en unas primarias que ni siquiera alcanzaron a convocar a los militantes que dicen tener inscritos en los registros electorales la Democracia Cristiana, el Partido Socialista, el Partido por la Democracia y el Partido Radical Socialdemócrata.

El escenario no era fácil para la ex ministra de educación, pero ha obtenido réditos en los debates y en las disputas instaladas. Se le percibe preparada, un estilo Bachelet 2.0, con un tinte confrontacional, lejano a la ex mandataria chilena.

Gabriel Boric ganó de manera impensada una primaria al mejor candidato, según las encuestas, del partido comunista en la Historia de Chile, Daniel Jadue. Parecía, a la luz de su trabajo como alcalde de Recoleta, pavimentaar un inédito camino a la primera magistratura nacional. Nada de ello ocurrió y el joven político, nacido en las revueltas estudiantiles, de las filas de Revolución Democrática, sacaba una enorme ventaja el día de la elección. Desde ése momento se ha mantenido arriba en las encuestas aunque siempre ha ocupado un segundo lugar en intención de rechazo, después de José Antonio Kast.

Se le ha criticado por su falta de experiencia, por no tener un título profesional, por el compromiso con el partido comunista, por sus cercanías a proyectos fracasado como el de Venezuela y Cuba. Lo que está claro es que el escenario más favorable para él es una segunda vuelta con Kast, tienen parecida intención de voto, tiene menos rechazo y más posibilidades de acoger votos de Artés, Enríquez Ominami, Parisi y Provoste. Su peor escenario es una segunda vuelta con la candidata de la Democracia Cristiana, que podría aglutinar votos de la centro izquierda y de una derecha que habría quedado descabezada y que, no por primera vez en la historia, se inclinaría para la opción “menos mala” para ellos.

Las demás candidaturas parecen claramente testimoniales, son saludos a la bandera que se instalan en la lógica electoral para visibilizar su discurso, para disponer de una cierta tribuna que les es más esquiva, pero que no parece encontrar sintonía en una ciudadanía que los apoya de manera muy marginal. Un par de casos especiales, Parisi hace su campaña desde Estados Unidos, país al que habría pedido asilo político hace unos cuantos meses atrás, marca más que los demás, a pesar de no haber estado en ninguno de los debates presidenciales.

Marco Enríquez, por su parte, alcanza a Salvador Allende en una histórica cuarta candidatura, pero a diferencia del referente socialista, con una tendencia al descenso en sus posibilidades de voto. Ha querido instalar una imagen madura, que aprendió de sus errores, que está por sobre las niñerías de los demás candidatos, mensaje que la ciudadanía parece no haber comprado.

Los debates presidenciales, televisivos y radiales, han mostrado lo peor de esta elección. El voto se pelea con dientes y muelas, todos los medios son legítimos para demonizar al adversario, las descalificaciones cruzan desde la izquierda a la derecha y viceversa, y las propuestas reales brillan por su ausencia, nadie es capaz de poner la pelota en el piso y llamar a la calma, el medio enardecido que cruza a toda la sociedad chilena, parece que vende más en la destrucción del otro, que en lo que se propone.

Han sido una vergüenza, esperemos que los medios de comunicación en Chile estén a la altura de lo que sucedió en Estados Unidos, cuando después de un primer debate, lleno de descalificaciones, amenazaron con no transmitir el segundo. Por favor, un mensaje de madurez desde el periodismo y no una mercantilización de los debates en función de un show mediático que acapara más sintonía, pero que educa muy poco. 

En toda esta turbulencia navega la más importante institucionalidad generada en Chile en los últimos cien años, la Convención Constituyente, elegida democráticamente y encargada de generar una nueva carta constitucional que nos convoque a todos. Es necesario detener las visiones catastrofistas que sólo anhelan su fracaso para justificar tendencias conservadoras que temen por la pérdida de sus privilegios.

Hay que cuidar la Convención, los primeros llamados a esto son los representantes elegidos por la ciudadanía, pero también los sectores políticos que deben entender que esta es una oportunidad real para que se pongan por fin a la altura de las circunstancias, que aporten desde todas las miradas, sin desprenderse de la crítica que construye y que fiscaliza, pero no desde aquella que denigra y que obstruye. La derecha chilena debe entender que debe sumarse al discurso creador, no tiene posibilidad de obstruir, muy lejana al veto del tercio, debe dar vuelta la página y aportar a una sociedad democrática, abierta, inclusiva y solidaria, en proyección ahí está su mejor negocio.

Los sectores mayoritarios de la convención también están llamada a cuidarla, a proponer y a escuchar, a integrar y sumar, no a excluir afanados en las expectantes mayorías que disponen, pero que puede caer, en una versión inversa a lo que fue la Constitución de la dictadura, a menospreciar, desconocer y excluir a chilenos que tienen los mismos derechos de expresar y defender, dentro del juego democrático, sus respetuosos puntos de vista.

La violencia verbal, la violencia política, la violencia de la venganza debemos erradicarla, el Chile de Hoy, merece un Mejor Chile.