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El bloqueo no es el único problema de Cuba

En un país en el que las protestas se encuentrenfuertemente reprimidas cualquier estallido social será un evento inusual, digno de analizar. Por esto es que cuando en Colombia las protestas han empezado a hacerse masivas, el mundo y los colombianos mismos se sorprendieron; por esto es que las protestas que comenzaron en Cuba este domingo también sorprenden. 

Los cubanos la están pasando mal por la pandemia. La precariedad de la isla, que se quedó congelada en la primera mitad del siglo XX, se ha agravado por el coronavirus y las dificultades que ha impuesto en la frágil economía de la isla, dependiente en gran medida del turismo extranjero. Es difícil estimar con exactitud la importancia de los dólares que llegaban a través de este sector a la isla, cuya participación en el PIB está calculada en poco más del 10%; no obstante, es bien sabido desde hace tiempo que la economía cubana se encuentra partida en dos, y que quienes participan del sector de servicios llevan una vida mucho más cómoda.

No es de sorprender, entonces, que las personas se hayan sentido lo suficientemente cansadas como para manifestarse en contra de la situación, en contra de su Gobierno, en contra de un malestar abstracto pero tangible. De hecho, el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, no ha negado las dificultades económicas y sanitarias de la isla –que ha vivido un repunte importante en casos y fallecimientos de Covid-19-, no obstante, las ha atribuido casi en su totalidad al embargo comercial estadounidense y a intentos de desestabilización auspiciados por el Gobierno de este país.

Decir que el bloqueo impuesto por Estados Unidos a Cuba hace daño a su economía es una obviedad, también lo es decir que a Estados Unidos le gustaría ver a la dictadura cubana caer. Es un asunto tan obvio que, francamente, a mi parecer, no merece demasiada discusión. No obstante, desde hace muchos años la postura de Estados Unidos es ‘sitiar’ a la isla y dejar que las cosas caigan por su propio peso, no la intervención directa, en parte porque la relevancia política de Cuba es cada vez menor, y el gigante norteamericano tiene otros conflictos geopolíticos más importantes con los que lidiar.

Lo cierto es que, incluso si Estados Unidos levantara el embargo, la gente en Cuba seguiría teniendo razones legítimas para protestar. Sin importar qué tan próspera se volviera la economía cubana, el régimen que existe ahora mismo en la isla funciona para tomar la mayor parte de las riquezas producidas y repartirlas a través del entramado del Partido Comunista Cubano, asegurando un porcentaje muy significativo a los estamentos más altos. Aunque Cuba se volviera la economía más rica del mundo mañana, si un pequeño porcentaje de la población acumula un porcentaje desproporcionado de la riqueza, siempre habrá un motivo para protestar. Esto es una verdad que aplica para países de derecha, izquierda, centro o cualquier coordenada cardinal.

Hay diferencias entre el caso cubano y la desigualdad económica en general, en todo caso. Es normativamente cuestionable cuando empresarios o inversionistas en países con libertades económicas amasan riquezas tan grandes como las de países pequeños, sin embargo, lo que es innegable es que sus fortunas han sido acumuladas a través de su propio capital, usando un sistema que, probablemente, los favorece de manera desproporcionada. En el caso cubano, sin embargo, la acumulación de riqueza no se da a través de recursos propios, el Estado administra de forma colectiva bienes que son de todos los ciudadanos y, sin embargo, los administradores se benefician desproporcionadamente de los mismos.

Esto pasa en todas las economías socialistas, es decir, economías centralizadas en las que los medios de producción son de propiedad colectiva (que viene a significar, más bien, propiedad del Gobierno). La razón no es tanto por la etiqueta socialista o la inclinación ideológica a la izquierda, sino, más bien, por la concentración del poder político en muy pocas manos, lo cual hace que la mayoría de las instituciones económicas funcionen como una especie de ‘aspiradora’ para los que tienen el poder. 

Esto último es lo mismo que explica que muchos países democráticos y supuestamente capitalistas vivan situaciones similares a las de Cuba –aunque nunca en la misma proporción-. La razón no es el socialismo, sino la concentración de poder arbitrario en pocas manos. Por esto es que, en Colombia, por poner un ejemplo, mucha de la riqueza que se produce en el país va a parar en las manos de élites políticas de manera arbitraria. El asunto es que dos males no se anulan, que la democracia colombiana sea ineficiente no convierte al régimen cubano en un paraíso de la justicia.

El problema que la mala repartición del poder político genera en las instituciones económicas tiene implicaciones importantes. En principio, uno debe preguntarse seriamente si, incluso sin embargo por parte de los Estados Unidos, Cuba podría llegar a ser un país próspero. Aunque su economía, sin lugar a dudas, mejoraría, es dudoso que jamás pudiera llegar a alcanzar a desarrollar todo su potencial. 

Resulta muy fácil defender nuestros principios cuando nos conviene. Si se reivindica el derecho a la protesta en Colombia, también hay que reivindicar el derecho a la protesta en Cuba. Si molesta tanto que, cada vez que el pueblo colombiano se manifiesta en contra de algo, se quiera asociar el sentir colectivo a una sola figura política o a grupos insurgentes, también debería molestar que,cuando los cubanos se manifiestan, todo se atribuya al imperialismo estadounidense.

Entender un poco mejor el caso cubano puede ayudar a entender un poco mejor muchas dinámicas políticas en general. Resulta difícil combatir los atajos mentales fáciles, Cuba comercia lo poco que produce con países como China y gran parte de la Unión Europea, quienes ‘se pasan por la faja’ los deseos estadounidenses. Seríaabsurdo atribuir todos los problemas de la isla al bloqueo,como es absurdo atribuir todas las protestas recientes en Colombia a Gustavo Petro. Los cubanos tienen problemas y carencias reales, que existan ejemplos similares o peores no anula la validez de sus reclamos, ni el principio básico de que el poder político debe estar bien repartido.