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El Atlántico en la lona

Pandemia: Enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región.

Esta es la realidad, definición y expectativa de la enfermedad; casi todos la sufriremos de una u otra manera, unos de forma asintomática, otros con terribles padecimientos, y la totalidad de la ciudadanía, con algún grado de afectación en su psiquis.

Teniendo en cuenta lo anterior, es apenas lógico que los gobernantes enfoquen sus esfuerzos, principalmente en la consolidación de una estructura médica que sea capaz de contener, en los diferentes escenarios, el impacto de la pandemia.

La cuarentena no se hizo para que el virus desaparezca, su objetivo central es prevenir e interferir en la velocidad de expansión, pues necesitamos ganarle  tiempo para que nuestro sistema de salud no colapse y sea eficaz. Repito, lo que cambia con la cuarentena, es la concentración del número de pacientes afectados en el tiempo, lo que en consecuencia debería ayudar a que haya menos muertes, en razón a la mayor capacidad de reacción médica.

Y entonces los meses pasan, el confinamiento continúa y la gente se nos sigue muriendo. No es para nada normal que llevemos, según cifras del Instituto Nacional de Salud, 1.591 personas fallecidas en el Atlántico, y que al compararnos con otras capitales encontremos que Bogotá tenga 881, Valle del Cauca 476, y Antioquia 57 perdidas humanas. Las quejas y súplicas de auxilio pululan. La capacidad de atención médica se mantiene igual de inoperante a cuando no había pandemia, nada ha cambiado, lo que nos permite concluir con tristeza, que el esfuerzo ciudadano ha sido en vano. Seguimos agazapados huyéndole a la enfermedad, pero pareciera que nuestras autoridades están en la misma condición, aterrorizados y petrificados, pues no se ve un plan de salud ordenado y dispuesto, para atender los casos positivos.

Enfrentar con contundencia la ansiedad que produce la cercanía del virus, es comenzar a ganar la batalla, y no es retórica, el principal combustible para que el sistema inmunológico comience a fallar y se deje arropar por la enfermedad, es el miedo y la zozobra. El antidoto para esto es saber que no estamos solos, que  hay una ruta médica que funciona, que tiene gente en sintonía, hablando el mismo lenguaje y comprometida en demasía, en la tarea de salvaguardar la vida y la salud de todos.

Presidente, Gobernadora, Alcalde, piensen que la próxima persona fallecida puede ser alguien de su nucleo más cercano; ponganse en el lugar de los ciudadanos del común, esos que no tienen medicina prepagada y que dependen exclusivamente de su entrega, sensibilidad y liderazgo. Va siendo hora de considerar la Alerta Roja. Es menester desarrollar de una vez por todas, una armazón médica que no se escape de su control y ofrezca la garantía al pueblo, de que se está haciendo lo necesario para sanarlos y mantenerlos con vida.

Que no les corresponda pasar por el sufrimiento de Jaime, o Pedro, que ayer perdieron a su madre, todo, porque no fuimos capaces de ofrecerles una oportuna atención médica. Hagan que tenga sentido todo este tiempo en el encierro, no permitan que más vidas se apaguen, ¡muevánse carajo!