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Democracia, reforma y humanismo

La democracia es el menos malo de los sistemas políticos y, así mismo, el más vulnerable. Es una manera de dirigir y organizar la sociedad muy longeva, mucho más vieja que el capitalismo industrial o que el totalitarismo en todas sus variantes.

La democracia adquirió otras connotaciones bajo la influencia de la Ilustración y, en general, del libre pensamiento, además por el influjo de los grandes debates de los últimos siglos sobre el funcionamiento del Estado y sus instituciones. Al ligarse al ideario republicano y al desarrollo del derecho de los últimos siglos, esta se convirtió en un esquema mucho más robusto.

El ejercicio de la democracia no se reduce a la participación en elecciones periódicas, pues este sistema suele permear casi todas las actividades humanas, en su forma de democracia representativa o participativa. La cultura democrática va mucho más allá de las llamadas instituciones democráticas y del simple proceso electoral.

Así mismo, como lo destaca Amartya Sen, la democracia no incluye solo el simple problema político, sino que se conecta con la justicia social al tener en cuenta las condiciones de vida de las mayorías. No puede existir democracia plena bajo circunstancias de iniquidad, desigualdad extrema, exclusión, discriminación o maltrato de cualquier índole.

En este punto, como proyecto en construcción, la democracia se articula con las ideas humanistas, sociales, que circulan por diversos canales, religiosos o laicos, y que enfatizan la necesidad de la libertad, del pluralismo, de la justicia y la equidad como principios esenciales de la organización social.

La historia ha demostrado que la ruta menos problemática para aplicar estas líneas gruesas de la convivencia continúa siendo la organización democrática. No existen, ni han existido, otros sistemas donde la libertad y el pluralismo florezcan de igual manera a como han florecido en el entramado democrático-republicano y legalista.

Un rápido balance permitirá corroborar este aserto. Las autocracias y dictaduras medievales tuvieron graves déficits económicos y políticos en cuanto a la situación de las mayorías, y la represión fue la constante como estrategia de las élites para imponer su perspectiva e intereses.

El régimen talibán actual, autoritario y cerrado, parece una fotocopia mal hecha del sistema instituido por los inquisidores religiosos medievales que carecían de una plataforma humanista cosmopolita para respetar los derechos de las minorías, de la mujer y de quienes no pensaban como ellos. El autoritarismo religioso es contrario al pluralismo, a la libertad y al humanismo más elemental, como lo prueba la historia y el presente.

Los diversos tipos de populismo del siglo XX han entusiasmado a las masas, pero la demagogia de los líderes y la falta de claridad conceptual sobre la sociedad soñada condujeron a esos movimientos al fracaso, porque propiciaron la destrucción de las instituciones democráticas, y sus políticas económicas erróneas sumieron a los países en el desorden y la zozobra,

Los sistemas que surgieron apoyándose en las teorías del cambio social de Marx prometieron lo divino y lo humano, pero aterrizaron, sin excepciones, en regímenes ultra-represivos, policiales e inhumanos. El gran faltante de libertad y pluralismo de esas sociedades está en la base de la crisis irreversible en que ahora están sumidas.

La ausencia de unas estructuras económicas dinámicas se unió a la represión de todo tipo para generar organizaciones sociales insostenibles, donde la escasez y la necesidad son la norma. El peso del burocratismo y del fundamentalismo ideológico ayudó a aplastar la vida, creando un ambiente insostenible.

Por esos graves problemas políticos y económicos se derrumbó la Unión Soviética e inició, junto con sus satélites, una transición del socialismo al capitalismo; debido a causas parecidas, los chinos y los vietnamitas han reimplantado la economía privada y el mercado capitalista, inaugurando un proceso diferente a lo conocido hasta ahora.

La democracia y la libertad no son la panacea, pero representan la ruta menos problemática para enfrentar los asuntos humanos contemporáneos, como se observa en la experiencia histórica. El fanatismo, el fundamentalismo y la represión tienen menos juego en un entramado democrático que en uno autoritario o totalitario.

La cultura democrática, el intercambio inteligente de ideas y el respeto a la diferencia, son el nicho natural del humanismo, del libre pensamiento y de la reforma para superar los problemas sociales y de otra clase.

Pero ese proceso integral requiere de la división e independencia relativa de los poderes (ejecutivo, legislativo, judicial, etcétera), del acatamiento del Estado de derecho y de la construcción de una economía que ayude a crear una democracia más plena. Todo esto ha sido sistemáticamente destrozado por el autoritarismo (o el totalitarismo) religioso o laico para imponer su agenda de fracaso y represión.

Así como el autoritarismo y el totalitarismo no son ya una opción válida para el presente y el futuro, tampoco lo es la instrumentalización de la democracia por los corruptos, los deshonestos o los defensores de un capitalismo salvaje que solo busca el beneficio de unos pocos.

Una política, una economía y una sociedad más prósperas son posibles empleando al Estado como gran medio para la reforma. Una reforma que no puede ser para matar el dinamismo económico o para eliminar las instituciones democráticas, la libertad y el pluralismo, lo cual no es otra cosa que una forma de suicidio colectivo.

La democracia y la libertad; el humanismo como eje rector de los arreglos sociales; y una economía que no victimice al medio ambiente y que facilite el desarrollo de la justicia social parecen ser la ruta menos traumática hacia el futuro.

El Estado como principal instrumento para la reforma en democracia y libertad será el instrumento legítimo para sacar a Colombia de la iniquidad, la desigualdad extrema y la violencia casi endémica. Sí hay camino y ya ha sido andado por otros pueblos.

 El Presidente Gustavo Petro