Share:

Balance de una discusión con los marxistas locales

Por estos días se desarrolló en las redes un debate alrededor de una columna mía intitulada ¿Por qué fracasó el marxismo revolucionario? En realidad, no hubo un debate, en sentido estricto, sino una reacción en cadena contra el título y las ideas planteadas en el escrito, que apareció aquí en zonacero.com.

¿Por qué se irritaron tanto los marxistas locales con el título de la columna? La mayoría de ellos no leyó la columna, y su enervamiento lo produjo solo el título, al cual consideraron una blasfemia, lanzando descalificaciones, como panfleto, columna subjetiva y aseveraciones de ese estilo, saludadas con beneplácito por otros marxistas locales que, para no desentonar, tampoco habían leído la columna.

Yo no entendía muy bien la razón por la cual Pierre Joseph Proudhon, en 1846 (¡en 1846!), le había escrito una carta a Marx en la cual le decía, más o menos, que no cometiera el mismo error de Martín Lutero, quien luego de criticar y desestabilizar al cristianismo de Roma, se había dedicado a construir otra religión, aún más sectaria, con excomuniones, hogueras y todo ese tipo de instrumentos lamentables.

En plata blanca, Proudhon le manifestó a Marx, en 1846, que no se dedicara a crear una nueva religión, una religión laica, que fanatizara a la gente, tanto como las religiones tradicionales. La premonición del anarquista francés se cumplió al pie de la letra, sobre todo en el siglo XX.

Las teorías de Marx contribuyeron a formar legiones de dogmáticos y fanáticos que se creen portadores de una especie de verdad revelada, emitida, no por un científico y pensador político del siglo XIX, sino por una suerte de apóstol que se convirtió en el sol tutelar de las múltiples iglesias marxistas del siglo XX (estalinismo, trotskismo, maoísmo, guevarismo, castrismo, etcétera).

Lo que se vio en el “debate” con los marxistas locales fue eso: los dogmáticos y fanáticos de las nuevas iglesias del marxismo cerraron filas contra las ideas planteadas por este columnista, no porque fueran erróneas o anticientíficas, sino porque cuestionaban la médula de su nueva religión laica.

Yo le fui revelando a los creyentes religiosos del marxismo local el contenido de la columna a través de las redes sociales. Y cuanto más explicaba el porqué de las críticas a Marx, más se enfurecían contra mí, en la típica reacción del fanático que siente el deseo de matar, y que odia cuando le cuestionan sus dogmas indiscutibles. Esto me recordó, de nuevo, la advertencia de Proudhon dirigida a Marx en 1846.

¿Qué plantee yo en la columna que molestó tanto a los creyentes del marxismo local? Solo las conclusiones científicas que brotan del análisis de la realidad histórica del siglo XX, relacionadas con las teorías del cambio social que propuso Marx en el siglo XIX. Ni más ni menos.

Me gané el rechazo y el vituperio de los ejércitos de las iglesias marxistas supervivientes porque sostuve que las ideas de Marx para transformar la sociedad habían sido un completo fracaso, que no funcionaban bien en ninguna parte y que, si las vuelven a aplicar, otra vez fallarán.

La crítica no se apoyó solo en mi propia capacidad especulativa o en otra religión laica, sino en las tradiciones científicas establecidas a nivel global, incluida la parte no contaminada de dogmatismo en el campo del marxismo secular, expresada en las obras de economistas, sociólogos e historiadores de reconocido prestigio en este planeta.

Pierre Joseph Proudhon, el anarquista francés que le advirtió a Marx que no creara una nueva religión fanática en 1846.

Otra variable clave para elaborar mi crítica a las teorías revolucionarias de Marx tuvo que ver con la realidad histórica, es decir, con lo ocurrido en los países socialistas, más que nada en la Unión Soviética, y con el cambio del modelo económico socialista en China, para introducir la economía de mercado.

¿Qué propuso Marx en el siglo XIX para superar el capitalismo, lo cual fue convertido en dogma religioso por los creyentes en los siglos XX y XXI? Planteó lo siguiente, de manera muy sintética:

--1) Una vanguardia partidista para dirigir la revolución, --2) Una dictadura socialista; --3) Un Estado totalitario que lo controlara todo: la economía, la política, la cultura, la ideología, todo. –4) Una economía planificada por el Estado, o sea, por el partido y la burocracia, etcétera (un análisis más completo acerca de la aplicación de estas teorías puede leerse en mi columna ¿Por qué fracaso el marxismo revolucionario?, que encontrarán aquí mismo, en zonacero.com).

Pues bien, yo analicé la realidad histórica en el siglo XX y saqué la conclusión de que en la Unión Soviética el socialismo se había derrumbado por el fracaso del sistema político, y por la ineficiencia de la planificación socialista de la economía, que introdujo la paquidermia en la producción de bienes de consumo y servicios, y un esquema de reparto o distribución realmente desastroso, que sembró el desespero en la mayoría de los habitantes, por la escasez, el desabastecimiento, las cartillas de racionamiento, y las largas filas para conseguir lo más elemental.

Expliqué también que los chinos cambiaron el modelo de economía socialista, tomado de Marx, e introdujeron la economía de mercado porque se dieron cuenta de que, con el modelo socialista, no podían sacar de la miseria y la pobreza a más de mil millones de almas. Los miembros del Partido Comunista, en los años setenta del siglo XX, reemplazaron el esquema de economía socialista porque no servía para afrontar los grandes retos sociales, dada su ineficiencia en el plano productivo y de la distribución.

Si esto no se llama fracaso de las teorías marxistas para cambiar la sociedad ¿cómo hay que llamarlo? Fue un rotundo fracaso de las teorías del maestro, y ese fiasco no se puede analizar a partir de la religión o del dogmatismo, sino teniendo como eje la ciencia y la realidad histórica.

Para los marxistas locales sostener que las teorías de su apóstol para hacer la revolución fracasaron es como decirle a un musulmán radical que Alá es un fraude. La reacción de ellos nada tiene que ver con la ciencia, sino que brota, violentamente, de lo profundo de su dogmatismo y de su fanatismo, porque ellos no piensan las teorías de Marx como postulados científicos, sino como dogmas religiosos, que no se pueden cambiar ni criticar porque son una especie de verdad revelada laica.

Esta es la lógica, casi invisible, de todos los marxistas locales, la cual se deriva de una posición religiosa y anticientífica. Y esa visión se reveló cuando se atrevieron a responder (solo algunos) las dos grandes preguntas que resolví en la columna mencionada, que son estas: --1) ¿Por qué se derrumbó la Unión Soviética junto con sus satélites; y –2) ¿Por qué los chinos cambiaron el ineficiente modelo económico socialista para introducir la economía de mercado?

Estas dos preguntas de fondo hicieron que los marxistas locales huyeran en desbandada. La mayoría de ellos no ensayó ninguna respuesta, en gran medida porque no la tienen. Lo que hicieron al huir fue demostrar que, ante el fracaso de las teorías del cambio social de Marx en China y la URSS, su única salida consiste en meter la cabeza en la tierra, como el avestruz, desconociendo la realidad histórica y el espíritu científico.

O lo que es casi lo mismo, los marxistas dogmáticos locales prefieren morir con sus dogmas que reconocer que estos fracasaron. Esa es la típica reacción del creyente religioso, que se aparta del ámbito científico y se enclaustra en las tradiciones religiosas, en su dogmática cerrada.

Los marxistas dogmáticos locales que se atrevieron a escribir algo repitieron como unos loritos las teorías fracasadas del maestro, sin atender a la experiencia histórica y al enfoque científico. O sea, esta otra versión del dogmatismo religioso marxista, que no huyó cobardemente, y que se atrevió a escribir cualquier cosa contra mis planteamientos, lo hizo para repetir los errores de Marx, casi como si fueran un mantra religioso oriental.

La concepción dogmática de los marxistas locales los lleva a creer que la sociedad solo puede ser cambiada con las teorías de Marx que ya se hundieron en la historia. Esta creencia ingenua se apoya en el hecho de que no ven bien la experiencia histórica y a que solo leen lo que se parezca a lo que ellos piensan, lo cual es otro rasgo esencial del dogmatismo, en cualquier campo en que se presente.

Los marxistas locales se mantienen encerrados en sí mismos, sin observar lo que ocurrió en la historia, porque carecen de las herramientas científicas adecuadas para interpretar con valor e independencia esos fenómenos; la base principal que dirige su actitud está en que son muy ignorantes en cuanto a lo que se produce, intelectualmente, por fuera de los círculos tradicionales del marxismo, o más allá de lo que plantearon Marx y sus discípulos.

Lo que significa que, para ellos, todo empieza y termina solo con Marx y el marxismo, de modo parecido a como, en las religiones, todo empieza y termina en los textos sagrados. Así de sencilla es la realidad conceptual de los marxistas locales.

En consecuencia, no les interesa leer la teoría política de los siglos XX y XXI, y cierran los ojos ante los importantes trabajos de los economistas, de los sociólogos e historiadores acerca de la economía mundial, y sobre lo que ocurrió en China y la ex Unión Soviética.

El corolario de este comportamiento sesgado es que los marxistas locales han desarrollado su convicción sobre la base de la dogmática revolucionaria que se originó en Marx, pero sin tener en cuenta los nuevos avances de la ciencia y, más que nada, la experiencia histórica del siglo XX.

Esta actitud genera que gran parte de su convicción revolucionaria tenga por matriz la ignorancia, y la convicción que se apoya en la ignorancia es la peor de todas las convicciones. Lo más complicado del asunto es que la gran mayoría de los marxistas locales no reconoce este problema, sigue creyendo que tiene la razón al mantener su posición cerrada a la ciencia y a la realidad histórica.

A partir de esta convicción (basada en la ignorancia porque no tiene en cuenta los nuevos progresos de la ciencia social, ni el análisis riguroso de la realidad del siglo XX), los marxistas locales desarrollan su práctica del modo siguiente:

--1) Manteniendo ciegamente los modelos del cambio social teorizados por Marx en el siglo XIX; y –2) desechando otras posibilidades para cambiar la sociedad, a las que descalifican como reformistas o como blasfemia, sostenidos por la idea de que la violencia es la partera de la historia, y de que quien enfrente su religión verdadera es un blasfemo, como me lo expresó a mí un marxista local.

Es muy difícil convencer a un dogmático o a un fanático de que está equivocado. Este siempre cree tener la razón, a pesar de que la realidad y la ciencia cuestionen sus dogmas. Eso ha ocurrido con los musulmanes radicales y con todos los fanáticos del mundo (como los terraplanistas y los antivacuna), y está ocurriendo también con los radicales marxistas del vecindario.

¿Por qué los marxistas locales se parecen tanto a los otros radicales religiosos? Porque ellos también son una especie de radicales religiosos, que convirtieron las teorías de Marx en una dogmática rígida, inamovible, que se debe mantener, no por la ciencia o por la realidad histórica, sino por el respeto y la veneración al maestro, convertido, según las palabras de Proudhon, en una especie de nuevo apóstol de una religión laica mundial.

Es triste esto que estoy analizando, pues la mayoría de los marxistas locales son personas preocupadas por lo social y por el sufrimiento del pueblo. Pero las teorías fracasadas de Marx, en el supuesto de que alcancen el poder algún día, los llevarán a repetir los mismos errores de los soviéticos y de los chinos.

Está sería la tragedia máxima de los marxistas locales: que sus buenas intenciones se pierdan otra vez, por su incapacidad para reconocer las señales de la historia. No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere oír.