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Amor en tiempos del Covid-19

Era inevitable: El olor a lluvia que se siente más por el recuerdo de la tierra húmeda y por la brisa cariñosa que abraza la piel seca que por las gotas mismas, oír el televisor encendido a lo lejos que anunciaba en India un cementerio de fuego que quemaban cadáveres que aún cargaban almas impávidas víctimas del Covid-19. Me adelanté entonces a llamar a mi amigo Daniel, mi colega, quien me contaba ayer por videollamada la discusión desalmada que tuvo con su padre; lo habían contactado para ponerse la vacuna contra la Covid-19, sin embargo, se rehusaba a que le inyectaran la llamada “Astrazeneca” ya que podía morir en el intento.

“Que no entiendes hijo, que he llamado al médico, que me dice que espere, que ojalá la vacuna de Pfizer, que es mejor esperar la mejor a imponerse cualquiera”. El furor de Daniel mientras me cuenta, era tal que no podía transmitirse por mensaje de datos. “¿Tú sabes cuántas personas hubiésemos podido salvar y cuántas familias se han podido ahorrar el sufrimiento de la pérdida de un ser querido, con la vacuna que estás negando?”-  me contaba enfurecido que le decía a su progenitor - “En un país como éste, no hay opción de escoger, la vacuna que haya, esa es la vacuna que es”, enfatizaba Daniel, con una mezcla de ira por la ignorancia que pulula en redes en miles de cadenas de whatsapp y que había tocado la puerta de su padre, por el miedo de que su padre no se vacunara por culpa de esa ignorancia y por el azar, que los seleccionara para convertirse en la próxima víctima fatal. Qué impotencia al recordar, me decía, que estamos muy atrasados por culpa, según él, de un gobierno lento, paquidérmico y desalmado.

Vacuna

Traté de eludir el tema con Daniel, lo veía muy airado, pero la señal del móvil era tan perfecta que lograba percibir su voz de tonos bajos y marcados acechada por un acento limpio pero castizo y sentía su desesperación. Aproveché y le pregunté por su otra familia, sus tíos, abuelos, primos y demás. Y ¿Pa’ qué fue eso? Daniel, enardecido, me dice que su familia, la de Chile, se niega, a pesar de haber vacunas, a pesar de estar elegidos, a pesar de esta disponibles a vacunarse, a inyectarse ya no la de Astrazeneca, sino cualquier vacuna. Todo, porque en youtube vieron y les llegó un dato de unos amigos que nadie conoce, que la vacuna hace parte de un plan de extinción de la humanidad, que allí va un chip o una inteligencia artificial que va a saber qué piensas, que va a controlar qué deseas y que te va a convertir en un esclavo de un complot judeomasónico orquestado desde la venida de Cristo, y que ellos prefieren dejar todo el azar al Altísimo. “¿Cuánto desespero debe tener el Altísimo en su infinita sabiduría, de ver cuánta ignorancia se propaga en su nombre?” me revira Daniel.

“Bueno, está bien Daniel, pero no todo puede ser malo” Asentí. “Cuéntame de tu trabajo”. Mi colega, se desahogó con una verborrea incontenible. “¿Mi trabajo? Amigo, de nada sirvió estudiar, trabajar, ahora se viene esta reforma tributaria, indolente, nos quieren clavar, enterrar, matar, empobrecer más. Mi oficina tuvo que salir de varios trabajadores, pero ahora me dicen que deberé pagar una sobretasa sobre la renta. ¿Cuál renta? ¿Aquí hay empresas dando utilidades? Todos los días, cuando veo el programa del Presidente Duque y veo las noticias me pregunto ¿En qué mundo viven? No se si las noticias son compradas, o si yo soy el único vuelto mi3rd4, o si es que soy pésimo empresario, pero bueno, lo que está claro es que decidí ser independiente pero nunca me enseñaron”. No sabía por dónde irme. Lo que le preguntaba no funcionaba, yo no lo llamé para deprimirme, lo llamé para tener contacto con mi mejor amigo, el que me escucha, con el que me río, con quien pretendo no ser nadie y hablamos de todo, menos de estos problemas, nunca fueron tema, nunca habían sido un asunto.

Presidente Duque y su Ministro Carrasquilla

“Vale Daniel, pero…por eso las marchas, algo pasará” trato de darle ánimos. “No amigo, no pasará nada. ¿Viste acaso al hijo bonito rechonchón de Petro en alguna marcha? ¿O al mismo Petro? ¿Viste a algún poderoso haciendo algo? Los únicos importantes fueron puros artistas de franja barata. Lo demás, todo eran pueblo. Alberto, mientras los poderosos no les importemos, simplemente seremos como el que sacude el bote de las hormigas rojas y negras, ellas están en paz hasta que alguien sacude el bote, se matan unas a otras, sin saber por qué, pero la razón es que alguien sacudió el bote; el que sacudió el bote ni siquiera lanza un mordisco, ni siquiera pelea por un lugar, están fuera de todo, nos controlan como lo que somos, votos, para unos u para otros, pero todos para ellos. Es más Alberto, me atrevo a pensar, de cierto te digo, que ambos bandos saben todo y nosotros somos los bobos útiles; porque al final la Policía y el Esmad son el pueblo uniformado y del otro lado, el trabajador, la telefonista, el maestro, el barrista, la del call center, el taxista que protestan, son el mismo pueblo, pero sin uniforme y ninguno de los dos grupos se pregunta ¿Quién sacudió el bote?” Contestó.

Daniel no me daba abasto, ni razón, ni esperanza en nada, no había manera de contener su lógica, su rabia, su razonamiento crudo, pero con verdades que no podía rebatir. Yo, sin nada que decir, le digo: “Hermano, al menos estamos vivos” Daniel, no supo qué decir, su esposa apareció a la cámara, me pidió disculpas por el ánimo de Daniel y me dijo con cariño, el que siempre le ha caracterizado “que ya se le pasará”. Me dijo que le mandaba un beso enorme a mi mujer, a mi hija, a mis padres, a toda mi familia y antes de colgar, confirmó: “Nos volveremos a ver, eso es lo que más deseo, ojalá pronto”.

Marcha de protesta

Esta llamada con Daniel, que sufre el paro, la protesta, el desempleo, la carencia de vacunas, el poder encima de él, de su mente, alma y cuerpo, me hizo entender el amor en los tiempos del Covid: Empatía con todos y para todos, con los oídos en el piso para percibir las vibraciones y esquivar las palabras venenosas, y por último, unos brazos amplios para recibir corazones cansados y almas fatigadas.

Colgué y escribí esta columna. Quería saber qué clase de peste traía a bordo mi amigo, con cuántos pasajeros deambulaba, quiénes tenía enfermos. Lo escuché sin pestañear, miré por la ventana el horizonte nítido, el cielo de abril catapultado del nubarrón blanco color nieve y le dije a Mercedes: “Sigamos derecho, hacia el norte de nuestro único destino, salir vivo de esta pandemia”. Mercedes me replicó: “¿Estás hablando en serio?”, le dije: “No he dicho jamás una sola cosa que no sea en serio”. Reímos. Aproveché el momento para confirmar que sospecho tardíamente de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites, como dijo el escritor.