Algunas consideraciones del arte latinoamericano
Después de algunos meses de tener la posibilidad de compartir con interesantes profesores de un Diplomado de Historia del Arte me parece relevante poder establecer algunas conclusiones personales que me permito con ustedes compartir con respecto a la evolución del arte Latinoamericano.
La estructura del Diplomado nos ha llevado por diferentes módulos que se iniciaron con el llamado arte prehispánico. Con respecto a él la primera lección que se instaló en mí fue la limitante que el concepto por sí mismo genera, me refiero a lo “prehispánico”. Nos convoca a algo que está en el pasado y mantiene su esencia lejana y constante, y que mientras más pasado es, menos contacto tiene con lo español, más verdadero es.
La problemática instalada para el período busca superar esta concepción, ya que el arte precolombino, entendido como la producción de imágenes, no se trunca con lo colonial, que hay una coherencia conceptual que se mantiene en el tiempo y que se conecta incluso con nuestros días. Siguen existiendo artistas que se conectan con lo indígena y que lo llamado precolombino sigue siendo una motivación para artistas contemporáneos a través de la historia crítica del arte, del coleccionismo, del arte popular o indígena y de los estudios visuales y culturales. Esta idea nos invita a hablar de la “descolonización del Arte”, no hablar de las manifestaciones iconográficas de lo indígena desde el pasado, como si estuvieran caducadas, por el contrario, rescatar su supervivencia, reconociendo lo precolombino como una consideración especial para pensar el presente y qué mejor que a través del lenguaje artístico.
A continuación, nos invitaron a discutir ¿qué es lo Latinoamericano? ¿Si existe una arte propio para el subcontinente y qué características pueden definirse de él? ¿Será que el arte Latinoamericano es un arte europeo resignificado por las características propias de nuestra historia? No debemos olvidar que fuimos colonizados por un país que representa, hacia fines del siglo XV y XVI un espacio marginal del arte europeo. España, si bien se convierte de golpe y por una cuestión más bien hereditaria y hasta un poco azarosa en una potencia relevante de la política mundial, está muy lejos de ser el centro, para la época, desde dónde se decretan los cánones artísticos. El arte, para una España que se desangró por luchar a favor de la cristiandad católica, primero contra los moros en la propia península ibérica, y siguió su cruzada en el norte de África, en la defensa contra la ofensiva turca en el este de Europa y luego en las luchas contra los protestantismos, utilizó el arte, a uno y otro lado del Atlántico, como elemento clave en la difusión y defensa del catolicismo.
El Arte Latinoamericano fue otro espacio más de la evangelización. En definitiva, es un arte de base europea, indisoluble con el catolicismo y que, por las características distintivas de América y de cada región de América, busca encontrar una identidad. Un ejemplo claro de lo anterior es el Barroco Latinoamericano, muy influenciado por propuestas españolas, en especial de Santiago de Compostela, que es capaz de presentar dinamismo, presencia de movimiento, teatralidad, decoración exagerada y un claro fin evangelizador y pedagógico.
Después de un primero momento importador de arte, se instalaron relevantes escuelas de arte en América Latina que demostraban una cierta continuidad conceptual con el mundo medieval y también desde la manera de concebir y producir el arte. La mayor parte de las veces el creador intelectual de la obra era un sacerdote y quienes la ejecutaban eran mano de obra indígena que, a pesar del alto nivel de influencia del canon europeo, no dejaron de expresar ciertos elementos icónicos que les eran propios y trascendentes: las imágenes de los fenómenos naturales, el sol, la luna, compartían protagonismo con elementos propios de la simbología católica. Las escuelas de arte en Quito, Perú y México son las más conocidas al respecto y de las que tenemos muestras significativas de su producción.
Hacia finales de la época colonial y en consecuencia con lo que sucedía en Europa, en Latinoamérica se perciben, a través del arte, tendencias que avanzan hacia la búsqueda de la identidad local. Los mayores contactos de los criollos con Europa, les permite percibir la decadencia de España y empiezan a sentir atracción por otras corrientes artísticas que generan un cierto afrancesamiento de nuestras clases dirigentes, influidas sin duda por la llegada de los Borbones al trono español. Aparecieron así experiencias locales asociadas al Rococó, un arte que presentaba características que se expresan en la Latinoamérica de la época: más mundano y con menor peso de lo religioso. Sí compartía la decoración lujosa, propia del modelo europeo, que instala, en las más diferentes variantes, una tendencia a la ostentación que supera el interés por la funcionalidad.
El proceso de la Independencia, general a toda la América española, abrió el paso definitivo hacia nuestra historia republicana y en la que el arte no dejó de ser relevante, fundamentalmente en favor de encontrar y definir una identidad, es decir, el arte fue un vehículo más para construir e instalar un relato propio, local. Producto de ello se fue consolidando un arte nacional, con tendencia al laicismo, que hacía eco de las influencias europeas de la época, pero que las ponía al servicio de los emergentes Estados Nación. El Neoclasicismo tiene su experiencia en nuestro continente por aquellos años, que se eleva como una reacción al Barroco y la Rococó, por su carácter más laico, más republicano y por una tendencia a la elaboración de una estética intelectual propia del racionalismo ilustrado que permeaba con fuerza a nuestras clases dirigentes.
Las tendencias Neoclásicas Latinoamericanas compartieron muchos de los fundamentos de la original experiencia europea: aprender de las fuentes clásicas griegas y romanas; respeto por las reglas artísticas; búsqueda del equilibrio y de la armonía y; una vinculación muy fuerte con lo moral y la enseñanza. Las bases estéticas fueron a buscarse a los escritos de Diderot y D’Alambert, se instaló la imitación a lo clásico, que, aunque llega con retraso, como es natural, con respecto a Europa, no son pocos los que lo definen como un arte que instala una “belleza sin alma”.
Los pasos siguientes de nuestro arte estuvieron siempre impactados por las influencias llegadas desde Europa: llegan los primeros pintores de caballete que retratan paisajes, figuras relevantes o familias, ya que se instituyen como obras por encargo; la experiencia del Romanticismo se instala como una reacción al racionalismo del Neoclásico, con artistas disconformes, que se oponen a las reglas o normas clásicas, que anhelan la libertad, el retorno a la naturaleza, al hombre y su rol, y muy especialmente en el Romanticismo Latinoamericano, una muy marcada expresión melancólica en las obras de arte y; por ultimo para este relato, las expresiones de las Vanguardias en nuestra región, que genera una tendencia más clara hacia un relato artístico identitario, que provoca una ruptura más nítida con el pasado colonial hispano y con el eurocentrismo, con una tendencia a rescatar el indigenismo, que sale de la academia para instalarse en el espacio público, a través de una pedagogía civil y política, que eleva al arte como una nueva manera de re escribir y contar la Historia de la América morena.