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7 de 20

El siete es mi número favorito, cábalas que uno tiene… cada vez que participo en una rifa o tengo que escoger una contraseña o un número que me represente, por alguna razón que ni yo entiendo, tomo ese. Pero en este caso, hace una semana este dígito no es precisamente motivo de orgullo para nosotros los latinoamericanos. Resulta que nuestra región vuelve a ser la más desigual del planeta. De los 20 países con mayores niveles de pobreza en el mundo, 7 son de aquí.

Aún más preocupante es la predicción de que al finalizar 2020, habremos retrocedido 14 años en materia de pobreza. Esto es sumamente complejo, ya que los avances abonados en las últimas décadas se irán a la ´Conchinchina´ por un virus que no esperábamos, y por supuesto para el que no estábamos preparados.

En un muy buen trabajo elaborado por el GDA (Grupo de Diarios de Latinoamérica), se exponen estos datos, que no se puede negar que causan desasosiego e incertidumbre. En especial para las mujeres, nosotras, resultamos ser el género con mayor afectación negativa debido a la tendencia histórica de ser quienes sacrificamos la vida laboral por la doméstica. En tiempos donde los niños no acuden a las escuelas, el mayor peso lo cargaron ellas, teniendo algunas que renunciar y otras que elegir bajar su rendimiento durante el teletrabajo. De hecho, suenan las campanas de alarma, al revisar que en el año 2021 se proyecta que, por cada 100 hombres en condición de pobreza extrema, habrá 118 mujeres. Para mostrar esto con mayor crudeza y por si queda alguna duda, la investigación señala que entre 2019 y 2021 se pretendía que el porcentaje de mujeres viviendo en pobreza extrema se redujera al menos en un (-) 2.5%, pero por el contrario, aumentó y de manera exponencial; las predicciones apuntan a un (+) 9.1%.

Evidentemente esto no es nuevo, ya América Latina venía ganando el campeonato de territorios desiguales e inequitativos hace décadas. El problema es que dicho estancamiento económico se ha visto agudizado por la crisis sanitaria mundial.  Nuestros peores defectos han quedado aún más expuestos. Por ejemplo, la concentración económica de nuestra élite es absurda y abismal. En esta parte del continente el 10% posee el 54% del ingreso nacional promedio de los países. Salta a la vista la necesidad de políticas sociales más incluyentes y de inversión en calidad educativa.

Hablando de calidad educativa, es urgente que los estudiantes vuelvan a las aulas, al menos los de primaria y secundaria. Los universitarios han demostrado adaptarse mejor (aunque esto no omita las dificultades que el modelo virtual conlleva). Pero los niños y adolescentes necesitan permanentemente de ayuda para poder estudiar pegados a una pantalla, y esto se traduce en que uno de los padres o miembro del núcleo más cercano de la familia, se vea impedido de trabajar durante la jornada. Es urgente que los chicos y chicas se vuelvan a sentar en un pupitre. De lo contrario las consecuencias económicas y en el aprendizaje serán aún mayores de las previstas.

Ilustración