Dagoberto muestra un documento del Inpec y el Ministerio de Justicia, en el que se determina su libertad por cesación de la investigación.
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Jairo Cassiani

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11 meses detenido en una cárcel en Montería por delitos que no cometió

Dagoberto Álvarez Valencia fue sacado de madrugada de su casa, presuntamente por pertenecer a la banda ´Los Costeños’. Aunque los otros capturados negaban conocerlo, la justicia demoró casi un año en desvincularlo del caso.

Cada mañana Dagoberto Álvarez Valencia se despierta sin abrir los ojos enseguida. Lo primero que hace es lentamente extender sus manos hacia arriba, con el temor de que sus dedos sientan el frío concreto de una cama.

Esta extraña rutina es la que la da tranquilidad de saberse en su casa en el barrio Buenos Aires de Barranquilla y no en una celda del patio 5 de la cárcel Las Mercedes de Montería, la capital del departamento de Córdoba. Ahí estuvo durante 11 meses esperando una audiencia que los absolviera de los delitos que le imputaban y que él no había cometido.

“Pagué algo que nunca tuve que ver. Fueron 11 meses que parecieron más de 10 años”, comienza a contar el barranquillero de 32 años, sentado en una mecedora en la sala de su hogar.

Dagoberto tiene los ojos vidriosos y una voz carrasposa. Aunque está tensionado no se nota desespero en el tono, por el contrario, intenta mantenerse tranquilo y habla despacio para no perder detalle.

Lleva puestos una camiseta negra de una marca deportiva, unos jeans rotos y tenis. Una ropa muy diferente a la que llevaba el 3 de noviembre de 2015, cuando agentes de la Policía se lo llevaron esposado, presuntamente por pertenecer a una banda delincuencial denominada ‘Los Costeños’.

Durante su relato, la voz del hombre de 32 años se quiebra y sus ojos se le aguan.

Era las 4 de la mañana. Los padres, los hermanos, la esposa y el hijo de Dagoberto estaban dormidos. Él era el único que estaba despierto porque se estaba arreglando para salir a trabajar. En ese tiempo era conductor de una ruta de bus urbano de la ciudad y ya estaba uniformado cuando tocaron a la puerta “con violencia”.

“Iba saliendo a trabajar y se presenta la Policía en la puerta de la casa. Después de que hacen el allanamiento, me dicen que pertenezco a la banda ‘Los Costeños’. Ellos me decían que yo sabía que pertenecía a esa banda y que tenía derecho a guardar silencio. Que yo había participado en unas extorsiones, que había participado en unos homicidios, que era conductor de ‘Los Costeños’ desde 2011”, relata como si aún no pudiera creer lo que había sucedido.

Asegura que esa misma expresión de desconcierto era la que tenía cuando los uniformados le hablaban y no entendía que estaba pasando; su mente estaba en blanco y pedía que le explicaran que sucedía.

De su casa fue trasladado a la sede de la Unidad de Reacción Inmediata de la Fiscalía General de la Nación, en Barranquilla. Ese corto recorrido del transporte hasta las instalaciones judiciales, en una fila india junto a otras 11 personas que habían sido capturadas en el operativo contra la banda criminal, fue para Dagoberto unos de los momentos más vergonzosos de su vida.

En un video tomado por las autoridades quedó registrado ese momento, en el que iba esposado en el noveno lugar y fue presentado como un miembro de ‘Los costeños’, una banda que según las autoridades traficaba sustancias psicoactivas, fabricación y porte de armas de fuego, homicidios selectivos, hurto y diferentes modalidades de extorsión.

Ese 3 de noviembre y al día siguiente, Dagoberto apareció reseñado en diferentes medios de comunicación y por redes sociales circulaba su rostro, señalándolo como un delincuente. Pero él desconocía todo lo que estaba sucediendo afuera de las carceletas.

“No se dormía, todo el tiempo en el piso, con la misma ropa, no había forma de bañarnos. Muy triste porque la verdad no sabía qué estaba pasando. Mi hijo estaba muy pequeño y era algo muy doloroso porque no podía ver a mi familia, no podía darle explicación a nadie”, señala Dagoberto acomodándose en la mecedora.

Fueron nueve días en los que se sintió en el limbo, que no tenía noción del tiempo, que no comía sino que se la daba a sus compañeros. Sólo se quedaba mirando lejos, con ganas de hacer nada. “Fue algo que me destrozó mucho. Hay veces que estoy durmiendo y me levanto asustado porque estoy soñando que estoy preso. Eso es algo que lo marca mucho a uno”, confiesa el joven.

En el círculo rojo está Dagoberto, esposado a otras 11 personas, el día que fue detenido.

Descenso al infierno

Un juez consideró que las 12 personas señaladas de hacer parte de la banda 'Los Costeños' eran demasiado peligrosos para quedarse en Barranquilla, por eso fueron enviados a la cárcel Las Mercedes de Montería.

Dagoberto hizo el trayecto de más de 350 kilómetros esposado a otros cinco hombres en una van del Inpec (Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario), en la que iban "demasiado apretados para estirar las piernas e incómodos, sentados sobre una llanta de repuesto". Llevaba la misma ropa desde hacía tres días. No hubo escalas desde que salieron a las 4 de la mañana, ni siquiera para hacer necesidades, mucho menos para tomar agua o comer algo.

"La cárcel fue indignante. Primero nos metieron en un calabozo con mucha agua en el piso. Había un hedor constante porque otros ya habían hecho sus necesidades ahí y no las recogieron. Yo les pedía que me colaboraran porque no había hecho nada", cuenta Dagoberto con el gesto torcido, como si nuevamente pudiera volver a sentir sus pies mojados y el olor putrefacto en su nariz.

En el calabozo estuvo un día y lo pasaron al patio 5, una zona en la que convivían miembros de las autodefensas, guerrilleros, hombres que se dedicaban a "picar gente" (descuartizar), a desaparecer muertos y extorsionistas, entre otros.

Su primer choque con la realidad que se vive en las cárceles fue la falta de espacio. "Había mucho hacinamiento y dormíamos en unas parrillas. Los animales le caminaban a uno por encima y eso genera muchas enfermedades. A mí me tocó pagarle a un 'administrador' del patio para conseguir un lugar donde dormir y dejar mis cosas", manifiesta Dagoberto rodeado de sus familiares, para quienes la historia es nueva cada vez que la escuchan porque durante esos 11 meses no sabían qué pasaba con él.

No quiso contarles que vivía bajo una presión y con la necesidad de andar por el patio 5 con la cabeza gacha para no mirar a los otros reclusos a los ojos, porque si lo hacía reaccionaban intentando golpearlo, o peor, apuñalarlo. Tampoco quiso decirles que las cosas de aseo se le perdían y que sentía impotencia por no poder hacer nada para remediarlo, porque sabía que estaba solo, lejos de su tierra; porque sentía que no era nadie y le tocaba aguantarse.

En la sala de su casa Dagoberto vuelve a sentirse completo, aunque aún está luchando por recuperar su vida.

"Me tocaba no decirle nada a mi familia, porque mi papá y mi madre estaban muy tristes por eso, entonces para seguirle dando yo malas noticias de que lo estaba pasando muy mal allá, (mejor) me callaba las cosas, me tocaba aguantarme todo a mí", dice mientras mira a las personas que nunca dejaron de creer en él.

A pesar de que manejaba un bajo perfil y evitaba meterse en problema, hubo una una vez en la que toda su rabia, frustración e impotencia salieron a flote. "Siempre hubo maltrato verbal, era lo más común. Pero una vez tuve un problema con un muchacho de Montería y casi nos vamos a los golpes. Allá se manejaba mucho que la puñaleta, entonces yo me evité esos problemas y me fui para la celda”, asegura Dagoberto y toma un poco de gaseosa, uno de los placeres que recuperó.

La hostilidad de sus compañeros, el desaseo y el hacinamiento no fue lo único contra lo que tuvo que enfrentarse: las enfermedades también lo atacaron e incluso fue mordido por un animal, lo que le produjo problemas en una pierna. El día que lo capturaron, afirma, tenía un dolor de muela y luego de cumplir su primer turno iba a una cita con un odontólogo para que se la curara.

Duré tres meses con una muela podrida, hasta que medio me la pudieron sacar porque no había atención médica – toma un sorbo de gaseosa, para pasar el trago amargo, y continúa – En un pie me picó un animal. Se me hinchó, no podía caminar, no podía afirmarlo, sin embargo, todos los días tenía que salir a las contadas (proceso de conteo de los prisioneros, uno a uno, realizado por los guardianes)”, señala Dagoberto y se mira los zapatos que lleva puestos, sintiendo el malestar que aún tiene en el pie.

Libertad aplazada

Dagoberto no era bueno con las fechas pero hay días que le quedaron marcados a fuego en la mente. En especial recuerda específicamente seis, además de ese 3 noviembre cuando todo empezó: las audiencias del caso.

Todas se realizaron en Barranquilla, así que tuvo que volver a viajar en una van de ida y regreso a Montería. La primera que recuerda fue en enero de 2016. Concierto para delinquir agravado, extorsión agravado, homicidio agravado, utilización ilícita de redes de comunicaciones y fabricación, tráfico y porte ilegal de armas de fuego o municiones, fueron los delitos que le imputaron a Dagoberto y que escuchó en cada audiencia a la que asistió esposado.

Desde el primer momento las personas que capturaron el mismo día que a mí dijeron que no me conocían, que no sabían nada de mí, que yo no tenía por qué estar ahí. Le dijeron al fiscal que ninguno había hecho nada conmigo y que ninguno me conocía”, explica.

Asegura Dagoberto que en cada declaración, a cada uno de los capturados se les pedía que declararan y cada cual decía “no lo conozco ni nunca he hecho nada con él, con los demás si he hecho pero con él nunca, nada”.

Documento entregado por las autoridades, el día que fue liberado.

Una lección importante aprendió en ese proceso: “las personas que han cometido delitos son mucho más leales que las que no. Podían haberme hundido pero dijeron la verdad y fueron leales”. A pesar de los testimonios que lo liberaban de culpa, Dagoberto siguió vinculado al proceso. El 22 febrero fue la siguiente audiencia pero fue suspendida. También la del 11 de abril, después la del 2 junio hasta llegar a la del 28 de junio, mismo día que cumplía años.

Fue el cumpleaños más negro de mi vida – comienza a decir – Ni siquiera hicieron audiencia. No pude ver a mi familia, no los dejaron acercarse y tenía mucho tiempo sin verlos. Por los costos yo les decía que no viajaran y que mejor me mandaran la plata para comprar unas cosas que necesitaba, así que al final estuve ocho meses sin verlos”, expresa y se ve que un nudo se le hace en la garganta y se detiene un momento, al recordar la desilusión y la impotencia.

La última audiencia fue el viernes 23 de septiembre de 2016. Ese día un juez decidió desvincularlo del proceso y darle libertad. Por eso fue trasladado a la cárcel Modelo, a la espera de que llegara la orden de soltarlo. El martes siguiente, 27 de septiembre, recogió las pocas pertenencias que tenía consigo, escuchó por última vez las rejas de metálicas de la cárcel abrirse y cerrarse detrás de él.

Sentí un vacío. Salí a la calle y sentí el sol diferente, no era el mismo. Uno acostumbrado a estar bajo el mismo techo. Gracias a Dios me recibieron mis padres, una tía que me apoyó mucho. Fue algo indescriptible. En el momento no supe qué decirles. Sólo un abrazo y me llevaron a casa. Me esperaban mi esposa y mis amigos, pero en el momento no sabía qué decir”, recuerda Dagoberto sobre el día en que volvió a nacer.

Cambios

Ese regreso a la libertad tuvo un momento muy amargo. Cuando fue detenido por la Policía su hijo tenía un año y tres meses. Cumplió los dos años mientras estuvo en la cárcel, por eso cuando intentó abrazarlo, el bebé se puso a llorar porque no sabía quién era.

Fui a abrazar a mi hijo y no me reconoció. Se asustó, no sabía quién era yo – se le quiebra la voz – Fue algo muy doloroso. Afortunadamente, con el tiempo hemos ido construyendo nuestra relación”, dice Dagoberto mientras aprieta los labios y respira profundamente.

Además de la relación interrumpida con su hijo, tiene que lidiar con las secuelas mentales y con el prejuicio de quienes lo vieron esposado en los medios de comunicación o identificaron su rostro como un delincuente en redes sociales.

“Se me han cerrado las puertas para trabajar. Yo soy conductor de bus y toda mi vida me he dedicado a manejar bus urbano pero ahí no he podido conseguir algo. Estoy marcado. Gracias a Dios conseguí un trabajo como taxista por intermedio de un amigo pero lo mío es el bus urbano, es lo que he hecho por más de 11 años”, asegura el hombre que en pocos días volverá a cumplir años, esta vez en libertad.

Manejar es una de las pasiones que pudo recuperar Dagoberto cuando quedó en libertad.

Cuando agarró el volante de un automóvil nuevamente, volvió a estar en su elemento aunque al principio se sintió un poco torpe pero a los pocos días volvía a sentirse feliz, sin embargo los malos recuerdos siguieron atormentándolo.

Trabajaba con angustia, todavía la siento. El 3 de noviembre, un año después de que me detuvieron, no fui capaz de salir de mi casa a trabajar. Dejé el vehículo parado en la puerta de la casa. Me sentía nervioso, asustado”, cuenta como resignado a seguir con los pequeños traumas que le quedaron.

A raíz de su situación con la justicia, Dagoberto tuvo que cambiar muchos de sus anteriores hábitos: ya no va a discotecas ni estaderos a tomar cerveza y sólo sale a fiestas familiares; no se sienta en la puerta de su casa, no se toma “las frías en una tienda”.

No soy la misma persona de antes. Salgo a trabaja, regreso, guardo el carro y me encierro en el cuarto. No me gusta estar mucho en la puerta”, manifiesta con voz aburrida, mirando con aprensión la calle a través de la reja de la casa.

Asegura que una de sus principales preocupaciones, los primeros meses desde que salió en libertad, era que la Policía lo detuviera porque sus papeles no estaban en regla. Andaba temeroso, esquivando cualquier retén y cualquier cosa que tuviera uniforme militar.

Una vez me detuvieron en el barrio San José. Cuando les di mis papeles a los agentes les advertí que posiblemente, cuando radiaran mi cédula, les iban a decir que había una orden de captura en mi contra pero que yo había salido exonerado de eso. A pesar de mi explicación, me llevaron al CAI de ese barrio y me tuvieron desde las 7 de la mañana hasta las 11. Pensé que me iban a meter en una cárcel otra vez y que todo iba a empezar, pero gracias a Dios me dejaron ir”, relata Dagoberto, quien ese día se montó en el taxi y salió tan rápido como pudo hacia su casa y se quedó encerrado el resto del día.

Con el pasar de los meses ha ido recuperando la confianza y la tranquilidad, sobre todo porque de la Fiscalía General de la Nación y el Inpec, con constancia en el Ministerio de Justicia, le entregaron documentos en los que dejan claro que Dagoberto Álvarez Valencia estaba fuera de toda vinculación con los delitos que le habían sido imputados y, en consecuencia, su historial quedaba limpio.

Aunque tiene los documentos que lo liberan de toda culpa, Dagoberto considera que aún no ha sido resarcido, sobre todo porque cree firmemente que su nombre se vio afectado y ya no puede vivir su vida de manera tranquila, sino con una zozobra constante.

“Con unos abogados estamos preparando una demanda para que el estado me repare por el daño que le causó a mi familia y a mí, por el terrible error que cometieron conmigo, por el sufrimiento de estar privado injustamente de mi libertad”, explica el joven conductor. Sin embargo más que el dinero, lo que busca es que “alguien” se acerque a él para explicarle que fue lo que pasó y le pida perdón por esos 11 meses que perdió.

No sé por qué me vincularon a ese proceso. No he extorsionado, no he recibido plata de nada de lo que se me acusa. Lo único que quiero es recuperar mi vida y trabajar tranquilamente como conductor de bus urbano”, finaliza Dagoberto, intentado cerrar un libro de terror que, sin embargo, se le abre cada vez que duerme y lo devuelve al calvario.