Ciénaga Grande de Santa Marta
Ciénaga Grande de Santa Marta
Foto
Cristian Mercado

Share:

Un recorrido por la belleza natural de la Ciénaga Grande de Santa Marta

Paisaje “oculto” en la vía Ciénaga-Barranquilla.

Quienes viajan por la vía que comunica a Barranquilla con Santa Marta, y el departamento del Magdalena, o quienes van desde o hacia el  interior del país, están obligados a pasar por donde se encuentra, a simple vista, el inicio de la Ciénaga Grande de Santa Marta. Un descuidado, pero mágico complejo lagunar, hundido por sus propias aguas en el olvido.

Un sinnúmero de aves, árboles desde sus dos orillas y el verdor de su agua en toda su magnitud, la hacen ver, y de eso no hay duda, como un bello paisaje que adorna la Troncal del Caribe. Esta, a pesar de dar un panorama ejemplar, esconde bajo la percepción de su belleza una problemática  ramificada de descuido y desidia que solo se ve reflejada en quienes la habitan. 

La garza real en la inmensidad de la Ciénaga Santa Marta.

Estando ya en el humedal, la vista no se hace ajena a toda su riqueza: su fauna y flora, su gran extensión como paisaje, pero sobre todo del descuido por el que ha estado en años o, más bien, décadas.

Sobre la vía, lo primero en apreciarse desde un vehículo, además de los puestos rudimentarios con ventas de bebidas y comidas para los mismos transportadores, son, a lo lejos, unas viviendas que casi “flotan” sobre el agua. Un pequeño número de casas, fáciles de contar, levantadas desde el mismo lecho de la ciénaga.

No obstante, esto es solo el inicio de la ciénaga. En estas individuales casas palafíticas (construidas en el agua sobre pilotes de madera), por lo menos tienen algo de fortuna quienes la habitan, debido a su cercanía a la “civilización”, a las grandes ciudades costeras y el cercano municipio de Ciénaga.

La fauna en la Ciénaga Grande de Santa Marta en todo su esplendor

Contrario a esto, lo que no se ve en la lejanía de esta gran extensión fluvial, kilómetros adentro, es un paisaje que, aunque no deja de ser dotado de hermosura, esconde en su belleza un poco de la apatía de todos.

El recorrido no es fácil. Fueron aproximadamente 2 horas de viaje, montados en una lancha a motor que se aborda en un muelle turístico ubicado entre Ciénaga y Puebloviejo. Lo que sí, luego de acostumbrarnos al ruido del motor y a una que otras gotas derivadas del choque del agua con la proa, fue aprovechar todo ese tiempo para ir viendo el hermoso paisaje que ofrece la ciénaga.

Tan solo a 20 minutos de camino, aguas arriba, una inmensa zona montañosa adornaba la ciénaga. Se aprecian a la distancia, algo escondidos, los picos de la Sierra Nevada. La variedad en fauna, por lo menos la que se ve, es única y te desvía la mirada de la montaña. Desde unos patos negros y bastante delgados y escandalosos, hasta una que otra ardea alba en todo su esplendor, más conocida como garza real, ondea sus alas acompañando la embarcación.

Los picos de la Sierra Nevada de Santa Marta se divisan a lo lejos

Cuando parecía que terminaba el recorrido, no fue así. Era una pequeña parada a orillas de la ciénaga, donde en un puñado de manglares, solo allí, se podía avistar en grupos a esos patos delgados y escandalosos. Estos cormorán neotropical son más conocidos como pato cuervo y, según los pobladores, poco tienen para su sustento debido a la escasa cantidad de su carne.

Patos cuervos en lo alto de un mangle.

Trojas de Cataca, un pueblo de seria mirada

Adentrándonos un poco más en la ciénaga, pasada la hora de navegación, tomando pequeños caminos donde solo la canoa pasaba y sorteando desde maleza y extrañas corrientes, el capitán, con palo en mano usado para maniobrar la embarcación en terrenos difíciles, va ingresando, poco a poco, a un pequeño pueblo palafítico, conocido como Trojas de Cataca.

Casas palafíticas de Trojas de Cataca

Al entrar, lo primero que se divisa es la separación entre las casas. Casi que ninguna está al lado de la otra. En algunas se ve algo de vida, en otras no.

En la primera casa habitada, sin bajarnos, nos recibe la esquiva mirada de un anciano que no se sorprende con nuestra visita. Nos mira de lejos, como ignorándonos, sin saber en ese momento que lo que resumía ese recibimiento era el resultado del poco aporte que, según dicen, le hacen las visitas al poblado. Por eso, ya ni les hace que lleguen por ahí.

Un adulto mayor lava elementos de cocina en el agua de la Ciénaga Grande

La población es bastante escasa en Trojas de Cataca. Hace casi una década se mantenía un gran número de familias, pero con el pasar de los años, la poca comida derivada de la pesca, lo difícil del acceso, los reflejos de la violencia recibida y la falta de proyectos de cooperación han ayudado a envolverlo en el olvido. Quedan solo unas 14 viviendas.

Más adelante, sin navegar mucho, el recorrido no es distinto. Las pocas casas que se ven, se aprecian casi en pie. Uno que otro animal adorna lo poco que queda de esas viviendas. Un pájaro algo viejo, un pelícano; ya de plumas blancas y caídas, cuida con celo un pequeño lote baldío.

Un pájaro yace sobre un terreno baldío

En otra casa, aunque parezca ilógico, se aprecia a lo lejos una que otra vaca, no más de dos. Preguntarse cómo pudo llegar a ese lugar ese bovino, lejos de tierra firme, no sería raro, lo que sí se puede saber es cuán importante es para el sustento de las familias.

Siguiendo más adelante, ya a la vista, se puede apreciar más pobladores. Nos reciben de manera más amena y sonriente. Son unos niños rodeados de un grupo de casas, contadas con los dedos de las manos.  Parece que al ver personas que no habitan en sus predios fuera la excusa perfecta para hacerse ver.

Unas niñas sonríen desde sus hogares

Tablas, plásticos de gran tamaño, icopor y baldes son su compañía. Lo que fuera que sea posible para mostrar sus habilidades y sumergirse como pequeños surfeantes, surcando las pocas olas que el agua les permite. La sonrisa en ellos está siempre. No saben lo que quizás sus padres hacen día a día para conseguir su sustento, pero sonríen.

Los niños muestran su alegría surfeando en las olas de la Ciénaga Grande

Todas las casas tienen el mismo común denominador: pobreza, falta de mano de los entes territoriales y ausencia total del Estado, pero más la falta de que los ciudadanos, que somos ajenos a esta ciénaga, nos demos cuenta de que también existen personas que habitan allí, con poco.

Ya saliendo de Trojas, alcanzamos a ver a una madre joven, de algunos 14 años y de bebé en brazos. En ella se reflejaba la mirada misma que nos recibió, de aquel viejo esquivo, como si siempre vieran a personas visitándolos, pero que, así como llegan, se marchan y no vuelven.

Una madre joven, con su bebé en brazos

Un colorido pueblo llamado Buenavista

Acompañados, todavía,  de delgados patos y garzas a lado y lado como escoltas en estas aguas llenas de vida, empezamos a encontrar pescadores y pescadores,  montados sobre sus balsas, renuentes a tirar sus redes, como sabiendo que era lo que queríamos para poder capturarlos en una imagen. Detrás de ellos un nuevo pueblo esperaba. Buenavista.

Sobre las mismas aguas de la Ciénaga Grande de Santa Marta, al igual que el pueblo de Trojas de Cataca, existe otra localidad palafítica que sobresale por su gente amable y soñadora: Buenavista, una maravillosa comunidad dotada de mucha cultura, pero sobretodo de ganas de salir adelante.

Un pescador en su faena diaria.

Entrar a Buenavista es muy similar a hacerlo en otro pueblo hermano conocido como Nueva Venecia. A lo lejos se ven solo unas cinco casas, pero a medida que la embarcación va ingresando de manera sorprendente esta se va extendiendo y mostrando su magnitud. Las cinco casas ahora eran una infinidad de viviendas, todas con llamativos colores y arquitecturas.

Casas palafíticas del pueblo de Buenavista

Las viviendas, también palafíticas, se ven bastante bonitas, con lo necesario, muy bien diseñada,  de todos los colores, algunas pintadas con murales y diseños mismos de la comunidad. Lo que sí, es que ninguna se parece a la otra.

Su gente, es muy amena y alegre. En una casa, color verde biche, tres señora pasan la mañana jugando dominó; mientras a una de ellas, bajo sus pies, un gran perro Pitbull la cuida con celo. Las acompaña el sonido de "El amigo", un picó, nada pequeño, que suena al son de un tal "Cacique de la Junta". 

La música y la alegría van de la mano en Buenavista

Ya ingresando por una de sus vías internas, contrario a Trojas de Cataca y exceptuando sus niños, vemos una que otra mano levantada, moviéndose de un lado a otro, saludándonos, recibiéndonos. No eran todos, pero al menos ya éramos recibidos.

Los niños acá no se lanzan sobre el agua, no surfean surcando las aguas de la ciénaga. Casi ni se ven. Ellos, contrario al recorrido en el pueblo anterior, se les ve como en una adultez precoz. Están más encaminados a seguir los pasos desde ya de sus familiares, pero siendo muy jóvenes.

Los pescadores llegan a casa

Los pocos que se ven, ya están en canoas como cualquier adulto experto en el tema, sin nadie detrás de ellos, con el ojo abierto pendiente a cualquier travesura como un padre citadino.

Un niño en un bote

Algunos, asomados en la ventana, divisan a lo lejos a estas dos embarcaciones llenas de cuanto trípode, flashes, celulares y cámaras, apuntando hacia ellos como si fueran cualquier bicho raro.

La Ciénaga Grande de Santa Marta es un lugar mágico, de eso no hay la menor duda. Su innumerable cantidad de fauna silvestres que la recorren, la variedad en su flora y su vasto paisaje así lo demuestran.

Su hermosa gente, llena de un extensa cultura y ganas de seguir saliendo adelante, piden a gritos que los ojos de todos no se cierren ante ellos, que los entes territoriales y estatales continúen sus programas de gobierno sin hacerlos a un lado; y que quienes los visiten no sólo lo hagan por el placer turístico, sino que "rieguen la bola" y compartan sus experiencias para que así, la ciénaga en general, Buenavista, Trojas de Cataca y los demás pueblos palafitos de la zona, renazcan más cada día de sus aguas y no sigan quedando en el olvido.

El colorido de las casas de Buenavista.

El recorrido por la Ciénaga Grande de Santa Marta fue posible por la iniciativa de la organización Unidos por los Bosques, liderada por la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS) y la Embajada de Noruega, la cual contó con el apoyo de sus similares de Reino Unido y la Unión Europea, al igual que Andes Amazon Fund y Rewild.

Con ellos se llevó a cabo el taller de fotografía ambiental para fortalecer el fotoperiodismo de medio ambiente en todo el territorio colombiano.

Más sobre este tema: