En muchas regiones del mundo se ha recurrido a las fosas comunes para sepultar a las víctimas.
En muchas regiones del mundo se ha recurrido a las fosas comunes para sepultar a las víctimas.
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Más de tres millones de personas se han ido sin el último adiós en el mundo

A los familiares de los colegas periodistas, de los amigos, y de las demás víctimas del Covid-19.

Por: Alfonso Ricaurte Miranda

Sólo sabemos en su cruda magnitud, cuán profundo y doloroso es el vacío que deja la muerte, cuando el destino en su inapelable designio sentencia la vida de un ser querido.

Por eso, hablar de la muerte cuando nos toca de cerca siempre entristecerá el alma, pese al esfuerzo de los poetas para aliviar con su don literario, la pesadumbre por esa ausencia eterna y el de los científicos y filósofos para convencernos, que veamos a la muerte con la naturalidad de un hecho inherente al ciclo de la vida.

Tengo la certeza de que todos en el fondo de nuestro ser tenemos, afortunadamente, la disposición para aceptar, unos con más fortaleza que otros, esa inevitable conclusión del ciclo de la existencia.  

Incluso me atrevo a asegurar que existe en muchos de nosotros, una mayor disposición a la aceptación de ese hecho, en aquellos casos en los que sea evidente que la muerte, es un alivio ante otras alternativas que no garanticen que la vida volverá a florecer. 

Pero aclaro que esa aceptación de la pérdida, no blinda ni un ápice del dolor que causará la ausencia de ese ser querido, porque pese a los años que transcurran, lo lloraremos cuando afloren sus recuerdos.

El Covid-19 se convirtió en una verdadera tragedia mundial.

La muerte de un ser querido en cualquier condición es inevitablemente dolorosa, pero lo es con más intensidad, cuando ésta llega en un momento en el que el destino se confabula con la fatalidad y las circunstancias te impiden dar rienda suelta al primer impulso de correr a su lado, abrazarte a él y darle el último adiós.

Cuando la pérdida de un ser querido ocurre así, la impotencia te derrumba, se ahonda aún más la pena, y al vacío que comienza a crecer desde ese momento en tu interior, se sumará el desconsuelo perpetuo por no haberte despedido.

Este es el efecto más lacerante que causa la actual pandemia de Coronavirus que estamos sufriendo, porque ha impedido, por mandato sanitario, que familiares y amigos puedan despedir con el ritual que hace parte de sus creencias o con un último abrazo, a más de 3 millones 170 mil personas que han muerto en el mundo, hasta hoy 01 de mayo del 2021, que actualizo esta estadística para publicar en Zona Cero, como homenaje a todos ellos, en especial los colegas periodistas y en especial aquellos con quienes compartimos jornadas para informar sobre una noticia y hoy han sido ellos los protagonistas de la más dolorosa situación. 

Muchas personas han tenido que aceptar ver en sus últimos momentos a su madre, padre, esposo, esposa, hijos, hermanas, hermanos o familiar directo a través de pantallas de dispositivos móviles, ante la imposibilidad del contacto directo por el contagio.

Es en este instante donde sientes que te ahoga la impotencia de no poder estar allí, en ese único momento en que la irracionalidad del dolor nos permite consolarnos con la divina creencia de que su alma aún no se ha alejado lo suficiente y podrá escucharnos decir, que nuestro amor la acompañará por siempre en el camino que emprende hacia la ausencia eterna.

El mandato sanitario se impone a las razones del corazón y las creencias, por lo que los demás familiares no directos y amigos sólo pueden despedirse del cuerpo, viendo el paso de la carroza fúnebre rumbo al cementerio, en aquellos casos en los que no han escogido la incineración.

Periodistas fallecidos en Barranquilla por Covid-19.

Algunos familiares se resisten a sepultar a su ser querido sin que tenga su ritual de despedida, convencidos por sus creencias religiosas o culturales, que sólo entonces es cuando su alma podrá abandonar el cuerpo y descansar verdaderamente en paz.

Aquí en España, desde donde escribo esta nota, son pocas las regiones donde se ha permitido que los féretros se conserven en los tanatorios, con la esperanza de que la epidemia conceda una tregua y se autoricen las ceremonias de despedida colectivas. 

Pero en la India el número de muertes que se registra en los últimos días es tan elevado, que ha desbordado las morgues de los hospitales y los tanatorios y han dejado sin capacidad a los crematorios, lo que ha obligado a familiares a quemar ellos mismos el cuerpo de sus seres queridos en extensos solares.

Igual situación se registró a principios de esta pandemia en Estados Unidos en ciudades como Nueva York, donde las imágenes de entierros en enormes y extensas fosas comunes fueron desgarradoras.

Me consuelo refugiándome en mi convencimiento de que existe una justicia poética que hará que un día, esos seres queridos que nos ha arrancado la pandemia regresen, aunque sea por un instante para fundirnos en el abrazo de despedida que no pudimos darle, aunque después, cuando la magia poética se rompa, tengan que partir nuevamente al paraíso desde donde han regresado.

Mientras tanto, seguiremos alimentando nuestra fortaleza en los recuerdos de los momentos que vivimos con ellos, para resistir la dolorosa realidad de que la muerte es para siempre.

 

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