Un ciudadano se acerca a un altar montado a las puertas de la mezquita Al Noor en Christchurch (Nueva Zelanda).
Un ciudadano se acerca a un altar montado a las puertas de la mezquita Al Noor en Christchurch (Nueva Zelanda).
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EFE

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La historia no hace daño

Análisis de lo ocurrido en Nueva Zelanda.

Es común y hasta muy natural creer que la Historia, a diferencia de otras áreas del conocimiento, como por ejemplo la Física Nuclear, no le hace daño a nadie. Lamentablemente, y con el amor que tengo por esta disciplina, los sucesos que nos han impactado y sensibilizando en el último tiempo por su brutalidad (Torres Gemelas, Estación de Atocha, la famosa revista Parisina Charlie Hebdo, el caso de Londres, Barcelona y últimamente en Nueva Zelanda, así como el surgimiento de movimientos de supremacía blanca en Estados Unidos y algunos países Occidentales europeos y extraeuropeos) demuestran, con un  espíritu crítico e inquieto, que la Historia si puede hacer daño y que existe la posibilidad de que el resultado de la labor del historiador se conviertan en fábricas clandestinas de deleznables atentados. Esto demuestra que el estudio y la investigación histórica tiene una responsabilidad en función de los hechos históricos y es responsabilidad del historiador y de los profesores de historia de criticar todo abuso que se haga de la Historia desde una perspectiva política-ideológica.

La realidad del mundo actual nos demuestra, en gran medida, que muchas personas viven en países descontentos con su pasado, probablemente desilusionados de su presente y llenos de incertidumbre y dudas con respecto a su futuro. Todo esto configura una situación de peligro, ya que, producto de nuestra naturaleza, las personas no tardarán en buscar a alguien a quien echar la culpa de sus decepciones, fracasos e inseguridades. En este escenario no es arriesgado asegurar que las ideologías y movimientos que tienen más posibilidades de sacar partido de este clima emocional, no son aquellos que tienen una visión restauradora y positiva del devenir de la humanidad, sino que los inspirados en una intolerancia, exclusión, racismo y nacionalismo xenófobo. Como siempre, lo más fácil es culpar a los extranjeros, al que profesa otra religión o el que pertenece a otra raza.

Si bien es cierto que son contadas las ideologías de la intolerancia que han construidos mitos sobre la base de mentiras o invenciones de las que no existe la menor prueba, no es menos cierto que en el ambiente emocional actual, el mito y la invención son fundamentales para la llamada política de la identidad  y que llevan a numerosos colectivos a definirse a sí mismos de acuerdo a su origen étnico, su religión o a las fronteras pasadas o presentes e incluso con reivindicación de futuro. Lo más lamentable es que las personas que crean dichos mitos son, por lo general, personas cultas, con estudios universitarios, personas con opinión que aparecen en la prensa, con acceso a medios de comunicación, muchos de ellos maestros, profesores, párrocos, periodistas, políticos. Por lo mismo la Historia es, en definitiva, lo que la gente aprendió de los profesores, de los curas, de los autores de libros, de las ediciones de revistas especializadas y generales e incluso de los reportajes y de los programas de televisión. Es por esto que es muy importante que todos los que enseñamos, a los que nos gusta, a los que investigan, los que reseñan y los que publican Historia tenemos una responsabilidad y que consiste,  ante todo,  en tratar de no verse involucrado en las pasiones de la política de la identidad, incluso aún si las comparten.

Juan Carlos Cura Amar
Magister en Humanidades y Artes.
Jefe Departamento de Ciencias Sociales
The International School La Serena.
​Académico Universidad de La Serena.

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