Javier Cotes Laurens: El juez ‘sin rostro’ que fue descubierto y asesinado en Santa Marta
A 20 años de su partida, se recuerda al reconocido abogado que nació en las entrañas de Pescaíto.
En pleno inicio de la década de los 90, una violencia desbordante permeaba cada rincón de Colombia. Era un riesgo ser colombiano, más aún, ser un ciudadano comprometido con la ley y la justicia.
Ese era Javier Alfredo Cotes Laurens, un abogado samario hecho a pulso y nacido en las entrañas de la icónica Pescaíto, que luego de una vida de sacrificios obtuvo el título en Derecho en la Universidad Libre de Barranquilla.
De ser conocido cariñosamente como ‘El Ñato’ por sus amigos del barrio, pasó a convertirse en un respetado Juez de Orden Público en Bogotá, o también conocido en la época como un ‘juez sin rostro’, nombre que se les daba a los jueces que se veían obligados a resguardar su identidad para no exponer su vida, ante la posibilidad de que algún capo del narcotráfico quisiera venganza por una sentencia condenatoria fallada por el jurista.
Sin embargo, cuando esta reserva se ‘rompió’, y los nombres de estos valientes jueces empezaron a filtrarse, significó la condena de muerte para Cotes Laurens.
El 3 de diciembre de 2001, alrededor de las 6:30 am, hasta su casa en el barrio Santa Helena en Santa Marta, llegó su mecánico con la excusa de ir a buscar unos repuestos.
Inocente, Javier Alfredo salió a recibirlo. No se esperaba que su hombre de confianza estaba secundado por cuatro enviados de la muerte, que acabaron instantáneamente con su vida.
La Rama Judicial en Santa Marta lamentó la pérdida de uno de sus jueces más destacados. Pero más allá, y con un dolor más profundo, quedaba una viuda y tres hijos menores de edad que lloraban la pérdida de su padre.
Javier Alfredo Cotes tenía 45 años en el momento en el que fue asesinado. De sus tres hijos, todos varones, el mayor de ellos tenía apenas tenía 16 años cuando sufrió la muerte de su papá.
Con el pasar del tiempo, han sido ellos quienes han buscado perpetuar la memoria de un hombre probo y de ley. El padre que los llevaba cada Navidad a repartir regalos a los barrios marginales de la ciudad y, al mismo, al que de vez en cuando, también le piden que desde el plano en que se encuentre, los ayude a fallar en ley, pues hoy sus tres hijos también son abogados.
“Ahora puedo comprender que aquel genuino soñador jamás dejó de creer que se podía construir un país mejor, una patria desapoderada de los mismos tres mafiosos de siempre. Sobre esa idea, nos decía que solo se podría alcanzar desde la prestación de un servicio público honesto y desde la templanza que moldea al ciudadano de a pie, luego de haber estudiado” recuerda en una carta su hijo mayor, Fabián Cotes.
Un jurista, un padre, un esposo al que su vida le fue segada, pero cuyo legado se mantiene en la memoria colectiva de aquellos que procuran defender la vida y proteger la Ley.