Barranquilla en sus inicios
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Aproximación crítica al mito galapero I

A propósito del relato conocido como “El mito de las vacas galaperas”.

Por Moisés Pineda Salazar

El decir popular según el cual “Barranquilla fue fundada en 1629 por unos campesinos galaperos que llegaron siguiendo a sus ganados que habían huido sedientos desde aquella población en donde padecían de un intenso verano” y la respuesta de quienes les contradicen afirmando que “Barranquilla no fue fundada, sino que se desarrolló a partir de unos flujos de población alrededor la Hacienda de San Nicolás de Tolentino que era propiedad del encomendero de Galapa”, son  unos relatos, cuyo propósito es contar la verdad, o las verdades, de una manera comprehensiva, a la vez que totalizante y compleja.

Son narraciones en las que los recursos de la literatura y los de las comunicaciones se articulan para explicar a sus destinatarios lo que de otra manera demandaría condiciones a las que son ajenas la mayoría de aquellos a quienes se les quiere informar, convencer o aglutinar alrededor de una creencia compartida.

¿Cómo resolver los problemas en la transmisión de las ideas y del conocimiento que van desde el no saber leer y escribir, hasta el de no poseer conocimientos complejos sin los cuales es imposible comprender los hechos?

¿Qué hacer cuando la disponibilidad de tiempo es limitada hasta para entender lo que se narra a través de un medio audiovisual?

¿Cómo hallar materiales pertinentes, desarrollar conceptos, obtener y ordenar evidencias, establecer relaciones que permitan responder y dar explicaciones a las preguntas y problemas generadores?

¿Cómo popularizar el conocimiento científico?

Los materiales simbólicos como el del Mito de las Vacas Galaperas, intencionalmente o no, buscan dar respuesta a estas demandas que, de otra manera, solo podrían atenderse con medios y métodos que demandarían días y semanas, cuando no, meses y años de formación, dedicación y lecturas.

En el relato popularmente conocido como “El Mito de las vacas galaperas”, publicado en los años de 1870’s se reconocen imaginarios de las elites de la época que se “popularizaron” a finales del Siglo XIX e inicios del XX.

Su pretensión no es la de servir como texto científico, aunque el relato, documento o material simbólico, sea portador de verdades incontrovertibles desde el punto de vista de la ciencia, toda vez que existen unos hechos que los sustentan o porque el problema y la pregunta generadora plantean una necesidad de respuestas y de explicaciones que deben ser satisfechas.

En ese punto, en el de “la necesidad que debe ser satisfecha”, es donde aparecen posibilidades para que, a dicho material, de manera forzada, “se le adhieran” otros hechos y eventos; o para que, estableciendo nexos, relaciones y manipulaciones en las condiciones de modo, tiempo y lugar, el relato sea portador de contenidos que satisfagan intereses propios de las elites minoritarias que se dan a la tarea de tomarlo y modelarlo con el propósito de promoverlo como verdad. De esa manera, legitiman su propósito de imponerle a las mayorías sus propias visiones del mundo, su ética y su estética. En consecuencia, el Mito, el material simbólico prevalecerá hasta cuando, lo que con él se explicaba, empiece a carecer de arraigo y sentido, en todo o en parte, para las nuevas elites que emergen, se empoderan y adquieren preponderancia en cada etapa del desarrollo de la Ciudad,

Veamos ese relato original:

Versión del Señor Don Domingo Malabeth- (Publicada en 1872)

Allá por los años de 1620, los pobladores del vecino pueblo de Galapa, que se ocupaban con buen éxito de la agricultura y en la cría de toda clase de ganados, porque aquellos terrenos estaban cubiertos de pastos naturales, y tenían abundancia de aguas, comenzaron a notar que estas disminuían gradualmente, año tras años hasta que los vecinos tuvieron que adoptar el único recurso que les quedaba para conservar sus ganados, que era pasarlos a la ribera del Magdalena en la estación veraniega. Así lo hicieron durante algunos años; pero llegó una época en la que la falta de lluvia fue tal en esta esta estación que puede afirmarse que la escasez de aguas en la época respectiva y todas las aguadas conocidas, todas las charcas que retenían aguas durante el invierno y gran parte del verano, se secaron casi súbitamente.  Y cuando menos lo temían, los ganados después  de haber consumido la última gota de agua existente se salieron de los montes y entraron en el sitio sedientos, agotaron el resto de agua que encontraron en las antiguas charcas, entraron en los patios y agotaron lo que encontraron en las casas, recorrieron el pueblo de un extremo al otro y bramando se volvieron hacia los montes.

Al día siguiente todo el ganado escotero que pastaba en aquellos terrenos en completa soltura había desaparecido se habían desbandado, tomando diferentes rumbos, en vía al Magdalena, en cuyas orillas acostumbraba pasar el verano. Todavía no había caminos, había solo trochas amontadas por el desuso, o por el abandono; pero el ganado, apurado por la sed, guiado por su propio instinto, trazó líneas rectas que acortaron las distancias, atravesó los montes y llegó al Magdalena en pocas horas anticipándose a la época respectiva.

Cada grupo ocupó la parte que le plugo y allí permaneció hasta que los dueños o los pastores, siguiendo sus pasos, fueron llegando tras ellos. La mayor parte del ganado que salió de los montes de Galapa tomó rumbo hacia el norte, trasmontó la Sierra y llegó hasta el lugar llamado entonces las “Sabanitas de Camacho”. Aquel fue el lugar escogido instintivamente por el ganado, y llegó a ser el punto común de estancia de todos los ganaderos, los que obligados a pasar allí aquel prolongado verano, tuvieron que construir algunas habitaciones. Así comenzó la existencia del lugar llamado Camacho.

Los alrededores de Camacho tenían abundancia de pastos naturales, los anegadizos situados hacia el norte estaban constantemente cubiertos de toda clase de plantas acuáticas fijas y plantas flotantes arrastradas por las aguas del río en sus grandes crecientes.

Todas estas favorables condiciones invitaban a los agricultores y ganaderos a permanecer en aquel terreno. Tan luego cambiaron las cosas, algunos se volvieron a Galapa con sus ganados, los otros se quedaron y aprovecharon lo que aquellos abandonaron.

Al Norte de las bocas del Magdalena estaban situadas las islas llamadas Portobelillo, Isla Verde, Mallorquin y otras de poca significación; este grupo de islas formaban una barrera o tajamar que separaba las aguas del mar de las del rio. La ribera occidental de éste al avanzar hacia el norte había formado unos playones que después llevaron los nombres de Villalón, San Nicolás etc. Estos playones bañados casi siempre por las aguas dulces del río, y abonados en grande escala por las crecientes periódicas, se habían llenado de abundantísimos pastos naturales, que por su extensión y calidad parecían inagotables.

El ganado que quedó en Camacho continuó pasando los veranos e inviernos en sus alrededores y poco a poco fue descendiendo a los playones donde prosperaba rápidamente; y debido a esto comenzaron a construirse algunas chozas en el lugar llamado hoy La Playa, en ambos lados de Arroyo Grand, que en aquellos tiempos vertía sus aguas en aquel punto. Así seguían los habitantes de Camacho y La Playa disfrutando de todas las buenas condiciones de aquellos terrenos; pero andando el tiempo pero andando el tiempo llegó un día que en el curso de un horroroso temporal sobrevino un fuerte mar de leva, y grandes masas de agua lanzadas del mar hacia la tierra, pasando sobre las islas, llegaron a los playones, los anegó y anegó también una grande extensión del terreno siguiente, dejando en él al retirarse en lugar de los pastos que existían un desierto de arenillas.

Aquello fue un desastre, más aún, una catástrofe: el agua salada y la arenilla, habían matado todo principio de vegetación. Jamás han vuelto a adquirir aquellos terrenos su importancia primitiva.

Desde entonces comenzó el movimiento de traslación de hombres y cosas, por la margen occidental del Magdalena, que se detuvo en el terreno que ocupaba esta población.

Como digimos (sic) antes, punto común o cuartel era Camacho y allí se refugiaron los que desanimados se retiraron de La Playa y de otros caseríos. Esta retirada produjo a Camacho un aumento de población y con ella surgió el conato de la fundación de un pueblo de carácter duradero. Aquel terreno tenía todas las condiciones necesarias para la fundación de una ciudad; comenzaba el pueblo en la misma barranca del río, éste tenía en aquella parte aguas profundas para el anclaje de embarcaciones mayores de gran calado, espacio suficiente en la ribera para fondear un gran número de embarcaciones de toda cala. Situada cerca de las bocas del río, habría sido desde entonces una población muy importante para los gobernantes españoles y después, en la época respectiva, el punto de partida del tren mercante en la navegación del Magdalena, y acaso más tarde, hechas los obras necesarias, el fondeadero de los buques que ahora visitan con tanta frecuencia las aguas de Puerto Colombia.

Una ciudad construida allí ocuparía un señalado puesto, sin perjuicio de cualquier otra haberse formado después en otra parte. Pero algunas de las buenas condiciones que la favorecían, particularmente su proximidad al mar, y su posición tan cerca de las barrancas fueron las causas que motivaron el abandono de tal idea. Estaban aún palpitantes los ingratos recuerdos de las repetidas invasiones de piratas que habían saqueado y ensangrentado a Cartagena. Todavía subsisten en Camacho muchas de sus buenas condiciones para asiento de una ciudad futura.

La pequeña población aumentaba gradualmente su número de habitantes, casi sin esfuerzos, y dos o tres de los vecinos más adelantados trataron de imprimir cierta formalidad en el uso del terreno; dispusieron que los ganados se condujeran hacia el norte, y que las sementeras se establecieran hacia el sur, para evitar conflictos entre ganaderos y agricultores.

Los ganaderos poco tenían que hacer, bastaba pastorear el ganado, conduciéndolos a los puntos más convenientes. Los agricultores continuaron algunos hacia el poniente, otros subieron a la margen occidental del río, cuyos terrenos fueron gradualmente ocupándose con sementeras de todas clases.

Cada establecimiento de aquellos llegó a ser un núcleo y agrupación de individuos más o menos numeroso, según la importancia o cuantía de los cultivos. Así surgieron, entre otros ya olvidados los caseríos llamados Siape, La Concepción y Veranillo. Estos cultivos produjeron abundantes cosechas de toda clase de granos, etc.  De allí continuó el movimiento por toda la vera del caño que era por entonces muy ancho y que al principio llamaron Veranillo y más tarde de “La Tablaza”; toda la ribera occidental del caño fue sucesivamente ocupada con plantaciones de todo género, hasta la parte norte de esta población, donde cesó ese movimiento de trashumancia.

Los primeros ocupantes del terreno al recorrer la orilla de la Ciénaga encontraron en dos o tres puntos algunas barrancas de poca altura, y en virtud de esto, primero de modo festivo y después con seriedad, lo llamaron “Sitio de las Barrancas de San Nicolás” cuyo nombre llevó por mucho tiempo según consta por documentos posteriores que hemos consultado.

La Ciénaga, que hoy es solo un caño, era en aquellos tiempos grandísima, era una especie de lago que tenía un gran caudal de aguas profundas. Había sido primero una parte del mar, como lo prueban los vestigios que existen todavía en todo el terreno; fue después parte del río, antes de que existiera el terreno llamado La Loma y, cuando ésta completó su formación, quedó siendo un brazo del mismo río, que recibía sus aguas allá cerca de Ponedera para arrojarlas otra vez al río por la Boca del Caño de La Tablaza.

A la llegada de los primeros pobladores la ciénaga estaba cubierta de toda clase de hierbas acuáticas. El brazuelo movía con su poderosa corriente, e introducía en ella constantemente, grandes cantidades de plantas flotantes, que se acumulaban y servían también, como las otras, para alimento del ganado. También abrigaba en su seno la referida ciénaga grande abundancia de peces de todas clases, desde los más diminutos hasta los más corpulentos, y poblaban sus orillas grandes bandadas de aves acuáticas de variados y vistosos plumajes.

Por consiguiente, esta ciénaga tan favorecida por la naturaleza, que podía ofrecer al hombre toda clase de peces y toda clase de aves como alimento sano y abundante, que no costaba más que el fácil trabajo de cogerlo, y al ganado pasto seguro, sano permanente, siempre fresco, siempre verde en variedad infinita, renovado constantemente por la abundancia de semillas y la feracidad del terreno, o por la marcha obligada, incesante de las aguas corrientes del brazuelo; fue sin duda un poderoso atractivo para decidir a los que podían aprovechar tan ventajosas condiciones a establecer su residencia definitiva en este terreno que les ofrecía tanta comodidad inmediata, tanta prosperidad futura. Agréguese a todo esto que de los montes vecinos, segados por muchos siglos por lluvias torrentosas, habían acumulado a sus pies, sobre el terreno, capas sucesivas de despojos vegetales que encerraban en su seno una gran suma de principios fecundantes que prometían a su tiempo copiosas cosechas de cereales etc.

Los caños que comunican la ciénaga con el río, eran en sí una halagadora promesa, eran anuncio también de que iniciada la comunicación con Santa Marta y con los demás pueblos ribereños ya establecidos o que llegaren a establecerse y desarrollada la agricultura, la cría de toda clase de ganados, acometida la navegación del río y fundadas otras industrias necesarias, pronto se realizarían cambios recíprocos que servirían de base al desarrollo industrial de sus habitantes. (…)

 (Vergara, José Ramón y Baena, Fernando E. “Barranquilla su pasado y su presente”. Taller tipográfico del Banco Dugand. Barranquilla. 1922. Tomo I. Págs. 69- 74.)

(Continuará)

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