Abel González Chávez
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Amando a Abel González Chávez

No es posible que guardemos silencio frente a las ofensas que le espetó a Gladys Ortega –y por extensión a todas las mujeres- mientras su compañero Pepe Sánchez le dedicaba una ovación cerrada.

Marta Milena Barrios

Aborrece el pecado pero ama al pecador. Este dogma espiritual siempre me ha parecido profundo y sabio. Si somos consecuentes con el, los cientos de personas que nos hemos manifestado en las redes sociales en contra del machismo recalcitrante que exhibió esta semana Abel González, podemos ¡y debemos! expresar frente a la opinión pública la ira que nos produjo que se dedicara en su programa Satélite a decirle a las mujeres qué hacer con su cuerpo. Entre otras cosas, porque el principio macabro que sustenta el accionar de los violadores es, precisamente, que las mujeres no tienen poder de decisión sobre su cuerpo. No es posible que guardemos silencio frente a las ofensas que le espetó a Gladys Ortega –y por extensión a todas las mujeres- mientras  su compañero Pepe Sánchez le dedicaba una ovación cerrada.

Sin embargo, amar a Abel es otra cosa. Para hacerlo, necesitamos entender por qué una sociedad como la barranquillera parece transitar en contravía del espíritu de los tiempos actuales. El que González y su escudero continúen al frente de un programa radial, vociferando improperios a los cuatro vientos –contra las mujeres y contra quien se les ocurra- es un síntoma de que algo entre nosotros anda muy mal. Es decir, que para amar a Abel nos toca comprender que él solo es la representación de un fenómeno enquistado en el ethos cultural costeño, sobre el cual los hombres y mujeres de esta ciudad tenemos responsabilidad. El machismo y el Marianismo siguen permeando todas las capas sociales, basados en el ideal de familia de la iglesia católica: un padre invisible y crítico y una madre amorosa que debe atender y entender al hombre hasta el último de sus días, como si fuera un niño. Según el Marianismo, el referente ideal para la mujer es la Virgen María, sacrificada por su familia, centrada en su maternidad, incluso hasta el punto de olvidarse de ella misma. Entonces, si tomamos esos principios como valores colectivos, Abel González, tendría que ser alabado, no censurado. Lo que pasa es que, por fortuna, el mundo cambió y las mujeres han asumido otros roles.

Por otra parte, hay que reflexionar sobre el papel de los medios de comunicación de Barranquilla en este escenario. La revista Time acaba de nombrar como Personaje del Año a las mujeres que rompieron el silencio denunciando la violencia en su contra, a quienes se resistieron a que este siguiera siendo un problema sin nombre. Los  hashtag #MeToo, #YoTambien entre otros, han contado con una aplastante solidaridad global que ha permitido que más mujeres se atrevan a contar sus historias de acoso y abuso.

En ese sentido, hay que preguntarse por qué algunos medios de comunicación y otras instituciones parecen seguir dándole la espalda a estas nuevas sensibilidades, normalizando pecados colectivos que se deben aborrecer como la violencia contra la mujer, la infidelidad y la inequidad en la participación femenina en lo público. Esto, en lugar de contribuir de forma decisiva a la construcción de nuevas relaciones más equilibradas y justas entre los géneros, en un país en donde el 39% de las mujeres reportaron haber sido violentadas por sus parejas. Se necesita que Abel González, que es padre de 5 hijas, Pepe Sánchez y todos aquellos que tienen el poder de hablarles a miles de mentes en forma simultánea como dijo Pulitzer, ejerzan un liderazgo constructivo que ayude a cimentar de una vez por todas en nuestra ciudad valores como el amor y el respeto por el otro.
 















 

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