Los pescadores del Atlántico dominaron el arte de pescar con cometa.
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Hansel Vásquez

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Una tradición que remonta el cielo hace 51 años: la pesca con cometa en Atlántico

Desde hace más de cinco décadas los pescadores de la región utilizan este método, ahora hecho deporte.

Una tradición, una costumbre sin par en el mundo, una muestra única de ingenio, que permite tanto el sustento de la vida diaria como la actividad deportiva. Esa es la que mantienen viva los pescadores del municipio de Baranoa: la pesca con cometa, una actividad que solo se ve en las latitudes del Atlántico y que toma un impulso de cara a la eternización.

En el año 1200 antes del nacimiento de Cristo, los habitantes de la antigua China, más puntualmente aquellos que vivían bajo el dominio del imperio de la Dinastía Shang, inventaron un sencillo artilugio volador que era sostenido por la fuerza del viento mismo: la cometa.

Su utilización era militar, como punto de señalización o como instrumento de comunicación entre grandes distancias para los ejércitos del Emperador.

De allí migró por los cuatro puntos cardinales, de la mano de sus inventores alcanzando gran popularidad en el ‘Nuevo Mundo’, en especial en el área de Centroamérica y del Caribe.

Allí, a las orillas del Atlántico colombiano, justo donde el Río Magdalena va a desahogar sus penas acumuladas por una larga travesía en el abrazo color ceniza del Mar Caribe, un grupo de pescadores decidió, como solo se puede en Macondo, pescar con las cometas.

“Esto es un invento que nació en los tajamares de Boca de Ceniza. Por allá en el año de 1964”, explicó don Jairo Ortega Gómez, de 65 años, de los cuales ha dedicado más de 30 a esta actividad.

Nace a raíz de que los que pescaban allá en esa época lo hacían con un pedazo de madera al que le ponían una ‘velita’, a eso le agregaban unos pedazos de nailon con unos anzuelos y se cogían pescados. Pero, lo más que podían hacer era tirarlos del lado del Río y este lo sacaba hacía el mar. Ellos tenían que atravesar la corriente y recoger para volver a iniciar el periplo”, añadió Ortega Gómez, presidente de la Asociación de Pescadores Artesanales de Baranoa.

“Usted sabe que acá en la Costa siempre hemos volado cometa. Y a personas naturales de Baranoa se les ocurrió que si podíamos ponerles anzuelos con la suficiente carnada, podríamos intentar hacer la pesca con la cometa”, justificó.

Desde ese momento, la enseñanza ha sido transmitida a cada nueva generación que llega, pasando el testimonio de este estilo de pesca.

Sitio privilegiado

Pero, el por qué de este tipo de pesca solo se da en Atlántico tiene su secreto, según don Jairo. “Hay sitios en el departamento, como la playa de Punta Piedra, el Tajamar Oriental y Puerto Velero, donde la brisa entra hacía el agua. En el resto, la brisa va a soplar hacía tierra".

Con el tiempo, de acuerdo a la brisa, los ‘cometeros’, como les llaman a los encargados de fabricar los artilugios, fueron adaptando sus diseños.

Si la brisa es muy fuerte hay que hacer la cometa más pequeña, de una o dos cuartas. De otro lado, la cola puede ser de 14, 15 o 18 brazas de largo dependiendo de la fuerza de la brisa”, manifestó Alfonso Pérez, el fabricante predilecto de las cometas que utilizan sus compañeros para la pesca.  

Alfonso inicia por escoger las cañas de bambú con las cuales armará las varillas del esqueleto. Con un cuchillo realiza cortes ceremoniosos a las barras madera, de tal manera que queden parejas “bien cuadradas” y así le den estabilidad, de lo contrario “salen vueltionas”, comentó, pues aprendió desde “pelaito” esta virtud.

Una vez listo el armazón, toma pegante, una bolsa plástica y arma la cometa, la cual está lista para tentar con su bamboleo al robalo, chivo, burel, pargo, sábalo, sierra, raya y hasta tiburón.

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Baile en la arena y en la brisa

Una vez construida la cometa, empieza la faena. Tan pronto los vientos soplan en la dirección adecuada, siempre mar adentro, liberan el artefacto contra la brisa costera.

Los primeros instantes recuerdan la rebeldía del hombre luchando contra la naturaleza. Queriendo encausar lo inerte en una fuerza que no es suya. Pero que está determinado a controlar.

Más allá de eso, podría decirse que es una de las tantas metáforas de la vida: los pasos y movimientos del hombre sobre la arena caliente se sincronizan con los tirones de la cometa que se mueve coqueta al ritmo de la orquesta de vientos. Es un baile armonizado, que con el sacudir de la brisa va llamando la atención de los peces.

Una vez seducidos, pican. Allí viene la batalla, donde la fuerza natural del viento hace el trabajo del sesudo pescador, que recurre a una habilidad desarrollada desde la infancia para dejar en pocos tirones la presa en la orilla.

La escena es tan llamativa, que hasta los más ‘viejos lobos de mar’ no dudan de apreciar su valor como tradición y como práctica deportiva. “Come dijo el señor Javier Vuldes, de la Marina de Puerto Velero, que es un viejo y conocido navegante con mucha experiencia, ‘es de las cosas que más me han asombrado en la vida. Ver como esos pescadores artesanales van con una cometa por su sustento diario es fascinante’. Lo que queremos es que los turistas vayan a ver y a apoyar  a estos pescadores”, aseguró el capitán Alfredo Del Gordo, director de la Escuela de Suboficiales ARC ‘Barranquilla’.

La casa de las cometas

La playa de Punta de Piedra, que toma ese nombre del cerro que alza sobre la costa, es un escondrijo natural ubicado en Juan de Costa. En el norte del departamento del Atlántico. Se abre ante la vista de los visitantes luego de un destapado de arena negra de mangle, donde los cangrejos hacen sus hogares a cada vera del camino. 

Una vez en la orilla, se puede apreciar lo azul de su mar que refleja un cielo resplandeciente,  acariciado por un viento fresco que empuja hacía el agua. Según la sabiduría de los pescadores, es producto de la topografía del lugar, donde se forman ráfagas de brisa que alejan  las nubes y mantienen el sol radiante y el cielo descubierto.

 Allí, lo del sustento diario es una gran realidad, según manifiesta Gabriel Palma, otro de los artesanos-cazadores que encuentra en el lugar el refugio para subsistir. “Tengo 54 años y hace 30 aprendí a pescar con cometa en esta misma playa. La verdad es que esto es por temporadas. Vivo con mis padres y tengo una niña de 12 años. Con esto me defiendo”, enfatizó.

Sin embargo, las cosas no han sido sencillas en el último tiempo para los pescadores, por cuenta de los malos hábitos de los lancheros, según manifestó don Jairo Ortega. “Ellos colocan un trasmallo que evita que los peces se acerquen. El mismo mide unos dos kilómetros de largo y atrapa a todos los pescados. Eso está prohibido y atenta contra nuestra forma de pescar”.

Así mismo, otra cosa que les preocupa es que muy pronto uno de los pocos sitios que les brinda las condiciones para este estilo de captura dejará de existir. “Por el Súper Puerto los tajamares dejarán de existir. Ese es el progreso de Barranquilla. Pero nos vamos a quedar sin un punto”, comentó Ortega.

Por eso abogan por la creación de un espolón en Punta Piedra, el cual les permitiría tener mayor espacio para la pesca, al mismo tiempo que sería el nacimiento de una bahía. “Allí podrían practicar deportes náuticos. Es nuestro anhelo. Actualmente acá pueden pescar 15 o 20 a la vez, con el espolón podríamos tener cabida unos 40 al mismo tiempo”, cerró Ortega.

Los ‘juegos’ de los pescadores

Mientras logran reunir el apoyo para el proyecto, los pescadores se enfilan para un gran reto en su vida: el torneo de pesca artesanal deportiva, el cual se realizará en el mes de noviembre y que cuenta con el apoyo de diferentes entidades náuticas del país.

“Realizamos el primer torneo en abril. Ahora vamos a hacer algo más grande gracias al apoyo de todas las entidades que se han unido. Será en la primera semana de noviembre cuando las brisas están mejor. Todos los pescadores artesanales están invitados a participar. Los premios son muy buenos”, cerró Ortega Gómez.

Mientras se esperan los días para la puesta en sintonía de los vientos alisios y contralisios, las pequeñas cometas de bambú, plástico y cuerdas de nailon seguirán adornando el cielo de las playas del Atlántico. Remontando el vuelo, como la tradición que no se quiere extinguir. 

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