Antonio Cervantes, 'Kid Pambelé'.
Antonio Cervantes, 'Kid Pambelé'.
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Archivo.

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Se cumplen 48 años del día en que ‘Kid Pambelé’ le enseñó a Colombia cómo ganar

Al ser el primer colombiano en proclamarse campeón mundial profesional.

La noche panameña cubrió con su manto los festejos colombianos en la capital canalera, hace 48 años, cuando el 28 de octubre de 1972, un coloso de brazos largo y figura longilínea se subió muy por encima de los demás mortales a proclamarse campeón mundial de boxeo en la categoría de los pesos Welter Júnior. 

Una fecha que trasciende a los amantes del deporte de las ‘narices chatas’, pues no solo significó el primer gran triunfo del pugilismo colombiano, sino en forma general fue el más rimbombante momento del deporte tricolor desde siempre. 

Ese día, Antonio Cervantes, conocido popularmente como ‘Kid Pambelé’, ‘Pambelé’ sencillamente o ‘Pambe’ para sus amigos más cercanos, fue el primer deportista en ganar un título mundial profesional para un país que hasta entonces sólo exhibía un campeonato mundial de ciclismo de pista aficionado, en las piernas de otro leyenda, Martín Emilio Cochice Rodríguez. 

Cervantes es hasta hoy el más grande ídolo del boxeo colombiano, no solo por aquel triunfo inicial, sino por las 21 peleas de título mundial que disputó y la extensión de su reinado durante ocho años, noqueando a casi todos los que asumieron el riesgo de medirse contra él. 

Al final de sus años como peleador, el récord habló por él. Fueron en total 142 peleas, de las cuales ganó 123, 52 de ellas por la vía de nocaut, perdiendo tan solo 15 veces. Cifras que no se han visto más en casi ningún boxeador de cualquier categoría y que seguramente ningún colombiano volverá a ganar. 

‘Pambelé’ le enseñó a Colombia que sí era posible soñar con ganar y materializarlo. Esa noche de 1972 se medía un archi favorito, Alfonzo ‘Pepermint’ Frazer, quien venía de destrozar al argentino Nicolino 'el Intocable' Loche. 

Cervantes asumió el reto como los valientes, con nada que perder. Recordando esos primeros años donde era tan deficiente que él mismo llegó a apostar en su contra. Esos días infantiles cuando salió de San Basilio de Palenque, en un pueblo sin agua ni luz y ya casi sin esperanzas. 

Esa sangre hirviente de cimarrón que le venía en las venas directamentes desde los años coloniales de Benkos Biohó y miles de tantos otros libertos, le llevó a desplegar una ofensiva nunca antes vista sobre un tinglado, en una pelea por título mundial de la categoría Welter Júnior.  

Jabs iban, combinaciones de izquierda-derecha caían en el rostro del panameño, que no se dejaba mandar a los brazos de morfeo. Un desesperado Napoléon Perea, narrador cartagenero, clamaba con las voz entrecortada “parece que no se cae”. Pero sí, cayó. Finalmente se fue a la lona. 

Y no una vez, ni dos, fueron tres las veces que Cervantes lo tuvo que derribar contra el suelo en un mismo round para demostrar que tenía el derecho a ser campeón mundial y que el planeta debía inicar la cabeza ante la raza colombiana, ante un negro que brillaba con luz propia. 

‘Pambelé’ ganó. Enseñó que no importaba el humilde origen, ni las cosas accesorias sin sentido como la belleza o la ropa de moda, ni el patrocinador con lentejuelas ni ser reconocido como el hijo bonito de una gran ciudad.

Para ganar solo hay que tener el hirviente volcán en el alma, para que haga erupción en los momentos más determinantes.  

Lamentablemente, Antonio Cervantes nos mostró el oro y el barro. El ídolo que se viene a menos, que toma malas decisiones, al que la fama se come vivo.

Hoy en día, nos demuestra una faceta más, la del que a pesar de que se cae, se levanta siempre y vive una ancianidad tranquila, cultivando su gloria en el terreno fértil de la historia. 

Porque en la vida hay que ganar como ‘Kid Pambelé’: contra todo, frente a todos y para ser eternos y dejar un legado, el de enseñar a ganar y vivir con el triunfo a cuestas. 

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