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Navidad, religiosidad, juerga y paganismo

Que estas fechas nos llenen de verdadero goce y moderación.

Por Joaquín Baena Arévalo

En el imaginario colectivo, es decir, en las realidades mentales de gran parte de la población del planeta, se asocia la navidad a una época llena de alegría y entusiasmo. Lo cierto es que este sentimiento se internaliza de tal suerte que nos inoculamos de ese goce y festejo. No es para menos. Esta calenda se vincula al nacimiento del hijo de Dios. En efecto la palabra “navidad” proviene del latín “nativitas”, que significa nacimiento.

En la identidad colectiva o en el conjunto de creencias compartidas la navidad está caracterizada por la presencia del árbol, villancicos, regalos, comidas especiales y reuniones familiares, de vecinos, aderezadas por el etílico con sus nefastas consecuencias en razón de las variables de su estimulación.

No es extraño que teóricamente este llamado a la convocatoria familiar, de afectos, de convivencia, de amor al prójimo, tenga la impronta estadística de ser una de las fechas con la más alta tasa de  violencia intrafamiliar y de riñas callejeras, estadísticas comparadas en nuestro medio solo con los carnavales, término proveniente del latín “Carnelevare” cuyo significado es darle la carne a Baal.

La historia de una mujer virgen y el nacimiento de un Dios se remonta a tres mil años (a.c) en el seno de la cultura babilónica, cuando Semiramis, reina de Babilonia y personaje esencial de esta tradición contrajo matrimonio con Can, hijo de Noé. Recordemos que los tres hijos de Noé: Can, Sen y Jafet, dieron origen a los pueblos semitas, camitas y jafetitas, pobladores de los tres continentes: África, Europa y Asia.

Can fue asesinado por su hijo Nimrod (antecesor de Edipo), quien además del parricidio, hizo vida conyugal con su madre Semiramis. Al morir Nimrod  ella presentó el deceso de su de su hijo/marido como una ascensión al cielo convirtiéndose en el dios sol, difundiendo la versión no solo que había ascendido y trasformado en el dios astro sino posteriormente la de un embarazo por medio divino y que ese hijo sería el hijo del dios sol; Tamúz, fue el nombre del niño que nació un 25 de diciembre.

El culto al sol, a la madre y su hijo, tiene sus fuentes en la cultura babilónica, aunque todas las culturas pasadas adoraron al dios sol. Con la expansión del imperio babilónico la figura de una madre, con un vientre como vehículo para el nacimiento de un hijo de Dios, fue tomando nombres diferentes en las variadas culturas, entre ellas: Horus, dios de la cultura egipcia, quien era hijo de Osiris y la diosa Isis, Mitra en Persia, cuya adoración se difundió más tarde en la India y el Imperio Romano.

Los siglos precedentes a Jesús fueron tiempos con presencia de salvadores y redentores. Ningún evangelio especifica la fecha del nacimiento de Jesús. Los cristianos escogieron el 25 de diciembre para unir el nacimiento de Jesús con el nacimiento  de Tamuz hijo del dios sol y con  el solsticio de invierno (Natalis invicti solis), para hacer más fácil la asimilación del cristianismo a los paganos.

Recordemos que la iglesia católica como tal, fue creada en el año 325 en el concilio de Nicea, y en el año 327 Constantino ordena traducir la biblia vulgata en latín, cambiando los nombres hebreos propios y adulterando las escrituras. En el 431 en el concilio de Éfeso, se inventa el culto a la virgen, en el 524 se inventa el purgatorio, en el 610 se inventa el título de papa, en el 788 se imponen adoraciones a las deidades paganas, en el 1.079 se impone el celibato. En el 1.090 el rosario, en el 1.190 se venden indulgencias para alcanzar el cielo, en el año 1.311 se impone el bautismo a los niños, en el año 1.854 se inventa la inmaculada concepción, y en el año 1.870 se impone el absurdo concepto infabilidad del papa.

De cualquier forma, la navidad es una realidad cultural que llena de entusiasmo a gran parte de los mortales e independientemente de las creencias, de los niveles de consciencia o del espíritu crítico de estos acontecimientos, el mensaje debe ser que en cualquier plano de las creencias debemos fortalecernos en lo positivo. Si bien desde el punto de vista religioso su propósito es el encuentro con el nazareno, entonces debemos recoger su mensaje social de justicia, de paz, de convivencia, que esta época nos permita acercarnos más al prójimo, a estrechar los lazos familiares, a reconocer al otro, que sea una época de reflexión y de encuentro con lo divino y en ausencia de las creencias divinas, que nos encontremos con el amor por el planeta, por los ecosistemas, por el humanismo y luchar por un mundo mejor. Que estas calendas no se conviertan en épocas de riña, la juerga, el desbordamiento de odios y resentimientos sino que sirva para superar tantos vicios que denigran la condición humana, que la paz y el amor espiritual haga presencia en todos nosotros.

Que estas fechas nos llenen de verdadero goce y moderación.

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