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Monumento de la India Catalina.
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La india Catalina según un poema de Gustavo Tatis Guerra

Reconocida por haber servido de “pacificadora” para Pedro de Heredia.

Por Adalberto Bolaño Sandoval

La india Catalina (1495-1538) es reconocida por haber servido de “pacificadora” para Pedro de Heredia, desde 1533, cuando el conquistador español fue autorizado como gobernador de Cartagena de Indias el 14 de enero de 1533.  La tomó como “india lengua”, es decir, “india traductora”, luego de enviar a dos subalternos para ello. Catalina había sido secuestrada por Diego de Nicuesa en 1509, cuando niña, y llevada a Santo Domingo, donde aprendió el español y la religión católica. Como india perteneciente a la etnia Mokaná, había regresado en 1527 a su tierra de Galerazamba, donde fue bien recibida por los caciques principales de su tribu en la zona de Zamba  o Galerazamba.

Su papel como intermediaria entre el conquistador y los indígenas propició el mestizaje, la violencia y la rendición de grupos indígenas de la zona atlántica. La “pacificadora” del “pacificador” se halla en el dilema histórico de haber entregado a sus hermanos a los españoles, a pesa de que fuera la primera en abrirle juicio de residencia a Pedro de Heredia ante la corona española por el exceso de violencia y robos que había practicado este a las etnias indígenas de la zona costeña del Atlántico colombiano.

Al margen de las investigaciones realizadas sobre Catalina, la serie de Caracol Televisión La reina de Indias y el conquistador llama la atención por la serie de contradicciones, lugares comunes y estereotipos, además de una reconstrucción de un paisaje y viviendas muy adelantadas para su época y un lenguaje muy contemporáneo con relación a los tiempos de la conquista. No me interesa señalar muchas de estas contradicciones, pues este texto tiene otro objetivo.

A pesar de las numerosas fuentes y crónicas sobre la india Catalina, quisiera dar a conocer un poema de Gustavo Tatis Guerra, en el que postula una visión de esta mujer, y en el que disecciona, desde el lado humano, pero también, de alguna forma, presenta una visión más ambigua y españolizada de ella. Tatis Guerra cuenta con una obra lírica de siete poemarios, dos biografías, un libro de crónicas sobre García Márquez y varios libros infantiles y juveniles. Su texto más importante, por ser una obra que recoge su obra poética hasta el año 2016 es La tribu de los deseos.

Gustavo Tatis quizás es el único poeta colombiano en ofrecer una lectura lírica de su poema, “La india Catlina”, y especialmente de los de la Costa Caribe, dando cuenta de una reconsideración identitaria y estética que introduce en ese texto proveniente de su obra He venido a ver las nubes (2007). Este poema responde a varias  preguntas que contienen mucho de los textos de ese poemario, relacionado con la pérdida del mundo propio. Recordemos que la indígena Mokaná, hija de príncipes, fue raptada de su tribu a los nueve años, en 1509, y llevada a Santo Domingo (República Dominicana), de donde fue transculturada y aculturada, para luego ser escogida como “india lengua” o “india traductora” por Pedro de Heredia y contribuir a la pacificación (realmente, rendición y muerte) de numerosas tribus en la Costa caribe.

Elaborado desde la voz de la mujer, el poema postula una percepción de la leyenda. Ya desde el comienzo se encuentra señalada la relación con Heredia: “El Capitán Pedro de Heredia ha dejado / el tatuaje del Mediterráneo entre mis brazos”, pero que realmente brazos aquí no se refiere solo al cuerpo sino al alma, a la cultura. Quizá por ello, seguidamente, responde a los señalamientos de que no fue aceptada por sus hermanos de sangre, según Tatis Guerra: “las muchachas de la tribu me sacan el cuerpo / se niegan a responderme. // Nadie quiere saber de mí en Galerazamba”, al revés de lo que menciona una de las versiones, de aceptación de estas relaciones de amor y vasallaje. Su destino, en ese aquí y ahora del poema, busca ponerla en un camino, en un momento de prueba, pues antes, había sido secuestrada por los españoles: “Poco queda del fulgor de mis pies / Cuando fui raptada por Diego de Nicuesa”, aunque se pregunta sobre el destino ambiguo que tiene. Y en una especie de Narciso sin destino lingüístico, en una especie de insilio, de exilio interior, afirma, no obstante: “Me miro en las sombras del agua / Y me digo adónde fue a perder su gracia la india. /Perdí el linaje de la palmera y el secreto de la tribu” (p. 137). Es decir, todavía no se entiende ella misma, aparentemente.

Esta relación ambigua con los españoles la va a demostrar más adelante, actuando como inculpadora de Pedro de Heredia en los “juicios de residencia” (robos) a que fue sometió a las tierras invadidas por el colonizador español. Y una muestra de ello es que el poema no termina allí, sino que se acerca a la versión de que Catalina continuó su relación con Alonso Montés o Montañez, sobrino del mismo Heredia, quien lo acusa de robar al reino español. Sobre el personaje, el poema no da una primera precisión, lo cual deja un sinsabor inicial: “El sobrino del Capitán Pedro de Heredia”, pero en la estrofa siguiente detalla su ofrecimiento erótico por parte de Catalina, que termina en un cierre hermoso, con una fuerte iteración de las letras s y z: “Le ofrezco la fresca y temblorosa fuente de mis senos. / Alonso Montañez / bebe como un niño / la luz de mis manos” (p. 137). Efecto que reitera una mirada sonora y erótica.

Pensemos en que este poema es una versión revisada (romantizada, subalternizada, de dependencia) del comportamiento de la suerte de la india Catalina. En el poema se da a entender que no tiene voz, ha perdido su identidad. Por ello, para uno de sus estudiosos, Elizabeth Cunin, Catalina no muestra “indianidad” ni  el juego de oposición entre lo culto y lo salvaje, precisamente porque no se hace ninguna referencia a la relación entre mujeres indígenas y españolas, ya que estas últimas están ausentes. La feminidad de la India Catalina logra “matizar” la “indianidad”, tanto la de ella como la de sus compañeros indígenas. La India Catalina permite que lo masculino indígena se inscriba en el proceso de civilización, hace posible la inversión de lo salvaje a lo culto.

La versión de este poema muestra, sí, más que mestizaje, subalternidad, pues con ello se presenta la raza indígena explotada (¿manipulada?) para favorecer la conquista y el orden cristiano. Y aunque se observe cierta representación de mestizaje, lo cual no han sido todavía sustentado por los investigadores, son más evidentes, como agrega Kunin, los ideales de masculinidad y de feminidad, de razas hegemónicas y subalternas […] de diferencias raciales y sexuales, el lugar que le corresponde en la sociedad a lo indígena y lo blanco, así como a las mujeres y los hombres. La representación de la India Catalina construye un orden simbólico, un “régimen de verdad”, para retomar a Foucault, de lo racial y del género.

La mujer ya no es mediadora, sino pacificadora, desviadora, una transculturada. Por ello, la india Catalina indica: “me hechizó una lengua extraña / Y un dios que bendecía las espadas”. Ella acoge, incluso, hasta la subordinación amorosa: “El sobrino del capitán Pedro de Heredia / hace señas en un parpadeo de una llama. / Me pide las manos en el aire”. Hay allí una conveniencia, una compaginación. Se podría indicar: el texto poético revela una versión lírica con aparentes contradicciones ideológicas (desde mi punto de vista crítico, aparentemente anticolonialista), ante lo que muestra la voz de la indígena. Ello hace plantear: ¿puede el poeta “equivocarse” en la “perspectiva” política?, ¿tiene que representar el “régimen de la verdad” de nosotros, los que leemos el poema, o se ajusta a una mirada humanizada, quiere decir, ambigua? Pero reiteremos: el poeta deja que las voces de las compañeras de clan indígena, como sustento de rechazo, sean las que Catalina oiga: “las muchachas de la tribu me sacan el cuerpo” y “Perdí el linaje de la palmera y el secreto de la tribu”. Existe allí una contradicción de ese discurso poético, pues se encuentra entre la aceptación del colonizador y la pérdida de la raíz.  

Aparentemente coincide Tatis Guerra con la apreciación de la estudiosa india Gayatry Spivak acera de que “el sujeto colonizado subalterno es irremediablemente heterogéneo”, con lo cual se llega a jugar con el poder, ahora mostrado del lado español. Lo anterior  indica que Catalina, en su hibridez, en su heterogeneidad, vio el poder, contribuyó en la “colonización de las lenguas” y de sus congéneres, expandiéndola, desterritorializándolos y desposeyéndolos a ellos (no existió, en realidad tal mestizaje, solo muerte para los nuestros). Estas acciones terminaron para Catalina en una autorrevisión, con sus consecuencias funestas, y sirviendo como testigo contra el juicio de Heredia, según cuenta la historia; pero por amor, claudicó, según el poema.  

En la historia, y no en el poema, la “voz” de la nativa subalterna se subleva en el último momento, aunque haya hecho parte de los fomentadores de la violencia. Supondremos que en la actitud de Catalina existe una voz anticolonial, y en la del poeta, un anticolonialista sutil. Podríamos acoger, desde este punto de vista, pero no de manera estricta, los términos de Stuart Hall, quien manifiesta: “Todos escribimos y hablamos desde un lugar y un momento determinados, desde una historia y una cultura específicas. Lo que decimos siempre está ‘en contexto’, posicionado […] vale la pena recordar que todo discurso está ‘situado’, y que el corazón tiene sus razones” (2010, p. 349).  

La voz de Tatis Guerra se mantiene clara y coincide con lo que plantea la pregunta de Gayatri-Spivak: “¿pueden los subalternos hablar?”, para reconvertirla en: ¿pueden las “colonizadoras de la lengua” hablar? La versión de Gustavo Tatis es de que sí, para mostrar de la india Catalina una versión humanizada, sin remilgos raciales ni culturales hacia el otro, el colonizador, real complicidad. La india Catalina se asume como un sujeto dividido, nada mestizo, al comienzo. Se observa entonces que la versión presentada por Tatis Guerra pareciera indicar que quiere que Catalina sea conocida como un personaje que afronta el discurso colonial del otro, que lo acepta y se transforma en una posible sujeta antiprocolonialista, que necesita ser vista en su nueva posición, sin lograrlo completamente.  

Como este poema, la obra poética de Gustavo Tatis se mantiene abierta a todo tipo de análisis, pues no solo recrea el entorno caribeño, sino que se abre a otros horizontes, consolidándose como un maestro abierto al mundo en sus últimos textos poéticos.

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